Armas de destrucción financiera

Charles Philbrook

Sin la especulación en los mercados no habría liquidez, sin liquidez no habría mercados, y sin mercados no existiría actividad económica ni progreso posible. La especulación, en su sentido más amplio, y dentro de ciertos límites, ha jugado y continuará jugando un papel central en el desarrollo económico de la humanidad.

De ser así, ¿en qué momento pasa la especulación de cumplir una función productiva en ese crecimiento a cumplir una función destructiva, en la que la irracionalidad se apodera de los mercados, escapa a su cauce natural y arrasa todo lo que encuentra a su paso? En el mismísimo momento en que el valor que le damos a las cosas deja de ser algo personal, individual, subjetivo, y pasa a ser grupal, colectivo: el ‘efecto manada’ en acción. Más llanamente: cuando la relación precio-valor-utilidad de las cosas es sustituida por la relación precio-‘timba’. Y ello sólo es posible en un contexto monetario de generosa liquidez, de la que hoy son responsables directos los bancos centrales.

De las cerca de diez burbujas financieras desde el fin de la Edad Media, tres sobresalen por su naturaleza destructiva: la ‘tulipmanía’, en Holanda, en la primera mitad del siglo XVII, la Gran Depresión de 1929, y la crisis financiera de 2008. Pues bien, así como un gran incendio es imposible sin oxígeno y material combustible preexistentes, toda burbuja especulativa viene precedida por un periodo de gran liquidez monetaria (el oxígeno) y de una idea, creencia o producto nuevo que es el material que se oxida violentamente y que, al hacerlo, libera energía en forma de calor, es decir, de especulación.

Así las cosas, no cabe la menor duda -óptica sesgada, cierto, pero con base empírica- de que la crisis de 2008 comenzó a gestarse en el momento mismo en que el expresidente Nixon de un tijeretazo cortaba el cordón umbilical que unía al dólar con el oro. Acababa de esa imperial manera el sistema monetario de Bretton Woods, que le había regalado al comercio mundial 26 años de estabilidad financiera.

Desde entonces, la liquidez global –léase, el oxígeno- lo único que ha hecho es crecer exponencialmente. Solo en Estados Unidos, la base monetaria ha crecido más de 40 veces mientras el PBI real lo ha hecho en sólo tres. Todo ese dinero ‘extra’ ha ido a generar inflación en los mercados de bienes y servicios, y, queda claro, especulación en los mercados.

No es ninguna casualidad y tampoco se debe a desregulación alguna que, a partir de ese año infausto, el tamaño de los mercados de opciones y futuros -“armas financieras de destrucción masiva”, según Warren Buffett- haya alcanzado una dimensión inimaginable, tanto es así que hoy, por cada unidad de PBI global existen 20 de derivados financieros, o mejor aún, de armas financieras.