El quintacolumnista Marx

Charles Philbrook

Qué tales años los que nos ha tocado vivir.  En lo económico vemos cómo una teoría, la keynesiana (que se enseña en las universidades como si fuese una suerte de evangelio), se juega sus últimas cartas, sus últimas balas. Los Estados, a ambos lados del Atlántico norte, están dispuestos a apostar todo su arsenal monetario y fiscal buscando darle pronta solución a una crisis, la de 2008, que (repito) nunca acabó. 

¿Cómo se llega a una crisis que parece no tener solución? Pues bien, llegamos a esta gracias al monopolio que los bancos centrales tienen sobre la creación de dinero y al férreo control que ejercen sobre el mercado crediticio de corto plazo (pueden llamarle “tasa de referencia” o “fed funds” a la tasa de interés que controlan, el hecho es que así subyugan al erróneamente llamado “libre mercado”).  Son escasos los economistas que demuestran interés en saber que en los Estados Unidos, de 1837 a 1862, no existió un control estatal sobre la emisión de dinero, la era de banca libre o “Free Banking”, y sin embargo ese fue el periodo de mayor crecimiento económico en el país del norte.  Yendo al grano: cada vez que un banco central crea de la nada, ex nihilo, un sol, un dólar o la unidad monetaria que sea, en esencia lo que hace es inyectar deuda en el sistema económico, la que a su vez es amplificada ene veces por la banca comercial en forma de créditos.  (Esta piramidización del crédito depende de la tasa del encaje legal,) Esta deuda adquirió un crecimiento exponencial en los últimos años, y ese es el origen de esta crisis. Los bancos centrales crearon cantidades astronómicas de dinero que los bancos comerciales amplificaron en forma cuasi infinita prestando a clientes que no tenían ni los medios ni los ingresos para pagar esos préstamos, los que se usaron para comprar casas, autos y todo lo que la imaginación pidiera y el nivel de ingresos impidiera.

Pongamos este ejemplo para que se pueda entender lo insostenible de todo crecimiento exponencial en un mundo finito. Vamos a suponer que colocamos una gota de agua en el centro del campo de juego del Estadio Nacional. Si cada minuto que pasa duplicáramos esa cantidad, es decir, una gota el primer minuto, dos el segundo, cuatro el tercero, ocho el cuarto, dieciséis el quinto, treinta y dos el sexto y así sucesivamente, ¿en cuánto tiempo se llenaría de agua por completo el Estadio? ¡En una hora! Lo interesante es que es en los últimos cinco minutos en los que se llena el 80% que aún queda por llenar. Visto gráficamente este crecimiento tiene la forma de un palo de hockey.

Ahora bien, ¿existe alguna solución para esta crisis de deuda? Y si no la hubiese, ¿qué hacen los Gobiernos tirando la casa por la ventana? ¿Podrán estarse jugando su propia existencia? Pongamos esta crisis en perspectiva: de las cerca de veinte que cuentan los historiadores desde la tulipmanía, en Holanda, en el siglo XVII (bien podría ser la primera), esta es mucho más grande que todas las otras juntas. Lo diferente de esta yace en ciertos aspectos indestructibles en su naturaleza. Véalo así: toda crisis produce una dinámica por la cual los excesos en el sistema se eliminan, se purgan. Y eso, al igual que lo que sucede en el cuerpo humano, forma parte del proceso de curación. En economía estas purgas se llaman “bancarrotas”. Pues bien (y obviando el hecho de que estas han sido declaradas ilegales en el sistema bancario, siempre y cuando el banco sea “demasiado grande para quebrar”, Too big to fail, en inglés), la aparición de una serie de derivados financieros, entre estos los CDS (Credit Default Swap), no solo mantiene intacta la deuda original, la subyacente, sino que la multiplica varias veces. La empresa ABC, entonces, puede quebrar e incumplir con el pago del principal en su emisión de deuda, digamos, unos $10 millones, pero para todos los bancos de inversión, hedge funds y aseguradoras que hicieron plata vendiendo estos CDS, la deuda original —que pudo haber sido multiplicada ene veces— sigue en pie, vigente. Esa deuda, cual zombi, no desaparece del sistema. ¿Y a cuánto llega el tamaño de este mercado de CDS? A unos 100 trillones de dólares, el mismo tamaño de la economía global —y aún nos queda un largo paseo por el mundillo oscuro e incomprensible de todos los otros derivados, que juntos alcanzan un tamaño que ya supera en 20 veces a la economía global. ¿De dónde salió todo ese dinero que engendró estos monstruos? (Ahora ya entiende por qué esto es demasiado grande para todos los Estados, y por qué podrían estarse jugando su propia existencia.)

Los planes de rescate financiero que han puesto en marcha los Gobiernos en Europa y en Estados Unidos bien podrían estar condenados al más abyecto fracaso, desde el momento que ninguno de estos tiene en cuenta algo fundamental: el exceso de deuda en el sistema (estos planes se financian con más deuda pública y más “liquidez” —léase deuda—). Lo último que le hace falta al mundo es precisamente más de lo mismo. Un problema de inundación no se soluciona con más y más agua (¿podrán entender esto los burócratas?). La deuda global combinada, pública y privada, supera largamente los $100 trillones (millones de millones), que equivale a más de un 250% de la economía mundial. En Estados Unidos, poco antes del crack del 29, esta deuda ascendía a un 160% del PBI (hoy, en el país del norte, ya supera el 350%). No hay manera de saber en qué momento se llega a “ese” punto de saturación, de exceso sistémico, pero si el ejemplo de la gota de agua en el Estadio sirve de algo, el verse rodeado de burbujas podría ser una buena señal de la cercanía del final.

Todo lo dicho en nada refleja el fracaso del “libre mercado”. No se puede afirmar que ha fracasado algo que nunca existió. Si algo ha quedado desacreditado, una vez más, es, precisamente, la intervención estatal en los mercados, la participación de los bancos centrales en el mercado monetario y los diez puntos del programa del Manifiesto Comunista de Karl Marx, quien, habiéndolos redactado en 1848, nunca imaginó que uno de estos podría ser usado posteriormente como factor quintacolumnista en esta crisis financiera de proporciones bíblicas. El Manifiesto busca la destrucción del orden social burgués, el cual, luego de abolida la propiedad privada, será reemplazado por una sociedad sin clases ni Estado. Consta de un preámbulo y cuatro capítulos, uno de los cuales, el segundo —“Proletarios y comunistas”—, formula diez puntos de acción, que, una vez implementados, deben llevar a la transición del capitalismo al comunismo (saltándose en garrocha al socialismo). El punto cinco del Manifiesto es de lo más interesante, no solo porque es la mejor descripción de las funciones de los quintacolumnistas bancos centrales, sino porque hasta ahora no se cuestiona qué hace esta recomendación comunista en una economía de supuesto libre mercado. “Se debe crear un banco nacional —recomienda Marx— que monopolice la emisión de dinero y centralice el crédito.” Pues bien, se monopolizó la emisión y ahora la crisis lleva a que los Estados se hagan del crédito. ¡Cuán orgulloso estaría Marx! Su odio visceral por la burguesía lo llevó a buscar el triunfo en la destrucción frontal de esta, cuando en realidad el triunfo yacía en el trabajo clandestino, en la Quinta columna del general Mola, en el quinto punto de su Manifiesto.