La clase media al poder

Hernán Garrido Lecca

El Perú, la Peruanidad, es un continuo histórico cuyos orígenes se remontan a hace más de 5.000 años y los peruanos de hoy somos herederos de ese legado y responsables de su devenir.

La revolución más importante que ha vivido nuestro país en los últimos 30 años, ha sido la formación, por primera vez en nuestra historia, de una verdadera clase media (antes solo llegamos a tener, intermitentemente, una clase en el medio).

Ante la claudicación de las élites (política, empresarial, académica y laboral/sindical) y la arremetida de la Nueva Oligarquía (esa minoría que bajo inspiración de Gramsci ha logrado enquistarse estratégicamente en el andamiaje del Estado y las entrañas de la sociedad tras haber fracasado, recurrentemente, en sus febriles intentos de tomar el poder primero por las armas y luego por las urnas), emerge la necesidad urgente de construir y explicitar la agenda política y económica de la Clase Media en el Perú.

La insurgencia política de la clase media es no solo inexorable porque representa el 52 por ciento de la población peruana sino porque, además, es la única forma de darle gobernabilidad a un país en el que las élites –insisto– han claudicado y la Nueva Oligarquía amenaza la existencia misma de la clase media por su despreocupación por el crecimiento económico (“salvo el crecimiento, todo es ilusión” sentenció Waldo Mendoza hace algunos años) y por su desprecio por los valores de la gran mayoría de los peruanos, en aras de una sociedad que “proteja los intereses de las minorías” (cuando, en la cancha, lo que se observa es la imposición de una agenda de las minorías en detrimento de los derechos de las mayorías).

Defender, por ejemplo, los derechos de la comunidad LGTBI hoy es “fashion” y “políticamente correcto”. Yo pregunto dónde estaban hace 30-40 años algunos de mis coetáneos que hoy aparecen como adalides de esa causa. ¿Cobardes? ¿No era “fashion”? ¿Dónde mierda estaban? Yo ya defendía esa causa y llamo al estrado a mis amigos Gracia Aljovín y Óscar Ugarteche (por mencionar solo dos) si alguien me solicita testigos. La Nueva Oligarquía está usando políticamente al movimiento LGTBI para construir gramscianamente su red de apoyo político. La verdadera democracia es hacer lo que manda la mayoría pero respetando los derechos de la minoría. En el Perú, hoy, estamos en una sacha democracia en la que una minoría organizada impone su agenda a una mayoría desorganizando, pisoteando sus derechos. “¿Cuáles?”, te acabas de preguntar tú, caviarón, que no resististe la curiosidad de leerme. Te contesto: el derecho a educar a nuestros hijos de la manera que mejor nos parezca; el derecho a una economía libre con igualdad de oportunidades; el derecho a preservar la vida en la forma que a cada uno le parezca; el derecho a preservar la familia tradicional con respeto a otras estructuras familiares; el derecho al debido proceso y la presunción de inocencia; el derecho al buen nombre ante el poder demoledor de un oligopolio mediático; el derecho a competir en un mercado en donde los abusos de posición de mercado, oligopolios y monopolios constituyen estadísticamente la regla antes que la excepción, y en donde los derechos de los consumidores son violados cotidianamente y prevalecen los tiranos económicos que imponen precios como los tiranos políticos nos han impuesto restricciones a la libertad en el pasado. ¿Suficiente?

Es indispensable darle voz a las demandas de las más de 6 millones de mypes, urbanas y rurales, que constituimos la red de creación de empleo y valor que sostiene la vida cotidiana de la gran mayoría de peruanos: la inclusión, financiera y comercial, de las mypes agropecuarias –en particular–, es la única forma de democratización del sueño del emprendimiento propio en todos los rincones del Perú.

Es indispensable organizarnos para la lucha contra toda forma de concentración de poder económico porque creemos firmemente en una economía de mercado pero sin tiranos económicos. Si la Primera República, forjada hace casi 200 años, nació para librarnos de todo tipo de tiranía política, la Segunda República que habrá de forjar la insurgencia de la clase media, los micro y pequeños empresarios, los medianos empresarios, los profesionales independientes y los trabajadores dependientes, ha de ser la República en que más temprano que tarde aboliremos toda forma de dictadura.

Tenemos que construir un sistema de resolución de conflictos con el imperio de la Ley y no del dinero. El MEF tiene que entender que darle recursos al Poder Judicial para mejorar su eficiencia no es un gasto sino una inversión. Tengo la firme convicción de que un punto de PBI invertido en el Poder Judicial no solo genera al menos el doble de puntos adicionales de PBI en periodo máximo de tres años, sino que traerá bienestar a millones de peruanos que hoy son presa de la kafkiana realidad impuesta por la deficiente calidad en la administración de justicia. Déjenme ponerlo así: estoy seguro de que esto hará que la vida de muchos peruanos sea más feliz (¿acaso no se trata de eso al final de todo?). Además, todos renovaremos nuestra fe en la democracia.

Nosotros, la clase media, tenemos que reivindicar la creatividad como parte de nuestra cultura y recurrir al conocimiento milenario de nuestros ancestros y a la imaginación y capacidad de innovación de nuestros jóvenes. La globalización es bienvenida, pero peruanizar el mundo (como lo hicieron nuestros antepasados) tiene que ser, también, parte de nuestra agenda. Debemos pensar no solo en producir sino, también, en inventar en el Perú, porque nuestro mercado es el mundo entero.

Tenemos que transformar la forma en que nos educamos, desaprender para aprender lo que el siglo XXI requiere que sepamos.

En cuanto a la Salud, debemos tener claro que tan importante como poder curarnos es saber cómo no enfermarnos. Malasia tiene el mismo gasto per cápita en Salud que el Perú y tiene estándares del primer mundo. Créanme: no es cuestión de plata, es cuestión de gerencia y voluntad política. Conozco bien el sector.

Por último, es necesario desterrar del Estado a quienes no entienden lo que necesitamos o no tienen lo que se requiere para gobernar. Para gobernar el Perú se requiere angustia en el alma por los problemas del país; indignación en el corazón por la incapacidad del Estado y la Sociedad para enfrentarlos; competencia tecno-política y honestidad comprobada para valerse de la información existente para encontrar soluciones; y una gran dosis de valor para enfrentar las consecuencias de cambiar las cosas en un país en el que lo más sencillo para quien gobierna es, siempre, no gobernar sino sobrevivir, pensando en la quincena e ignorando la historia.