Desinformación: la mentira como doctrina para piratear la democracia

Jorge Morelli

La desinformación no es nueva, ni es infalible, ni tampoco es el arma definitiva. Pero al calor del vertiginoso desarrollo de las nuevas tecnologías, esta herramienta de guerra híbrida con sello ruso se ha demostrado mucho más barata y eficaz que otras formas tradicionales de conflicto.

«Busca generar ausencia de fe en las instituciones políticas y crear caos y disrupción. Evoluciona constantemente y es muy barata. Es un juego al que vamos a seguir jugando en el futuro», comenta la analista del centro de pensamiento The German Marshall Fund of the United States Kristine Berzina, en vísperas de las elecciones al Parlamento Europeo que se celebran entre el miércoles y el domingo.

Según ese «think-tank» transatlántico con oficinas en Bélgica y otros siete países, la manipulación informativa es una de las cinco nuevas amenazas para las sociedades democráticas, junto con las finanzas y las inversiones maliciosas, la colusión política y los ciberataques.

¿Qué es la desinformación?

También conocida como posverdad o manipulación informativa, la desinformación puede definirse como aquella información deliberadamente falsa y generalmente emotiva creada para ser difundida como arma política con el objetivo de generar narrativas que creen discordia y fragmenten las sociedades democráticas.

«El concepto de desinformación, al menos en lo relacionado con el Kremlin, no busca tanto convencer sino crear caos», explica una fuente europea familiarizada con este tipo de injerencias políticas, que coincide con otros analistas y expertos enciberseguridad consultados.

Historia

Se considera que el padre de la desinformación como «doctrina militar» moderna es Valery Gerasimov, jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Rusia desde el 2012, quien en el 2013 señalaba en un artículo sobre los desafíos de las nuevas formas de guerra que «el espacio de la información abre amplias posibilidades asimétricas para reducir el potencial de combate del enemigo».

«Las acciones asimétricas se han generalizado, permitiendo la eliminación de las ventajas de un enemigo en los conflictos armados», sostenía el estratega ruso, sancionado por la Unión Europea (UE) en el 2014 por ser responsable del despliegue masivo de tropas rusas en Ucrania.

La fábrica de trolls

En el 2015, la activista rusa Lyudmila Savchuk pasó dos meses trabajando de incógnito y por el equivalente en rublos a unos 700 euros mensuales en el número 55 de la calle Savushkina de San Petersburgo, un edificio de cemento gris y cuatro alturas con las ventanas condenadas y cámaras de seguridad en las paredes.

En su interior se encuentra la Agencia de Investigación de Internet (IRA, por sus siglas en inglés), una empresa del oligarca Yevgeny Prigozhin, apodado el «chef» de Vladimir Putin , al que Estados Unidos sancionó por haber lanzado campañas en redes sociales como Facebook para alterar el resultado de las elecciones presidenciales del 2016 que ganó Donald Trump.

Ese centro, popularmente denominado «la fábrica de trolls», dispone de un presupuesto de US$ 1.25 millones mensuales y una plantilla de unos 80 empleados, según estimaciones de Bruselas, que se organizan en turnos y se dedican a generar desinformación, inicialmente con mensajes sobre raza, LGTB, religión y armas.

La «fábrica de trolls», en cualquier caso, es solo uno de los brazos de la desinformación de Moscú que, según la Comisión Europea , destina unos 1,000 millones de euros anuales a medios de comunicación propagandísticos como la cadena de televisión RT (antes Russia Today, fundada en el 2005) y la agencia de noticias Sputnik (creada en el 2014).

Primeros pasos

Según un estudio del Instituto de Investigación sobre Crimen y Seguridad de la Universidad de Cardiff publicado este mes de mayo, la injerencia de esa industria de noticias falsas (fake news) en la política europea arrancó en las elecciones a la Eurocámara del 2014 y utilizó como banco de pruebas Grecia, que se veía entonces como el eslabón más débil de la UE por sus problemas financieros.

El objetivo de aquel «experimento» propagandístico consistía en sembrar dudas sobre posibles fraudes electorales a través de comentarios con fotografías que mostraban una supuesta falta de seguridad en los comicios.

Los expertos sospechan que la intensidad de aquella primera manipulación informativa rusa fue limitada debido al estallido simultáneo del conflicto de Ucrania, que centró los esfuerzos del Kremlin en ese país.

Desarrollo

«El 2016 fue el año del ‘despertar’ de las noticias falsas, aunque habían empezado antes» , señala una alta fuente europea en referencia a la filtración de datos personales de millones de sus usuarios de Facebook a la consultora Cambridge Analytica , a la que se le atribuye un papel decisivo en las elecciones de Estados Unidos y en el referéndum británico del Brexit. Desde entonces, se han registrado intentos de injerencias en distintos procesos electorales en Francia, Alemania, Italia, Holanda, Ucrania, Suecia y en el referéndum ilegal de independencia de Cataluña del 1 de octubre del 2017.

La desinformación ha aprendido idiomas y, más allá del inglés y el ruso iniciales, actualmente se difunde deliberadamente también en alemán, árabe, el búlgaro, estonio, rumano, moldavo, español, ucraniano y francés.

«Ahora es más borrosa», por ejemplo, a la hora de establecer quién está propagando la información ya que hay «actores domésticos» europeos que «copian» las tácticas rusas, indica Kristine Berzina.

Los imitadores han surgido no solo en Europa, sino también en China, Venezuela, Irán, India o Brasil en lo que parece se está convirtiendo en una táctica de guerra híbrida globalizada, coinciden los expertos.

¿Cómo funciona?

La desinformación muta y se adapta a las vulnerabilidades y especificidades de cada sociedad en la que pretende influir, en un mundo en el que unos 4,000 millones de personas tienen acceso a internet y el 75% de la población mundial utiliza teléfono móvil.

A partir del análisis de casi 3.5 millones de comentarios en Twitter, Facebook, Instagram y YouTube entre noviembre del 2018 y marzo del 2019, la empresa estadounidense SafeGuard Cyber distingue entre tres tipos de «malos actores»: los bots (sistemas automáticos), los trolls (personas reales) y los híbridos (personas reales que utilizan bots y similares).

«El volumen de desinformación se dirige a los Estados miembros de la UE para explotar y exacerbar fisuras sociales en desarrollo y problemas contenciosos casi en tiempo real», indica SafeGuard Cyber en su informe.

Libertad de expresión

Otro de los desafíos de la desinformación es el riesgo que el silenciar mensajes plantea en términos de libertad de expresión, uno de los valores fundamentales de la Unión Europea.

Los expertos recomiendan apostar por soluciones tecnológicas que permitan detectar patrones de comportamiento en redes sociales únicamente atribuibles a sistemas de inteligencia artificial o a acciones coordinadas de desinformación para defenderse ante nuevas formas de combate estrechamente ligadas a la ciberseguridad.