Dictadura vestida de elecciones…

Duró casi 25 años, ningún golpe de Estado interrumpió el mandato constitucional, ni el estado de derecho. Fue un  período democrático que lego quizás el mayor progreso de nuestra historia, lo cual puede, naturalmente, llevar a pensar que la democracia se ha convertido en el sistema político estable que organiza la sociedad y el poder en nuestro país. De hecho es lo que piensan o creen casi todos.

Las turbulencias, las grandes incertidumbres y las carencias que vivimos se suelen vincular a fallas en la economía, a errores en las políticas públicas o al mal desempeño de los altos funcionarios del Estado por un amplio abanico de motivos, desde la ineptitud hasta la corrupción. Sin embargo, a pesar del convencimiento difundido de que vivimos la victoria de la forma democrática de gobierno, en gran parte nuestras crisis e insatisfacciones provienen de una democracia en involución, que va perdiendo las condiciones para organizar la sociedad y el poder. Nuestra democracia tiene males endémicos.

La usurpación del poder por la fuerza, es uno de ellos. Pero ésta no es la democracia por la que muchos nos movilizamos durante la dictadura de hace ya dos y pico décadas; Queríamos que retornara el derecho a la vida, a la seguridad, a la libertad en todas sus formas, y que cesara la arbitrariedad. Soñábamos con un poder que se sujetara a la ley, y no una ley que se adaptara a las necesidades del poder. Los dictadores creaban a cada paso «su ley» y, aun así, la violaban.

El dictador ha creado ahora sus interpretaciones de la constitución para poder violarla.

Todo aquello que nos motivaba tenía un nombre que hoy puede sonar abstracto o vacío. Queríamos el retorno, o más bien la creación, del Estado democrático de derecho, que define una cierta manera de elegir los gobiernos, de guiar y controlar su actuación y velar por los resultados de su acción. Es ese Estado democrático de derecho el que ha sido duramente golpeado en nuestra Patria. Hoy nos toca vivir  un golpe silencioso, disimulado y, lo más grave, inadvertido que se le ha dado a la democracia y nuevamente con la complacencia y complicidad de la mayoría.

Este no es sólo un mal nacional. En varias sociedades de la región la democracia ha ingresado en un período de cambios que alteran su valor y significado originarios. Nosotros somos un caso notable de estas alternaciones que se traducen en el deslizamiento hacia una forma ambigua e inquietante de organización política, «el autoritarismo presidencial». Habrá elecciones, pero el Estado democrático de derecho cada vez menos regulara  la vida en sociedad y el funcionamiento del poder. Si miramos más allá de nuestro territorio, Venezuela es el caso más avanzado de esta degeneración de la democracia.

Existe un consenso entre quienes estudian estos temas en que las democracias deben cumplir con tres condiciones: los gobernantes deben ser electos por la voluntad popular mediante elecciones libres y limpias, deben ejercen el poder cumpliendo con el Estado de derecho y el resultado de su actuación debe mejorar el bienestar general. Las próximas elecciones para un congreso de año y medio no auguran el cumplimiento de esos elementos, más bien auguran una degeneración castro chavista.

En suma, una democracia es tal por su origen, sus procedimientos y sus resultados. Si las dos últimas no fueran condiciones necesarias, alcanzaría con ganar una elección sin fraude para que un gobierno sea considerado democrático. Después podría suceder casi cualquier cosa, incluyendo la violación de libertades básicas o decisiones típicas de un régimen autocrático. Sólo quedaría en pie la democracia electoral, pero no sólo de elecciones vive la democracia. Además no habría que olvidar que la elección por sufragio universal es en rigor una consecuencia del Estado de derecho. Votamos para elegir porque es parte de nuestra estructura normativa.

En nuestro país hay síntomas preocupantes de estas regresiones, pero estamos lejos de darle la dimensión adecuada al peligro que representan. En ese sentido, uno de los principales problemas es la dificultad para comprender la naturaleza y los alcances de esta cuestión, y el lugar que debería ocupar en la agenda pública. Más que plataformas electorales leídas por pocos y ejecutadas por menos, sería importante que los candidatos tomaran posición sobre esta cuestión y sus maneras de abordar el problema, pero no es -como puede verse- el caso.

Cuando el Estado democrático de derecho se degrada, también se debilitan el conjunto de normas (y su aplicación) que una sociedad se ha dado a sí misma para regular las relaciones de las personas, las organizaciones y el Estado. ¿Por qué alguien no puede matar impunemente? Porque, entre otras cosas, hay una norma que lo prohíbe y una pena que lo disuade. De la misma forma, una empresa está obligada a prestarle el servicio que usted contrató para recibir un pago a cambio. Y, sobre todo, están las normas que regulan la relación de quienes ejercen el poder político con el resto de la sociedad. El presidente, aunque tenga la legitimidad de las elecciones, no puede tomar cualquier decisión sobre la vida y la hacienda de las personas, sino que debe hacerlo respetando las normas que regulan esas cuestiones. El poder de un mandato no es, en democracia, arbitrario: debe sujetarse a las normas y ser controlado. En una tiranía el poder se ejerce con arbitrariedad absoluta; en democracia, el poder se ejerce con legalidad absoluta. Este enorme andamiaje que protege nuestra vida en sociedad, que nos otorga derechos y obligaciones, nace, a su vez, de la legitimidad popular: quienes dictan las normas representan a la sociedad. No se trata sólo del Estado de derecho a secas, sino del Estado democrático de derecho.

Nuestro país no debe deslizarse en la pendiente del «autoritarismo electoral». El debate de estas cuestiones es vital para nuestro futuro. ¿Qué dicen los principales candidatos?  Todos son ahora candidatos de  renovación? Se ha eliminado a la oposición electoral?, Hemos ingresado en solo un  neo carnaval electoral? Ahora  todos  Callan y sonríen en los programas de gran audiencia, con un silencio estremecedor sobre estos asuntos, que los hará  corresponsables de la declinación de nuestra democracia.

(El presente texto, es una Adaptación de un artículo escrito por Dante Caputo,  para la NACION).