¿En qué guerra mundial estamos? En la de Trump

Hugo Neira

La idea de que hubo solo dos guerras mundiales es un tanto estrecha, pobretona. Es parte del eurocentrismo de mitad del siglo XX, cuando yo estaba cursando la primaria. Cuando la mayoría de peruanos no había todavía nacido. Pero hoy me pregunto si la historia se volvía mundial cuando se iniciaba en Europa. Eso fue, en efecto, 1914-1918, y por segunda vez, 1939-1945. Pero las representaciones del pasado se modifican. La historia sigue siendo una disciplina pero se transforma con el paso del tiempo y de la emergencia de otras guerras mundiales. Me atrevería a decir que hubo una III guerra mundial, obviamente, no fue atómica. No estaría ni escribiendo esta nota ni usted, amable lector, en vida. Pero después de 1945, los conflictos, lejos de disminuir, se han multiplicado.

A saber, en lo que se llamaba Indochina, de 1946 a 1975, «la guerra más larga del siglo» según el «Atlas Historique» de Le Monde Diplomatique. Fue un empatanamiento estadounidense, que abarcaba lo que se llamaba Vietnam del Norte, Vietnam del Sur, Camboya, y por la cercanía, Birmania y Tailandia. A esos conflictos regionales les llamamos «guerra fría». Concepto que implicaba que no intervenían ni la URSS ni el mundo occidental, lo «caliente» hubiese sido el ataque atómico que no ocurrió. Menos mal. Pero cabe recordar que luego de haber sido un dominio francés, y luego casi americano, el triunfador fue Ho Chi Minh. No fue del todo un triunfo sino un acuerdo con los americanos. Un modus vivendi. Pero se vuelve una nación independiente. Un resultado parecido ocurre en las Coreas del Norte y del Sur. Pero eso no es todo. El conflicto árabe-israelí, su primera guerra en 1949, cuando lo que llamamos Palestina pierde el 78% de su territorio, hasta la fecha. Luego guerra entre Israel y Egipto —la de los Seis Días— en 1967. Y en 1973, en el Medio Oriente, y en 1990, la guerra del Golfo. Y en 1991, el aplastamiento de Irak, con George H. W. Bush, y luego el hijo, en el 2003. Y en Afganistán, ¿qué fue? Un campo de entrenamiento, primero con la invasión soviética que se retira en 1989, y el relevo es los Estados Unidos y la persecución de Osama Bin Laden. La revancha al ataque de las torres gemelas de Nueva York, cuando era presidente Obama.

Podemos seguir un buen rato con la historia presente de diversas crisis que se vuelven bélicas. Sin embargo, en la historia como ciencia, después de la Escuela de los Annales y el momento de Braudel, se toma en cuenta lo que este historiador francés llama la «longue durée». Una temporalidad que abarcaba más tiempo que los libros de historia clásicos. Los fenómenos históricos no deben, pues, ser tratados desde un ángulo de la política, que suele ser corta. Las grandes estructuras se mueven lentamente. La demografía, los cambios sociales, la economía.

Con ese criterio, podemos en consecuencia hablar de una IV guerra mundial. Que es más bien económica. Por mi parte, lo que leo en la prensa internacional, cómo se vive el enfrentamiento de los Estados Unidos y la China de estos días. Por un lado Donald Trump, por el otro, el presidente Xi Jinping. Es una guerra comercial. Hace poco, en 2018, se encontraron en Davos. Y ahora mismo, el 10 de mayo, las bolsas de valores del planeta han perdido el aliento cuando Donald Trump anunció un nuevo endurecimiento, al elevar los aranceles para los productos de importación china. Algo enorme, algo que suma unos 200.000 millones de dólares. Pero The Washington Post, no tardó en deslizar la hipótesis de que Trump jugaba a levantar la mano y los aranceles, para luego redefinir las relaciones económicas con China. Puede ser.

Pero las cosas y los posibles escenarios no van a favor de esta América de Trump que pone en cuestión las maniobras del presidente americano. Por ejemplo, un especialista del mundo asiático, William Overholt, de Harvard, dice que está llegando a su fin la era de la mundialización como producción, y lo que la reemplaza es «la era de mundialización por el consumo». Y dice que Pekín en ese caso, «pesa más». Dice también que en el nivel más alto del consumo mundial se sitúa China, con un 51%. Y que no es el momento, justamente, para cerrar fronteras.

No es la primera vez que encuentro críticas al presidente Trump. No se refieren únicamente a sus salidas altaneras con la prensa americana, o sus divergencias con los países europeos en materia de lucha contra el cambio climático. Me sorprende que lo ataquen justamente en lo que nos parecía era no solo competente sino una fiera, es decir, los negocios. En The Washington Post, dicen a grandes titulares, que en la guerra comercial, Trump siempre está un paso atrás de las maniobras chinas. Y últimamente, una información que me ha llamado la atención. Hasta el día de hoy, yo como muchos, teníamos una opinión sobre Trump que inspiraba respeto. Se había presentado como un hombre que levantó su fortuna gracias a su talento y habilidad. Lo que los americanos aprecian,  un self made man. El que se se hace o triunfa por su cuenta.

Pero en The New York Times (en 2018), dijeron que el «presidente americano habría recibido centenas de millones de dólares de parte de su padre», unas montañas de fortuna —dice el diario— «que tienen un aire a fraudes». Pero The New York Times no dice esas cosas por razones morales —de cómo hizo fortuna el padre— sino porque Trump ha sido presentado siempre como un millonario que «no debía su éxito sino a sí mismo». Y resulta que es lo que se llama un «hijo de papá». Una investigación en Nueva York revela que Trump ha heredado el imperio de bienes inmobiliarios con unos 413 millones de dólares. Con esa herencia, cualquiera puede hacerse financiero y hombre de negocios. Como se sabe, lo más difícil es el primer millón. Para el resto, basta con rodearse de expertos y hacer inversiones bien calculadas. La noticia me satisface. Siempre lo encontraba extremadamente petulante. No son así, en general, los americanos. Pero, como es la vida, los «hijos de papá» suelen ser insolentes y caprichosos. El problema es que a ese señorito americano lo está llamando la prensa mundial, «el dinamitero». No se piensa en una guerra nuclear. Sino en otra crisis, como la del 2008. Respiraremos cuando deje el salón oval de la Casa Blanca.