El hombre, el peor enemigo del hombre

Me parece que a la humanidad,  el concepto de cisne negro,  entendido como sucesos difíciles de predecir, con una mínima probabilidad de ocurrencia, impredecible y extraña le ha quedado corto. En el 2007 nos encargamos de fabricar aquellos “activos tóxicos” (¿virus financiero?), los famosos derivados de crédito en la crisis subprime de los Estados Unidos de América y hoy, creo que también nos encargamos, como humanidad, de contribuir en la expansión de este virus, el COVID-19, también llamado nuevo coronavirus. En menos de veinte años dos escenarios catastróficos, obviamente este último todavía de consecuencias impredecibles… si por su frecuencia estos eventos ya no califican como de tipo cisne negro, no quiero ni pensar la magnitud del evento que fuera a calificar como tal.

Hoy vivimos una cuarentena global, el mundo está en un paro obligado, forzado, y el argumento es absoluto, la supervivencia de nuestra especie, el temor a la muerte, la tragedia en la vida misma y es que no se olvidan aquellas pandemias que diezmaron a la humanidad, ejemplo[1], entre muchos otros, de la peste negra en el siglo XIV cuando se registró 200 millones de muertes en cuatro años, o la gripe española que se llevó entre 50 y 100 millones de vidas humanas entre los años 1918 a 1919; cien años después de esta última el escenario parece ser básicamente el mismo -si dejamos que continúe en la inercia de su tendencia exponencial-, tal vez ajustado por la hiperglobalización (no sé si a favor o en contra) y el impresionante avance de la ciencia y la tecnología. Sin embargo parece que la institucionalidad está detenida en el tiempo y al respecto me refiero al grado de anticipación de los diversos países para definir estrategias y procedimientos operativos (no a lineamientos de política, definitivamente todos o la gran mayoría lo tienen, supongo por cumplimiento) y a los organismos supranacionales cuya responsabilidad en este desastre institucional es compartido con cada país.

El sentido común nos diría que los países desarrollados tienen una mejor reacción ante el avance de esta pandemia, sin embargo al comparar los diez países con mayor número de muertes por el COVID-19 la sorpresa es que, a la fecha, ocho de esos diez están dentro del quintil superior de los países más desarrollados y sumando una participación del total de fallecimientos[2] por este virus del 58.7%, con la salvedad que pueden haber errores estadísticos en el resto de países, especialmente en los que califican como subdesarrollados, en la identificación de casos y, en consecuencia, muerte a consecuencia de estos.

Esta pandemia pone en evidencia la magnitud de la debilidad o ausencia de estrategias claras en salud pública orientadas a los hábitos de higiene y cultura sanitaria en la población rural y urbana y la infraestructura determinante de estas, el pobre empoderamiento de sus autoridades y líderes políticos sobre la trascendencia de este tema, definitivamente la ausencia de estrategias efectivas y permanentemente activas que permitan anticipar y actuar con resultados eficaces y que finalmente impactan en el mantenimiento de la vida, la supervivencia humana. No hay mucho que comentar sobre la débil y poco efectiva coordinación entre las autoridades al interior de cualquier país y menos entre sus niveles de gobierno y ni qué decir entre los gobiernos de diferentes países; en todos ellos hay una suerte de histeria, pánico o vértigo y totalmente comprensible ante la conciencia por la altamente insuficiente capacidad instalada en infraestructura y equipamiento, además del desabastecimiento en insumos y suministros en artículos elementales como kits para las pruebas de COVID-19.

Por otro lado,  la lectura del ciudadano de a pie, percibe un aparente vacío en instancias supranacionales como Naciones Unidas y sus entidades relacionadas, como la Organización Mundial de la Salud o el Instituto de las Naciones Unidas para la Formación y la Investigación, entre otros, para la determinación de acciones permanentes y efectivas que permitan anticipar y actuar con eficacia sobre este tipo de escenarios.

Una consecuencia natural de esta paralización en la economía mundial serán las aún más bajas tasas de crecimiento en la mayoría de países y, de pronto, recesión económica en el resto; naturalmente esto comprende el incremento en el desempleo abierto y subempleo, la informalidad, el ingreso a la pobreza de mucha población que estuvo en el umbral inferior de la clase media y, definitivamente, la consolidación en la pobreza de millones de habitantes. El caso peruano no es la excepción, está en la media de este escenario, esperemos que no cruce la línea entre las reducidas tasas de crecimiento y los sucesivos decrecimientos que nos califiquen en recesión.

Suponemos que nuestro gobierno, además de atender la urgencia de esta pandemia, ya está diseñando las estrategias para evitar, o aminorar, lo ya comentado en el párrafo previo; debe tener en su agenda acciones concretas (normativa y coordinaciones) con los ministerios, los gobiernos regionales y municipalidades para asegurar, como acción de plazo inmediato, que la ejecución de los presupuestos en gasto de capital se aproxime al 100%, el motivo es obvio: su importante impacto en la generación de empleo y dinamización de la economía desde los diversos mercados a través de la ejecución de los diversos proyectos de inversión pública (como dato, el 2019 dejamos de ejecutar por este concepto el 2.2% del PBI).

Reforzar los programas sociales orientados a generar empleo temporal, los de fortalecimiento de las capacidades productivas articuladas con seguridad alimentaria, el de apoyo a la población con discapacidad severa, JUNTOS, adulto mayor, entre otros. Todo ello debe financiarse desde un mejor sistema de captación de impuestos, reduciendo la evasión y elución tributaria (hablamos de aproximadamente 50 mil millones de soles anuales), presionando a aquellos que debieran pagar y no lo hacen –al respecto, no termino de entender los parámetros de eficiencia del Sistema de Inteligencia Financiera en nuestro país-. Olvidaba, también hay que cuidar la sorprendente filtración de 17 mil millones de soles que nos cuesta anualmente la corrupción en nuestro país, cifra muy por encima del presupuesto total en gasto de capital de todos los gobiernos regionales del país. Hay dinero. Seamos keynesianos en el gasto, pero no haciendo huecos para luego taparlos, sino invirtiendo en construcción, ampliaciones y equipamiento de establecimientos de salud y hospitales, que junto con la educación deben estar por sobre todo.

Asimismo, y en atención a lo expresado por la SBS, las entidades del sistema financiero deben estar reprogramando los créditos de sus clientes sin afectarles con mayores intereses, ni costas ni costes ni todo aquello que puede estar en un tarifario, el tema es más que claro, hay detrás de este paro económico una emergencia global y varios decretos que el gobierno nacional ha emitido en torno a la pandemia, entre otros declarando la cuarentena, y que naturalmente han paralizado la economía. De no ser así, sería absurdo que el Poder Ejecutivo emita normas habilitando recursos para microempresarios y que estos lo canalicen para el pago de sus deudas en el sistema financiero… mejor que el Estado lo entregue directamente a las entidades de la banca y finanzas, es decir unos se mojan, otros se ahogan y algunos ni se enteran.

Hay que reactivar la economía el mismo día del término de esta cuarentena, de ahí la urgencia que de que el Banco Central de Reserva baje la tasa de interés referencial, las tasas de encaje, siempre cuidando y manteniendo bajo control la tasa de inflación, aquí el comportamiento del tipo de cambio respecto al dólar es importante.

Ya es hora de pensar en el nuevo e inminente tipo de enemigo que debemos enfrentar en adelante y en el momento menos pensado, en esa clase de ejército que no usa tanques ni cohetes, ni aviones, ni granadas, son inmensos ejércitos invisibles, como el COVID-19, todos minúsculos, silenciosos y altamente peligrosos, no declaran la guerra, simplemente aparecen y sin importar si eres rico o eres pobre, tu nacionalidad, raza, sexo, o edad, aniquilan la vida, destrozando comunidades, quebrando economías, generando desolación, frente a la mirada desesperada de la humanidad y sus líderes sociales.

Seamos disruptivos e implementemos, por ejemplo, un servicio obligatorio que nos entrene en estrategias, tácticas y acciones para hacer frente a estas nuevas batallas, salgamos de esta y en el corto plazo tengamos lista toda una reserva de personal con capacidades sanitarias y equipamiento necesario, no es mucho dinero pero el retorno en la protección de vidas y paz social es inconmensurable.

Un virus se está encargando de mostrarnos nuestra pobreza humana, nuestra debilidad institucional a todo nivel, se está encargando inclusive de cuestionar la validez y robustez de los indicadores de desarrollo y pobreza hasta hoy vigentes, sea el Índice de Desarrollo Humano o el de Pobreza Multidimensional, estos no consideran para nada la pobreza institucional, la brecha incierta y de vértigo que finalmente determina los niveles de pobreza absoluta y extrema en la que millones se encuentran por siempre entrampados y sin posibilidades, en tanto no sean realmente prioridad, más allá de su necesaria presencia en un discurso de campaña política de cualquier extremo y color que se considere.

Esta cuarentena ha puesto en evidencia que en nuestro país, millones no tienen qué comer pues su día de trabajo les pone la mesa y ahí estoy incluyendo al casi millón de venezolanos que tuvieron que fugar de su país y creo no forman parte del bono que viene entregando el gobierno nacional. Necesitamos un nuevo horizonte, construir una institucionalidad realmente humana, empática, que coloque al ser humano en el centro de un modelo de desarrollo sostenible que se atreva a replantear un esquema menos desigual, sin pobres.

[1] https://hipertextual.com/2020/03/super-humanidad-grandes-pandemias-historia
[2] https://elpais.com/sociedad/2020/03/16/actualidad/1584379038_891570.html