Dimensiones de la informalidad

La informalidad es un problema extendido en muchos países de América Latina, no es un tema reciente, tiene décadas, en muchas economías las personas viven del día a día, en unidades económicas no formalizadas, no inscritas en la administración tributaria, y con un amplio espectro de trabajo informal. Lo vemos en México, Colombia, Ecuador o Perú. La pandemia del COVID 19, ha puesto en la palestra este problema que tiene años en distintas economías, y se ha convertido en un aliado para la diseminación del virus y el aumento de contagios, lamentablemente. Porque, por un lado nos encontramos con la necesidad de preservar la salud y por otro evitar que las medidas de confinamiento social, afecten el empleo y los ingresos de miles de trabajadores, la disyuntiva es real, salud o pobreza, porque esta pandemia nos cogió, en este campo sin avances visibles.

La informalidad tiene dos dimensiones que a su vez se complementan: el sector productivo y el empleo. El sector productivo lo constituyen las unidades económicas que no se encuentran registradas en la administración tributaria, y el empleo informal hace referencia a aquellos empleos que no gozan de beneficios estipulados por ley como seguridad social, gratificaciones, vacaciones pagadas, etc. Es así que, en el caso peruano, cerca del 80% de unidades productivas conforman el sector informal, cerca de 7,5 millones de unidades económicas que aportan alrededor del 19% del PBI. Y aproximadamente el 72,0% del empleo total de la economía son empleos informales. Es evidente que gran cantidad de trabajadores y el aporte al valor agregado, de cerca de un quinto del PBI, nos indica una baja productividad laboral, que es un problema extendido y por reformar con políticas futuras de agresiva formalización, que requerirán facilidades tributarias, incluso laborales, especialmente para las pequeñas unidades productivas.

La informalidad juega rol importante en la generación de recursos por las familias, pues en continuos momentos de baja demanda de trabajadores, falta de oportunidades para alcanzar trabajos formales en la economía, con ingresos por trabajo que alcancen las expectativas de muchos pobladores, el autoempleo informal es la única alternativa de ocupación y logro de ingresos. En estas circunstancias el sector informal ha sido y es, una válvula de escape social generando bienes, servicios y empleo.

La informalidad en el Perú tiene una historia de muchas décadas, se fue forjando a partir de la crisis agraria de los años 60´ y 70´ del siglo pasado, años también de creciente industrialización y urbanización que emergía en la realidad social y económica peruana, principalmente en las ciudades. Miles de pobladores empobrecidos migraban de las áreas rurales a las urbanas en crecimiento, a inicios de la década del setenta más de la mitad de la población peruana residía en el área rural, empezó a emigrar, por los 80´, a la crisis rural, se agregó la insurgencia senderista que provocó el desplazamiento de miles de pobladores, especialmente del sur andino hacia distintas direcciones. En la actualidad, apenas una quinta parte de la población peruana vive en el campo, fue un enorme e inédito desborde poblacional, del área rural hacia las ciudades, la mayor parte de esta población, se dirigió a  Lima, la Capital de la República.

La gran ciudad los recibió con recelo, y se fueron expandiendo hacia las barridas, los pueblos jóvenes, asentamientos humanos, urbanizaciones populares, hacia los conos, pero tenían que vivir y el mundo urbano formal apenas si los absorbió mínimamente. No había empleo, para semejante migración, y se fue generando, de los retazos de las industrias textiles, surgieron alguna prendas de vestir, y diversidad de productos, que empezaron a venderse desordenadamente por las calles, paradas, paraditas, mercados informales, La Victoria, el centro de Lima, y así en distintas ciudades del país, fueron escenario primigenio de este crecimiento social, la Lima formal les dio la espalda y ellos solos fueron generando su propio negocio, su propio empleo, sus ingresos, de espaldas a la norma, que a veces ni se percataba de su existencia, hasta convertirse en la sangre económica que hace crecer a miles de miles de pobladores.

Es verdad, esta emergencia sanitaria ha bajado el velo de múltiples debilidades en un país que, paradójicamente ha venido creciendo en forma muy dinámica en las últimas tres décadas, pero que soslayó reformas imprescindibles para tener una economía más integrada, más formalizada en todo sentido de la palabra, incluso en la educación y la cultura. Las cosas están así, no es para golpearse el pecho sino más bien pensar que en el Bicentenario de la República, será la oportunidad, pasada, espero esta bomba en la salud, y podamos abordar integralmente muchos problemas que están aún por resolver, mi deseo como un peruano más.