Nadie me representa

Jorge Morelli

La elección en dos semanas del Congreso de año y medio -cuyos parlamentarios no podrán ir a la reelección- está provocando en el electorado un malestar creciente. No pocos –sobre todo “los de arriba”- quieren manifestar contundentemente su infinito hartazgo votando en blanco o viciando el voto.

Deben saber, no obstante, que eso no conduce a ninguna parte. No sirve de nada votar blanco o viciado. Blancos y viciados no son votos válidos, y solo se cuentan los votos válidos.

¿Por qué ocurre esto? No se puede equilibrar una democracia de baja gobernabilidad reformando el sistema electoral, pero con insistencia majadera los aprendices de reformadores políticos tratan de conseguirlo inflando la mayoría parlamentaria por medio de la sobrerepresentación. Sus pócimas matemáticas terminan haciéndoles creer a las bancadas que representan a la mayoría cuando la mayoría no está representada por ellas.

La Constitución permite que una elección se anule si los votos blancos y viciados son mayoría. Pero exige que sean dos tercios de los votos emitidos. Eso es virtualmente imposible. Para protestar con la anulación, la única opción sería el ausentismo masivo. Solo reduciendo drásticamente el número de votos emitidos podrían los blancos y viciados llegar a ser dos tercios de los votos emitidos. Pero esto también es imposible mientras el voto sea obligatorio.

De manera que el que se ausenta o vota blanco o viciado le regala es realidad su voto a la bancada parlamentaria que resulte más numerosa. Esta creerá falsamente representar a la mayoría de los peruanos. Y el elector estafado creerá haber expresado libremente su voluntad.  

En esta elección –solo parlamentaria- este monumental despropósito se ve agravado porque nadie sabe por quién votar. Nadie conoce a los candidatos y todos se ven en la situación de tener que votar a ciegas por la “marca” de uno de los partidos políticos, ahora ya todos tradicionales.

No hay outsiders. Podría haberlos entre los partidos, pero no los hay. No hay caballos frescos en el partidor. Todos huelen a frotación y naftalina.

Y los líderes no aparecen. Ni siquiera los cabezas de lista. No se juegan por su lista. No conocen a los que la integran y en año y medio no llegarán a conocerlos. Estos novatos, por su parte, creen que harán la diferencia, que por fin cambiarán las cosas. Para eso han llegado. No le deben nada al líder y menos a quien encabeza la lista.

Por su parte -outsiders o no-, los líderes se guardan para la carrera del 21. No están apostando siquiera por el caballo que montarían en la carrera del 2021. Saben que dos tercios de los 24 caballos hoy en el partidor no van a pasar la valla. Llegarán fuera de poste en esta carrera y se irán al matadero. Los presidenciables están de costado. No solo porque esperan al 2021. Están desgastados, extenuados en la pelea judicial o en la intriga interna, un pulseo malsano y sudoroso por decidir quién es en cada tienda Napoléon y quién Josefina. Y sin éxito alguno.

No saben ya a quién representan o si representan a alguien. A edad avanzada padecen una crisis de identidad adolescente.