Reforma política

Ramiro Prialé

Cinco ex-presidentes del Perú, que abarcan un periodo de los últimos 35 años, están involucrados en casos de  corrupción. Uno preso; otro con prisión preventiva; un tercero en fase judicial con la fiscalía pidiendo 20 años de prisión efectiva; el cuarto con orden de extradición y el quinto que se suicida en plena intervención de la justicia. Una historia de Ripley si no fuese por el legado histórico que representa para el Perú.

Ahora sabemos que las elecciones generales nunca fueron a favor del mal menor. Todos eran lo mismo. Parte de una lotería de la corrupción a la que aplicaban los distintos candidatos para tomar por asalto al Estado, protegidos por la investidura.

Salvo para los feligreses beneficiarios del clan político de turno, es evidente para todo el país que la clase política actual roba. Y en grande.

Este Congreso ha demostrado consistentemente estar al servicio de intereses personales o partidarios, dedicado a bloquear el avance de la lucha anticorrupción y a blindar a sus aliados y autoridades cuestionadas.

La clase política actual está acabada. Carcomida por la corrupción. Cinco ex-presidentes, todos jefes de sus propios partidos, son la prueba elocuente.

Por ello, la reforma política es esencial para un cambio de paradigma.

Sin reforma política, el 2021 tendremos tal vez nuevas caras con los mismos vicios, elegidos bajo la misma dedocracia partidaria que por décadas, ha perpetuado el ciclo de esta misma clase política de malos hábitos y conducta delictiva.

Elecciones internas bajo control de la ONPE, celebradas el mismo día para todas las organizaciones políticas, acabarían con décadas de mangoneo y caudillismo.

Solo la práctica de una democracia real interna y transparente, alentará la aparición de nuevas figuras  en la conducción política del Perú.

Los partidos deberán además convocar con ideas, planes y programas a por lo menos 350,000 votantes en cada elección interna, para no perder su condición de organización política nacional. Se acabarían así los vientres de alquiler, los membretes oportunistas y el rol del dinero para la compra de votos.

La resistencia al cambio de paradigma que trae la reforma política, insiste en citar la experiencia de políticos cuajados, lo que equivale a preservar un pasado vergonzante.

No hay nada que rescatar de una clase política que adhirió al código de la mafia, el silencio, la tolerancia y la complicidad con el delito.

Una nueva clase política tiene que emerger el 2021 y dependerá de nosotros, los colectivos sociales, la ciudadanía, el presionar por la reforma política que permita la refundación de partidos políticos con democracia real y renovación de cuadros sostenidos por procesos electorales transparentes.

Por lo pronto la Comisión de Constitución del Congreso ya archivó la propuesta sobre reforma de inmunidad parlamentaria presentada por el Ejecutivo. No hay pues voluntad alguna de transparencia, de apuntalar la creciente desconfianza en la propia democracia. Los congresistas siguen viéndose el ombligo, el interés del clan, el hoy y sus circunstancias personales.