Pandemia populismo y sociedad civil

Vivimos un fin de época, que crea grandes incertidumbres, fortalece peligrosas tendencias autoritarias en buena parte del mundo, pero que también nos da la oportunidad de repensarnos y de volver a creer que otro mundo es posible. La crisis obliga, nos obliga a todos, y a las organizaciones de la sociedad civil especialmente, a repensar nuestro papel en el espacio público-político y a redefinir los objetivos y las  estrategias por seguir en un contexto político-social que se ha modificado radicalmente. Las prioridades de la solidaridad ciudadana se concentran hoy -y lo harán aún más en los próximos meses, y tal vez años- en el apoyo a las poblaciones vulnerables para que puedan acceder a los servicios médicos indispensables, garantizar la alimentación de millones de personas que se han quedado sin empleo y sin ingresos, tratar de impulsar políticas de protección a la salud y la seguridad personal de las mujeres y niños, expuestos por las circunstancias a un mayor grado de violencia intrafamiliar y, sobre todo, a proseguir una olvidada labor que en su origen muchas organizaciones civiles desarrollaron: el apoyo a la auto organización popular, sea en el territorio urbano, en las fábricas, en los servicios, en las escuelas o en las comunidades campesinas.

El gobierno, tiene casi todos los elementos del populismo: un líder carismático; a fuerza e encuestas y prensa pagada, un proyecto vago, pero que parece responder a las expectativas de cambio que desesperadamente demanda la sociedad; como lacónicamente se ha dicho en el último mensaje en el congreso, una promesa  (mas bien las falsas promesas)de  un futuro  mitificado en el que habrá orden y progreso (el desarrollo estabilizador) y una relación directa entre gobierno y pueblo; una legitimidad electoral incuestionable y un método de acción política que conecta directamente al líder con las masas: las giras constantes, los videos de fin de semana y, en general, la ocupación casi monopólica del espacio público por parte del líder. Para completar el cuadro, se ha establecido un campo político marcado por la distinción amigo/enemigo.

Típicamente se denuncia a las élites del pasado, la “mafia neoliberal”, etc., como el enemigo, y se incluye en esa categoría a cualquiera que quiera oponerse a los designios del líder. Los amigos son poco definidos; se trata ante todo del “pueblo bueno”, una masa inorgánica y de quienes, desde los partidos de la coalición gobernante, apoyan sin chistar al presidente, como en las épocas pasadas, así como los defensores mediáticos, poco abundantes, pero necesarios para articular la política de descrédito a los “enemigos”.

Las organizaciones de la sociedad civil, débiles y llenas de sofismas y vicios  enfrentan así un reto doble. De un lado, su agenda específica, centrada generalmente en la defensa de los derechos humanos y en la atención a sectores específicos de la población, se ve hoy rebasada por la urgencia de atender la emergencia humanitaria que se viene. De otro, la situación política creada por el proyecto populista impide actuar en articulación y acuerdo con el gobierno y obliga a pensar en una agenda de defensa de la democracia y de la propia existencia autónoma de la sociedad civil. La polarización populista dificulta la más elemental de las tareas en una situación de emergencia como la que vivimos: la alianza entre niveles de gobierno y actores de la sociedad civil para garantizar ante todo la sobrevivencia digna de la población y la salida ordenada y rápida de la crisis económica. Asimismo, el cierre del espacio público a un debate racional y civilizado obstruye la búsqueda colectiva de alternativas viables a la crisis estructural. Es por ello que una primera tarea indispensable es insistir en el diálogo, en la evaluación de alternativas, en el aprendizaje colectivo a partir de experiencias exitosas ya disponibles y en el lanzamiento de iniciativas que congreguen a todos los actores políticos y sociales posibles. Este exhorto debe dirigirse no solo al gobierno, sino también a los sectores cada más radicalizados de la izquierda histórica, de sectores de las clases medias y de algunos grupos corporativos que hoy juegan también, irresponsablemente, el juego de la polarización, sin interés alguno en el bienestar colectivo.

La pandemia de COVID-19 ha creado ya y creará más frentes de movilización social. Los trabajadores de la salud han sido las principales víctimas del desorden institucional y de la falta de planeación y dirección en el sector salud. Esta problemática no es sólo una responsabilidad de gobiernos pasados, que sin duda la tienen, sino también del actual, que ha impulsado una muy fallida atención del sector.

El activismo de las sociedades civiles en varias partes del mundo está mostrando un dinamismo digno de destacarse, de acuerdo con un reporte del Carnegie Endowment for International Peace. Ha mostrado estos signos entre otros:  1. La emergencia de nuevas asociaciones voluntarias e iniciativas de ayuda mutua, lo que incluye, por ejemplo, la colaboración de actores de la sociedad civil con empresas locales, colectas para la atención a situaciones de emergencia, equipo médico o alimentos, entre muchos esfuerzos más. Cabe destacar el esfuerzo e los profesionales de Quilla bamba al adquirir una planta de Oxigeno (esfuerzo al que se trepa desenfadadamente  la gestión regional) por no dejar de mencionar la colecta de un Cura en Iquitos para igual fin.  2. La reorientación de objetivos y actividades de organizaciones de la sociedad civil hacia la atención de la emergencia. En este rubro es posible apreciar cómo es que muchas agrupaciones que destinan sus esfuerzos a proyectos de largo plazo, en estos momentos se encuentran enfocadas en asistir a labores de necesidad inmediata, o que están aprovechando su amplio conocimiento y vasta experiencia de maneras que puedan funcionar para mitigar los efectos de la crisis actual. Y,  3. Ahora, muchos grupos de profesionales se encuentran librando una gran batalla en contra de la desinformación en distintos países. Esta labor no es menor. El estrés colectivo y otros efectos sicosociales generados por el contacto con noticias son brutalmente acentuados por el esparcimiento de noticias falsas. Por consiguiente, la labor de profesionistas dedicados a verificar y validar la información, ha contribuido en toda clase de países a reducir el impacto de teorías de conspiración, tendencias xenofóbicas, aumento de polarización y odio a grupos sociales específicos.

A pesar de que el reporte concluye con una serie de ámbitos en los que se requiere que estos esfuerzos logren coordinarse aún más, logren transitar de la acción local hacia iniciativas más transnacionales y logren rebasar los objetivos inmediatos para producir impactos de más largo plazo, es importante darnos cuenta que ahí, en el seno de nuestras sociedades, es en donde se encuentra la forma de contrarrestar las tendencias aislacionistas, conflictivas, autoritarias y/o carentes de solidaridad que estamos viendo activarse por parte de varios gobiernos en el mundo. La pandemia solo ha hecho más urgente la tarea que ya tenían planteada las organizaciones civiles antes de la emergencia: contribuir a la democratización de la propia sociedad civil, defender las instituciones democráticas que tanto trabajo ha costado construir y mantener la lucha por los derechos humanos en todo su alcance. El gran reto de esta nueva fase histórica será lograr la articulación entre los movimientos sociales de nuevo tipo, las protestas populares y las organizaciones de la sociedad civil en una lucha que debe conducir a una sociedad más justa y democrática.

Fuente.- Alberto J. Olvera, Universidad Veracruzana y  Mauricio Meschoulam