Informalidad y corrupción

Charles Philbrook

Sobre la corrupción (y algo menos sobre la informalidad) se ha escrito tanto o más que sobre la existencia o no de Dios.  Existe aquella.  Es un hecho, desde que el hombre vive en grupos, clanes y ya mucho después en sociedad.  Hay países que son (sobran adjetivos) más corruptos que otros.  Entre los nórdicos esta es mínimo.  Entre nosotros, en cambio, los peruanos, es una enfermedad para la cual nadie parece encontrar un remedio.  (Nadie quiere encontrarle uno, sería más preciso.)  Todo político ´medianamente´ inteligente (y la gran mayoría lo es) sabe que prometer, en democracia, es solo una promesa, no una obligación.  Así son las cosas por estas latitudes.  García Márquez se llevó un Nóbel por describir la vida en Macondo.

Se habla de subirles los sueldos a los burócratas para que así tengan más que la canasta familiar cubierta.  Pero esto obvia algo elemental en la naturaleza humana.  El apetito se despierta comiendo.  Quien más tiene, más quiere, con las excepciones del caso, queda claro.  ¿Por qué pagarle más por trabajar en el sector público a quien en el sector privado no brillaba por su talento?  Si llega al cargo por la amistad con el ministro o por la que pueda tener con el presidente de turno porque en algún momento le llevó el maletín, pues entonces que del sueldo de ellos salga lo que exija ganar el señor.  Pero no del bolsillo del contribuyente.

Tiene que ser más que evidente, porque los hechos eso demuestran, que la corrupción y la informalidad son el anverso y el reverso de la misma moneda.  Tenemos los peruanos el nada honroso privilegio de ocupar los últimos lugares en los índices mundiales de corrupción y de (curiosamente) informalidad. 

Ese no fue siempre el caso.  Dicen que toda regla viene con su excepción bajo el brazo.  Más de un estudio encuentra que en 1970 un 70 % de la economía peruana era ‘formal’. Y que el nivel de corrupción, si bien siempre existió, ni de cerca alcanzaba el nivel de hoy.  Ha pasado casi medio siglo desde entonces, y lo que era una pequeña infección ha hecho gangrena en el cuerpo social.  Hoy un 70% de la economía es ‘informal’.  Y, ¡claro!, la corrupción que ya lo abarca ¿todo?

En 50 años esto es lo que ha pasado en nuestro país, señor doctor: el número de gente que trabaja en el Gobierno se ha multiplicado en una proporción que no guarda relación con el crecimiento de la población en Perú, pero que sí la tiene con el clientelismo político, virus de todos los males en esta sociedad.

¿Cómo puede ser posible que en Estados Unidos, que cuenta con una población diez veces mayor que la nuestra, el número de empleados federales sea casi similar al de los que pululan en nuestros ministerios?  Clientelismo político.  Crudo y duro.

Todo burócrata sabe que, desde el primer día, su trabajo consiste en hacerle la vida no exactamente fácil al contribuyente.  Vaya allá.  Pague allá.  Notarice esto.  Le falta este documento… ¿No trajo su recibo…?

Casualidad no es.  Quien está desesperado por que un trámite que demora, ¿qué hace?  Obvio: todo engranaje que chirría pide aceite, y aceite es lo que recibe.  De 1970 al presente cientos de miles de normas, regulaciones, normas, regulaciones, normas, regulaciones…, (y trámites) atosigan al desafortunado ciudadano peruano.  La corrupción y la informalidad no son taras institucionales de naturaleza distinta.  Son el anverso y el reverso de las monedas que el peruano lleva en el bolsillo, bolsillo que le pertenece a su Estado.