Gobernar en la ilegitimidad

Sergio Tapia

Aristóteles fundamentó la distinción de tres formas de gobierno para las sociedades políticas, históricamente apareció la monarquía, pues, a través de la unidad de mando se procuraba la unidad de la comunidad gobernada. Por ello, las comunidades políticas tienen su inicio y forjan su unidad, bajo la unidad de la corona. Constituyen antecedentes históricos propios a nuestra identidad, el Tahuantinsuyo bajo la autoridad monárquica del Inca cuzqueño, y la unidad española bajo la reina Isabel de Castilla. Y, aunque en nuestros días se juzgue maledicentemente a todas las monarquías de la historia; es la monarquía bien entendida (sin absolutismos, ni deformaciones), una forma legítima de gobernar.

Lograda la unidad política, la siguiente aspiración de los pueblos fue lograr la competencia en el mando. Surge entonces la aristocracia o el gobierno de los más capaces. Hoy, el término se enreda en las confusiones del vocabulario políticamente correcto, y se desestima la aristocracia como una de las válidas y legítimas formas de gobernar.

Finalmente, con el desarrollo de la madurez política de los pueblos y con el mayor número de personas capaces para gobernar, la comunidad está en condiciones de asumir la tercera forma legítima de gobierno, la república o democracia. Entre estas tres formas legítimas de gobierno, se constituye un círculo virtuoso.

Pero, a cada forma legítima para gobernar, le corresponde una forma ilegítima, que resulta de la corrupción de cada una de las tres formas legítimas. La tiranía es la ilegitimidad de la monarquía, el rey malo es el tirano. La aristocracia se corrompe y da paso a la oligarquía, se ilegitima porque trastoca la cualidad de la prudencia y la capacidad para gobernar, con la riqueza patrimonial y externa, que no es sinónimo de sabiduría para la política. Finalmente, la república o democracia, se ilegitiman en un proceso que transcurre por varias etapas: demagogia, anarquía y oclocracia. Las tres formas ilegítimas constituyen un círculo vicioso, que cuesta superar.

Santo Tomás de Aquino, al abonar con el aristotelismo la cultura cristiana, en el siglo XII, afirma que la mejor forma de gobierno es aquella que reúna la unidad de la monarquía, la competencia de la aristocracia y la libertad de la república o democracia.

El presidente Vizcarra echó por la borda Diálogo que se logró obtener gracias al estilo elegante, caballeroso, paciente y de acertado tino del señor Olaechea.

Pero, el presidente Vizcarra niega al Congreso la atribución de investigar y fiscalizar. Censuró a la Comisión de Educación porque investigará a la SUNEDU, y a la Comisión de Fiscalización porque investigará a las encuestadoras y si su Mensaje presidencial del último 28 de Julio fue aprobado previamente por sus ministros.

Pero, el texto del Proyecto de reforma constitucional, para adelantar un año las elecciones generales, que tiene cinco artículos; agrega un párrafo al artículo 112, para reiterar la no reelección inmediata de quien juramente como presidente; tema al que innecesariamente dedica 8 de las 16 páginas de la Exposición de Motivos. Las páginas restantes las dedica a los otros cuatro artículos que, son las “disposiciones transitorias especiales” que se agregarían al texto constitucional.

Es curiosa la autoestima totalitaria del presidente, quien tan sólo dedica un párrafo y medio de la Exposición de Motivos para tratar el porqué del adelanto electoral. Y, se atribuye la potestad de operar cambios constitucionales. Lo cual, además de ser un error, acusa provenir de una concepción totalitaria. Es ilegitimo que el presidente se atribuya una facultad que la Constitución no le concede. Pues, presentar “iniciativas” para modificar la Constitución, también les corresponde a los ciudadanos y a los propios congresistas, conjuntamente con el presidente. Pero, es un derecho a dar inicio a un procedimiento, no es una facultad que opera el cambio constitucional.

El presidente Vizcarra aún no ha comprendido su rol para proponer modificaciones constitucionales, según el artículo 206. Obviamente, este error y sus exabruptos le hacen perder aceleradamente la legitimidad para gobernarnos: ¡Con cuidado, señor presidente!