Demolición de los héroes

De izquierda a derecha: John Rockefeller, Andrew Carnegie, Cornelius Vanderbilt
Jorge Morelli

Los últimos héroes del siglo XIX fueron personajes como Vanderbilt y los trenes, Rockefeller y el petróleo, Carnegie y el acero, JP Morgan y la electricidad o Henry Ford y los automóviles. Fueron los capitanes de la industria que construyeron Estados Unidos. Hoy, en la era de posmodernidad y la realidad virtual, nos hemos dedicado a la demolición de los héroes.  No hay sitio para ellos en un mundo lleno de desencanto y suspicacia. 

No obstante, la marea de descreimiento parece estar cediendo, derrotada por la resurrección de los héroes, los del pasado, donde es difícil distinguir entre el hombre y el mito.

Basta revisar el menú de Netflix, donde todos los pueblos de la Tierra están contando su historia. Allí están renaciendo los emperadores romanos, y también los vikingos y los sajones de la alta Edad Media y los emperadores mongoles en la China de Marco Polo; los Papas y banqueros del Renacimiento y el Terror de Savonarola en la Florencia de los Medici; también los clanes escoceses del siglo XVIII y los fantasmas de Versalles de Luis XIV y el trágico final de esa era en el Terror de la guillotina; los constructores del Imperio Británico y los zares de Trotsky, Lenin y los bolcheviques de la revolución rusa; todos bajo una mirada crítica, pero bondadosa. No hace falta recurrir a la ficción. La realidad es mil veces más fantástica. 

Hay, sin embargo, un caso en que la la resurrección del héroe ocurre en la realidad de hoy. Viene del Islam, del mundo musulmán, y es la historia del héroe fundador del Imperio Otomano, que llegó a ser el más grande del mundo y duró más de 600 años desde el siglo XIII hasta la Primera Guerra Mundial. Es la saga del gran Ertugrul, origen de la dinastía de los otomanos, los enemigos del Imperio Español de Carlos V en el siglo XVI y del Imperio Británico en los inicios del XX.

Lo que se ve ahí, sin embargo, es una refundación pos-moderna de la identidad nacional de la vieja Turquía occidentalizada por Ataturk, aliada de la OTAN luego, y amiga de Rusia desde siempre y hoy. 

Solo que en esta narrativa no hay matices en el héroe ni en sus múltiples antagonistas (entre quienes destaca el notable general mongol Noyan). Son héroes o villanos full time aun cuando hay espacio para la migración entre esos extremos y también para la conversión sincera. El carisma de esta producción de televisión ha tenido al pueblo turco fascinado a lo largo de sus más de 200 capítulos. Es la construcción de la realidad.

Es algo que Occidente no ha visto en décadas, educado en el claroscuro de la contradicción moral del héroe en el afán de reflejar la “realidad” histórica de una manera descarnada y brutal que ha traido consigo la demolición de los héroes. Y la producción está tomando el mercado sudamericano. La cuestión es que los héroes parecen insipensable para las sociedades. 

En el video en las redes de una manifestación política hace poco en Estambul, en respaldo del atribulado presidente Erdogan, miles de personas con banderas turcas y con el presidente y  su esposa en primera fila, aparecen en el estrado los héroes de la narrativa televisiva de Ertugrul vestidos de uniforme de batalla. No son los actores, son sus personajes los que el pueblo aplaude.  Este es el mundo de hoy, donde la frontera entre la realidad y la ficción ya no se sabe exactamente dónde se halla y a nadie le importa. Ya sea que se trate de una grosera manipulación o de un recurso legítimo, lamentarse está demás.  El hecho es que en el mundo musulmán los héroes están en plena resurrección. Y quizás lo estén pronto en Occidente también.