Traduzco lo que publicó hace poco Diego de la Torre, porque no hay manera de decirlo mejor: “El debate fue una pelea de perros. De seguro no fue la mejor performance de Trump. Sin embargo, pienso que los nuevos demócratas de izquierda –como Kamala, Ocasio–Cortez, Pocahontas Warren, el loco Bernie, etc.- son un peligro no solo para Estados Unidos sino para Occidente. Que Dios nos ayude si capturan el poder en la nación y la democracia más importante del mundo. Como PPK, Biden será sobrepasado y puesto de lado por los neo-marxistas radiactivos disfrazados de progresistas, que salivan ante la perspectiva de destruir auténticos valores americanos, como familia, libertad e igualdad ante la ley. Los progresistas hacen política de identidades instrumentando los temas de raza, género, etc. para multiplicar el divisionismo y la confrontación, situación en la que reinan, asaltan y proyectan el resentimiento con el ethos de los fundadores de 1776 que hizo posible una nación poderosa, libre y próspera”.
Hay que reparar en la fuerza fundamental de este argumento. Dice que Biden “será sobrepasado y puesto de lado por los neo-marxistas radiactivos disfrazados de progresistas”, como lo fue PPK en el Perú. Pone en juicio la buena fe del “progresismo” porque denuncia su peligrosa ingenuidad. En efecto, la caviarada es el perfecto tonto útil para la captura del poder.
La estratagema es vieja como el hambre. Se puso en escena por primera vez en el siglo XX durante el gobierno “de transición” de Kerensky en Rusia antes de la Revolución de Octubre de 1917, a quien los bolcheviques Trotsky y Lenin usaron primero y desestabilizaron después cuando estuvieron dadas las “condiciones” para la captura del poder.
El libreto fue escrito hace mucho, en suma, y ha sido puesto en escena innumerables veces en Latinoamérica con éxito en una sola, desde la cual se desató en la Guerra Fria una confrontación política sorda, de baja intensidad, que ha durado ya 60 años desde que el castrismo capturara el poder en La Habana en el Año Nuevo de 1959. Los latinoamericanos sabemos mucho de esto y hemos logrado desactivar esa bomba de tiempo en numerosas ocasiones y en muchos lugares de Sudamérica. En el Perú, especialmente, de manera más eficaz que en cualquier otra parte. Es por eso que los peruanos estamos mejor vacunados o prevenidos contra este virus.
Son los americanos los que no lo saben, porque nunca lo han vivido. No se han visto realmente, cara a cara, con este animal en su propio terreno. La gran mayoría no reconoce, por lo tanto, las señales de peligro. No está prevenida y no presta atención a las alarmas. Cree que son exageraciones o incidentes propios de una democracia ejemplar. Piensa que el debate realmente gira en torno a cuartiones morales respecto de las maneras de Trump o su modo irritante de tratar a sus adversarios políticos. La opinión pública norteamericana hace entonces juicios morales sobre las personas -o, más bien, los personajes- pero es ciega ante unos actores que desempeñan el guión pre escrito que nadie reconoce y que prepara la captura del poder. Por el contrario teme que sea Trump quien -como Julio César- planea la muerte de la República.
El progresismo asume, en consecuencia, que la violencia que vivimos antes de la pandemia en Chile, Ecuador, Bolivia y Colombia –como la catástrofe permanente en cámara lenta de la Argentina- no es sino la consecuencia “natural” de la desigualdad existente en las sociedades latinoamericanas. Y lo mismo creen los europeos desde siempre. Ese falso diagnóstico ha producido sistemáticamente remedios errados en Latinoamérica desde hace 60 años. Desconocen hoy, por lo tanto, que la escalada de violencia en las calles de Santiago, de Quito, de La Paz, fue organizada en La Habana, Caracas, Sao Paulo y Buenos Aires, porque, desesperado, el progresismo ve llegar inexorablemente su final con la caída del chavismo en Venezuela y el fracaso final de la izquierda peronista en la Argentina.
El enfrentamiento sin cuartel entre Bolsonaro y Lula en Brasil es el campo de batalla principal hoy. Y, curiosamente, es el modelo de una confrontación polarizada, como nunca antes en Estados Unidos, entre Trump y Biden. Los americanos no habían visto algo así, pero la buena noticia es que hoy al fin estamos todos en la misma página en todo el continente y el debate electoral estadounidense no versa ya únicamente sobre sus problemas locales o nacionales, sino sobre la encrucijada política del siglo XXI.
Es esto lo que ha convertido a la izquierda latinoamericana en una bestia acorralada y peligrosa, capaz de intentar cualquier demencia y jugarse el todo por el todo en un baño de sangre para, en un golpe de suerte, capturar el poder. Por el momento, la pandemia se ha hecho cargo de ellos, pero preparan la ofensiva y atacarán de nuevo. Por eso son cruiales las próximas elecciones del Bicentencario de la República del Perú. Porque no por casualidad fue el Perú, después de todo, el lugar donde nació la civilización en esta aprte del mundo y el escenario, hace 200 años, de las batallas que decidieron el destino de America del Sur.