El oficio de gobernar

Hernán Garrido Lecca

Gobernar es decidir. Quien no ha desarrollado la capacidad para decidir sin información completa, con un buen grado de incertidumbre casi siempre, no es apto para gobernar. Es cierto que para gobernar se requiere una serie de competencias, pero ninguna de ellas o todas ellas juntas sirven de algo si quien pretende gobernar es incapaz de decidir sobre lo que realmente importa (pues hay gobernantes que encubren su incapacidad para decidir decidiendo sobre cosas irrelevantes para mejorar la vida cotidiana de los gobernados: cerrar un Congreso dizque obstaculizador, por ejemplo).

Gobernar es informarse. Información incompleta no es ausencia de información. Gran parte de lo que nos brindan los medios de comunicación no es más que un mar de conocimiento con un centímetro de profundidad. El INEI, el BCR y el MEF, principalmente, producen valiosa información que los advenedizos en el poder ignoran por ausencia de formación. Las políticas públicas han de estar basadas en evidencia. La evidencia de lo que funciona y de lo que no funciona existe. No usar la información existente no solo es desidia sino perversidad.

Gobernar es escuchar. La humildad para escuchar no es una virtud sino un insumo para el buen gobierno. Quien pierde la capacidad de escuchar a su entorno y a sus adversarios, está condenado, tarde o temprano, no solo al error sino al aislamiento y eso -téngalo usted por seguro- conduce al rompimiento con la realidad (el paso previo al autoritarismo). La palanca más poderosa para imprimir eficacia a un gobierno es que el presidente y sus ministros tengan el apoyo de un Congreso en el que no tienen mayoría. Eso requiere orfebrería política y esa competencia solo se desarrolla si se sabe escuchar. Anoto aquí que, de contarse con mayoría en el Congreso, el arte es entonces escuchar a la minoría.

Gobernar es liderar. Muchos de los empleados públicos están en sus puestos por vocación. Identificar a esos servidores es fundamental. Para liderar hay que tener convicciones y pasión y ser capaz de transmitirlas. Existe un ejército de peruanos con experiencia en la gestión pública, hoy por hoy al interior del Estado y fuera de él, que tienen un sentido de trascendencia. Son los preocupados por la historia y no por la quincena. Son quizá el capital más escaso y por ello estratégico que tiene nuestro país. Para gobernar el Perú solo se requiere identificar a los mejores 1800 hombres y mujeres dispuestos a llevar adelante una Revolución (en el más puro sentido etimológico de la palabra). He conocido muchos de esos 1800. He servido junto a ellas y ellos. Están allí, listos para gobernar. Se podrá convocar otra gente, pero ellos, los que ya han estado o están allí, son los indispensables.

Gobernar es entender la naturaleza efímera del poder político. Poder es poder servir. Ese axioma tan simple es difícil de comprender para quien no entiende el verdadero oficio de gobernar. Lamentablemente, la experiencia -propia y ajena- me ha enseñado que la única forma de mantener una relación sana con el poder político es haber transitado del poder al no poder. La naturaleza humana es así y el poder político es letal para todo aquel que es vulnerable a cualquier otro tipo de adicción. Solo cuando se ha transitado del poder al no poder (político), se puede entender que el verdadero poder, el poder de servir, no requiere siempre de la autoridad consustancial al poder político.

Gobernar es trabajar y dejar trabajar. El Estado no genera ni empleo ni riqueza. Esa es labor del sector privado. El buen gobierno crea y defiende el entorno para que los millones de pequeñas y microempresas, en su gran mayoría conformadas por familias extendidas, puedan crear empleo y generar riqueza. Es trabajo del gobierno la inclusión de todos los peruanos y, por eso, la lucha contra la pobreza extrema es tarea central (la pobreza extrema es una realidad meta-sistema, fuera del ámbito de la cosa pública y, por eso mismo, la inclusión económica y social es la tarea prioritaria del Estado). Gobernar es, por supuesto, brindar salud y educación públicas de calidad, proveer de seguridad física y jurídica, y asegurar la eficiente y oportuna resolución de los conflictos que los privados no puedan resolver entre sí. Si el gobierno deja trabajar, si el gobierno “no jode”, tenga usted por seguro que el sector privado derrotará a la pobreza haciendo simplemente lo que sabe hacer: crear riqueza.

Hablamos, por supuesto, del sector privado que tiene claro que se necesita más mercado y menos mercantilismo. Y que en nuestro país está representado por millones de emprendedores a quienes extendemos nuestros más sinceros deseos de que el 2020 sea el año trampolín para su despegue. Feliz año para todos estos peruanos que son el rostro real y promisorio de una economía de mercado para el Perú.