MENUDAS FIESTAS (A propósito del Inti Raymi y las Fiestas del Cusco)

José Antonio Olivares

Menudas fiestas; bajo los ponchos colorados, late el descontrol, se hace multicolor la creación de desechos, de todas las formas de todos los tipos; abunda el plástico de envolturas y recipientes de comidas y bebidas; lo mágico engendra mundanas secreciones y se agiganta la pasión por el carnaval en su versión más procaz. Descontrol y exceso que cada año el Cusco, ombligo del imperio del sol soporta impenitente.

Plazas y calles de la monumental ciudad, han dado paso a febriles danzadores y bailadoras, que pululan, que cantan, que se entregan al frenesí de la danza, casi todos  al ritmo del alcohol más que de la comparsa, ¡la fiesta lo justifica todo! Ya casi es 23 de junio, vísperas del día grande, un mes bailando ya desborda todo parámetro, agitados los parroquianos dejan oficinas y quehaceres. Raudos con sombreros en la mano y otros atavíos a cual mejor, algunas con vaqueriles prendas de Chumbivilcas, elegantes ahora a la  moda para la ocasión, los más con ponchos rojos, los otros con chullos y mantas, ansiosos de llegar a su ubicación para el desfile estelar; sobresalen de algunos bolsos y bolsillos sutiles botellas con licores y aguardientes, pronto se mezclaran con la infaltable cerveza, que agazapada espera en las esquinas próximas de la avenida El Sol.

Antes, alguna noche anterior se reventaron petardos, y artificios vistosos, se hizo de la plaza y alrededores, campos devastados por el exceso de casi todo y todos; y claro, las piedras quedaron mancilladas en desbordante úrea, que a raudales corría calle abajo.

Casi un mes de algarabía, contenida solo por el buen entender; o mejor dicho, por el mejor querer de cada paisano, muchas horas invertidas en la danza y el vestuario, mucho entusiasmo en el poncho la pollera y la banda, que surgen emotivamente durante cada junio; una vez al año nos ataviamos de llicllas y bayetas, una vez al año, desborda el sentimiento que once meses guardamos en los armarios de la duda y hasta de la vergüenza.

La fiesta ha mezclado los permanentes y airados reclamos de identidad, respeto y reconocimiento de nuestra cultura. Ciudad y tradición con la fiesta, con esa que permite todo en nombre de la celebración, desde transformar las calles en letrinas hasta rendir culto a nuestra tierra con orgiásticos comportamientos.

Mientras tanto, las entidades; esas instituciones llenas de rimbombantes nombres y hombres, solo se han limitado a cabalgar esta inercia, la Empresa de Festejos Municipales, se dedica a llenar un calendario grandilocuente,  hasta con el Corpus Christi hace parte de su gestión, la tradición y rito que no organiza ni administra. Estas fiestas se llenan con desfiles de cada colegio, de cada universidad, y de quien puede volcarse con vértigo sobre la Plaza de Armas, para mostrar su entusiasmo, sus ganas de celebrar y en muchos casos, lamentablemente solo el deseo de desbordar.

No me opongo al jolgorio, pero creo que esto de celebrar debe tener algo más de contenido y de personalidad. Un sentido, como el que la generación de los Humberto Vidal  Unda, los Faustino Espinoza Navarro y otros quisieron darle al mes del Sol, de progreso de identidad de ser notables en el mundo.

Las fiestas deben celebrar y mostrar lo que se ha conseguido, y plantear lo que quiere conseguirse; los pasacalles, por ejemplo; debieran ser escenario de lo que las universidades han investigado, de sus avances y aportes en ciencias y artes, tecnología; y expresar aun danzando, sus aportes en humanidades. Las fiestas y las danzas no solo deben ser pretexto de un carnaval desordenado, pues hasta ahora muchas presentaciones de casas académicas se han esmerado en presentar diabladas y morenadas que por bellas y señoriales siguen siendo de madre Colla.

Las expresiones de otros lugares claro que tienen cabida, pero como embajadas que se suman a nuestro festejo, no como piezas de corsos sin identidad.

La presentación de Bellas Artes, marca diferencia, siendo la más audaz de todas las expresiones de estas fiestas, audacia que debería ser coronada con la idea de un verdadero museo de arte contemporáneo, o una pinacoteca moderna. Por no mencionar los otros museos que nos debe nuestra estirpe y que solo hemos improvisado precariamente.

La Sinfónica, que de igual forma se suma a los festejos, lo hace con mucho esfuerzo, pero sigue aún clandestina, con presentaciones desde algún claustro o iglesia, o escenario improvisado. Es momento que las fiestas nos hagan pensar que esta tierra sagrada, requiere de un auditorio a la altura de nuestras glorias, capaz de expresar la prepotencia de nuestros andes, en cada acorde, en cada trompeta y en cada nota que testarudamente surgen de los corazones de nuestros artistas.

Estas fiestas, han desnudado muchos nervios y carencias de la urbe, pocos espacios públicos, casi nulos servicios, abrumadora cantidad de basura y contaminación, que no encuentra ingenio ni gestión para su manejo. Qué decir sobre servicios higiénicos para los pobladores, ¡no existen!!. Tráfico salvaje, sin control ni perspectiva, casi una ciudad neurótica, sin servicios públicos ni mínimas regulaciones. Estas fiestas deberían, en fin, alentar la dimensión del discurso político, para integrar en su contenido estos aspectos, que por domésticos no son menos importantes que los temas de fachada.

Estas fiestas deberían ser pretexto para que bailando y gozando, también se piense qué somos, y a dónde vamos, para que creemos un liderazgo local y nacional que nos pueda catapultar a ser la capital de América, el ombligo que ya no somos.