¿Por qué debemos actuar con serenidad en una crisis política?
Sencillamente, porque una crisis política afecta a todos, y daña más a los sectores débiles de la sociedad, porque una crisis política es resultado de sucesivas equivocaciones en nuestras decisiones y en el manejo de nuestras instituciones, y para enmendar tales yerros debemos actuar con serenidad, y responsabilidad. Una crisis como esta se traduce en una crisis económica ¡que nos afecta a todos!
Es en momentos de profunda crisis, como esta, que se desnuda nuestra catadura moral como pueblo, no podemos ser simplemente reactivos y oportunistas. Cabe sí la indignación, pero la indignación con civismo y responsabilidad.
No se puede pedir la refundación de la nación, cuando no se han refundado los espíritus de las personas, no se puede pedir nueva constitución cuando ni siquiera se ha entendido la que tenemos, -¿cuántos de los que claman nueva constitución, siquiera la han leído?- ni se la ha respetado, y menos aun cuando en las últimas elecciones el pueblo ha elegido la continuidad del modelo económico, aunque muchos se rasguen las vestiduras tildándolo de neoliberal, graciosamente el pueblo dejó en segunda vuelta a dos expresiones de lo mismo, y ciertos sectores de la izquierda apoyaron y pidieron que se vote por una de esas opciones; la de lujo decían. No se puede pedir nuevas elecciones, simplemente porque hay apetitos meramente electorales. No se puede pretender nueva constitución, aduciendo que esta acabara con la corrupción, porque una nueva constitución no tendrá en su artículo 10° o 115° una prohibición a la corrupción, eso es infantil y oportunista.
¿Por qué mejor, antes de pensar en cerrar el congreso, y encender las pasiones populistas, no aprendemos a votar con responsabilidad? Nosotros elegimos a los Becerriles, a los Benicios, a los robacables, a las Forondas, a los Mamanis, a los Lescano, las Huillcas y los Mulders, en fin, a toda es esa fauna.
Hay que cerrar antes la estupidez electoral que nos lleva a ser malos ciudadanos, empecemos a ser responsables de nuestros actos. Fortalecer la instituciones y los partidos es menester e imperativo. Debemos dejar de ser ciudadanos que responden al acto condicionado de la prensa alquilada y la falsa información, del cliché y de la tendencia de moda. Basta ya de repetir consignas sin entender el funcionamiento de los poderes del Estado.
La democracia se sustenta en la gobernanza o gobernabilidad, en buena cuenta esos conceptos son sinónimo de estabilidad, básica para el desarrollo de los pueblos.
La gobernabilidad se refiere a un proceso por el que los diversos grupos integrantes de una sociedad ejercen el poder y la autoridad, de tal modo que al hacerlo, influencian y llevan a cabo políticas y toman decisiones relativas tanto a la vida pública como al desarrollo económico y social. En tanto que la gobernabilidad es una noción más amplia que la de potestad pública – cuyos principales elementos son la Constitución, el parlamento, el poder ejecutivo y el poder legislativo-, supone una integración entre las instituciones concebidas formalmente y las organizaciones de la sociedad civil. Los valores culturales y las normas sociales existentes, así como las tradiciones o las estructuras sociales, son variables esenciales que influyen en este proceso de interacción.
Es esa gobernabilidad la que se debe proteger en esta crisis, a través de los mecanismos constitucionales ya establecidos; no forzando instituciones como la cuestión de confianza, controlando también a quienes desde otras orillas, como el gobierno, pretenden ejercer el poder sin mayor perfil ni alternativa. Un presidente que no fue elegido, que no tiene partido, tampoco representación congresal, y solo es pasto de una populista necesidad de construir una agenda a costa de un peligroso populismo y violación al concepto del estado de derecho, que consiste en CONTROLAR el poder y no reflejarlo.
Se debe pues a todo costo, con lo mejor de cada ciudadano, en un bálsamo de serenidad garantizar la Gobernabilidad, consolidar la democracia, sin corifeos de nuevas elecciones o cambios de constitución. Habida cuenta, la corrupción es un problema cultural, no es mandato constitucional, es problema de valores no de diseño normativo. Es también problema de institucionalidad, la misma que debe reforzarse y consolidarse. El país no requiere de aventuras populistas e inconstitucionales.