

Para empezar, más allá de cualquier nivel de sueldo, lo que todos los peruanos queremos es que nuestros congresistas se ganen su sueldo y no simplemente lo cobren. Un buen sistema de penalidades por inasistencias y un piso mínimo de producción proyectos de ley pueden contribuir a ello.
La única motivación para ser congresista ha de ser servir a los peruanos. Sin embargo, para atraer al mejor talento posible para hacer leyes debemos ofrecer una remuneración tal que el congresista electo no se vea obligado a sacrificar la calidad de vida de su familia. Si vamos a caer en la demagogia oclocrática de ofrecer el sueldo mínimo, no atraeremos a los mejores legisladores por más grande que sea su vocación de servicio (salvo que sean muy ricos o que tengan una agenda subalterna).
Propongo que el sueldo anual de cada congresista sea lo que los economistas llamamos su “costo de oportunidad”: el promedio de sus ingresos declarados a SUNAT durante los tres años previos a asumir el cargo. De esta forma, el sueldo no será una cifra siempre discutible sino una especie de “licencia con goce de haber”: nadie aspirará a ser congresista por el sueldo ni nadie dejará de aspirar a ello por el sueldo. Aspirará a ser congresista solo quien quiera servir al Perú.