Salvo las encuestas, todo es ilusión

Richard Borja

“Salvo el poder todo es ilusión” es una frase atribuida a Vladimir Ilich Ulianov, conocido como Lenin, quien la usaba para afirmar un código moral en su actuar político revolucionario en la Rusia de fines del siglo XIX, principios del siglo XX. Lo usaba para expresar claramente que la principal preocupación de toda la acción política era conseguir el poder y mantener el poder, cueste lo que cueste. Desde entonces ha sido una frase muy presente en quienes sienten, digamos, cierta adicción al poder.

Lenin lo tenía muy claro, y tras la revolución de febrero que alejó del poder al último Zar ruso, Nicolas II; no dudó en apoyarse en el Kaiser alemán para retornar de su exilio de 10 años y volver a Petrogrado luego de la famosa revolución de febrero. Lo hizo en secreto en ese entonces para no dañar su legitimidad, (imagínense, coordinando con el enemigo de Rusia, lo que diría la gente) pero lo hizo, y una vez en suelo ruso pudo conspirar para acelerar la salida del provisional Alexander Kerenzky y montar todo aquel despotismo bolchevique cuyos desenlaces en el futuro ya son harto conocidos y sellados con el desengaño y el fracaso. ¿Por qué ayudó Alemania a Lenin y por qué este pidió ayuda? Es sencillo, el gobierno provisional optaba por seguir la guerra aliada contra Alemania y a estos les convenía crear zozobra en ese país para debilitarlos. Así es la política, un intrincado de intereses que nunca sigue líneas rectas y predecibles, sino fangosas e inverosímiles rutas que solo los perspicaces logran advertir.

No pretendo hacer un parangón, pero en el Perú estamos viviendo una suerte de revolución silenciosa, con otros métodos, otras formas, pero los mismos fines. Esa dicotomía pueril de quienes están a favor de la corrupción o son corruptos versus quienes combaten la corrupción y no son corruptos, sencillamente no existe. Esa percepción solo es posible por la ventaja propagandística de quienes tienen el poder y lo usan para socavar la credibilidad de sus oponentes políticos, entre los que, sin duda, hay corruptos y gente muy mediocre que nos avergüenzan a todos; pero eso sucede igualmente en quienes ahora los llevan al juicio popular y al tribunal desde la otra vereda. Creer lo contrario sería una candorosa ingenuidad y el tiempo, el sabio tiempo, lo sentenciará.

Aynd Rand decía que uno puede negarse a aceptar la realidad, pero no puede negar las consecuencias de negar la realidad. Ese es casi un imperativo ontológico que nos lleva a ver con claridad que lograr el poder y luego conservarlo es una preocupación recurrente de quienes desconfían o relativizan el valor de la democracia, pues en ella las reglas están claras y los plazos de gestión para el poder también, por lo que aquello de lo que hay que ocuparse mientras tanto, es cómo usar el poder para atender las expectativas que este genera en la gente y sus necesidades concretas del día a día, que distan mucho de los espejismos emotivos que se han gatillado desde la poderosa industria mediática y que vienen distrayendo la percepción ciudadana, cual una emocionante secuencia de capítulos cuya trama ya envolvió a la mayoría.

Y es que quienes desconfían de las democracias o las desprecian, no respetan sus instituciones y juegan al equilibrio en las líneas peligrosas de sus márgenes, superponen la vital necesidad de tener la aprobación de la ciudadanía por todos los medios posibles y dejan de hacer lo correcto, para hacer lo necesario, siempre tras el propósito de cuidar el poder, acumularlo y usarlo a discrecionalidad, entrando a un peligroso callejón de Pandora. Eso se llama populismo y es el gran mal de estos tiempos, y si viene con desprecio por las reglas democráticas y tintes autoritarios, es aún peor. Solo basta que miremos a Venezuela.

Las últimas encuestas reflejan un incremento en la aprobación del presidente de trece y cuatro puntos porcentuales, según cual sea la encuestadora. Es sospechoso que haya tanto margen de distancia entre uno y otro resultado, pero finalmente era predecible, luego de confrontar a un congreso deslegitimado y convertido en depositario de todo lo malo que pasa en nuestra política nacional y dar medidas para la tribuna, como la de restringir la entrada de venezolanos al país. Todo ello bajo la sensación ampliamente difundida por los medios masivos de comunicación respecto a cerrar el congreso. Era evidente que dichas medidas atendieron la imperiosa necesidad de frenar la caída en las encuestas que ya tomaba visos de tendencia irremediable. Golpear al congreso y a los venezolanos, siempre cae bien.

Gobernar con encuestas y con populismo es parte del artificio de la gestión política de estos tiempos, donde los medios de comunicación, los grupos empresariales y los tecnócratas “independientes” amplían su espacio de poder y se afincan plácidamente en los campos públicos de nuestra cada vez más colosal y lenta estructura estatal recogiendo las suculentas cosechas del rico presupuesto, que sin embargo no llega a donde espera la necesidad real de los peruanos, cuando acabe la función podremos verlo. Recordando al viejo Lenin y revistiendo su popular frase, podríamos decir que por estos lares y más de cien años después… Salvo las encuestas, todo es ilusión.