

¿Cuándo podrá articularse un plan a mediano plazo, por lo menos para tener una visión de nuestras ciudades? ¿Cuándo podrá verse una nueva forma de gobernar las ciudades?
Un plan estratégico con todos sus proyectos, incluido el de formar una ciudad inteligente, requiere del imaginario ideológico que es el ciudadanismo para vertebrar la transformación de la ciudad. Lo que en buena cuenta vendría a ser una nueva concepción del municipalismo. No es posible llevar a cabo este megaproyecto de proyectos sin la colaboración de la masa ciudadana. Es algo que sus gestores en cualquier parte del mundo, no se cansan de repetir.
“Hoy es más necesario que nunca hacer más con menos, lo que significa no sólo hacerlo cada vez mejor, sino hacerlo diferente. El progreso de la ciudad depende de la capacidad de cooperar del conjunto de la ciudadanía en relación a objetivos relacionados con el bien común”.
Podríamos interpretar que no se trata de nada nuevo, que tan sólo es más morraja habitual del discurso político al que nos tienen acostumbradas los gobernantes. Todo para el pueblo, pero sin el pueblo, cooperación, transparencia bla, bla, bla. Y, aunque no deja de ser cierto, en este caso interpretamos que, en efecto, necesitan del consenso de la mayoría y del beneplácito del ciudadano satisfecho que camina por cualquier arteria de la ciudad, con la cabeza bien alta un lunes por la mañana. Si la dominación antaño utilizara la privación del conocimiento y la de la participación en los aspectos que atendían a la cultura y a la gestión de los asuntos de la ciudad para apartar a las clases incómodas y non gratas de la sociedad, ahora es precisamente todo lo contrario, busca integrar a todas las personas, tengan el poder adquisitivo que tengan, en un clima de participación, sea este real o no, de tal manera que se elimina cualquier posibilidad de tensión y descontento, así como se ofrece la ilusión de que todos somos iguales, in-visibilizando las diferencias que la jerarquía social impone en el día a día .
Es ahí donde el llamarnos a todos ciudadanos cobra un papel tan importante para el poder a la hora de cumplir sus objetivos.
Se debe entonces garantizar la cohesión social haciendo frente a la crisis, y es imprescindible construir un nuevo modelo de competición económica y tecnológica. Entendemos que el segundo no es posible sin el primero y que, de la misma manera, la cohesión social no es posible sin llamarnos a todos ciudadanos. El ciudadanismo (no hablamos aquí del origen del concepto “ciudadano” sino de la ideología) tiene corta edad y toda su infancia ha estado arropado por el desarrollismo urbanita y el pensamiento democrático. Hubo un tiempo en que ser ciudadano quería decir simplemente ser habitante de una ciudad, cuando las ciudades todavía eran ciudades y no las grandes aglomeraciones de asfalto y consumo que son ahora. Hoy en día, escuchamos ciudadano en todos los lugares cientos de veces. Ser ciudadano ya no responde a una localización geográfica, sino a una manera de estar, una manera de ser, de actuar. Es decir, conlleva un trasfondo implícito que adoctrina a la persona sobre cuál debe ser su comportamiento, qué es lo correcto y qué es lo intolerable. Básicamente se trata de aceptar el sistema de explotación en el que vivimos y criticar con las formas y los contenidos del propio sistema que se cuestiona.
Pero, ¿qué es el ciudadanismo? Digamos que el ciudadanismo es una ideología en pro de la reforma moral del capitalismo y que representa una renovación estética de las socialdemocracias europeas y la desembocadura de los restos derrotados de lo que en algún momento fue la izquierda radical. El ciudadanismo se plantea como una especie de democraticismo radical que trabaja en la perspectiva de realizar el proyecto cultural de la modernidad en su dimensión política, que entendería la democracia no como forma de gobierno, sino como modo de vida y como asociación moral. El ciudadanismo no llama al desmantelamiento del sistema capitalista, sino más bien a su reforma moral, reclamando una agudización de los valores democráticos abstractos y un aumento en las competencias estatales que la hagan posible. Se trata entonces no tanto de impugnar el capitalismo como desorden del mundo, sino más bien de atemperar sus “excesos” y su carencia de escrúpulos, invocando la noción de ciudadanía como una especie de difusa ecúmene de individuos supuestamente libres, iguales en derechos y debidamente imbuidos de valores cívicos.
Es una nueva forma de gobernar las ciudades, basada en una mayor preocupación por cuestiones básicas para el bienestar social, una mayor transparencia en las cuentas públicas y la disposición de órganos participativos que aseguren que la voz de los administrados será escuchada y atendida en los asuntos que les conciernen.
Lo que pasa es que la realidad está demostrando que los nuevos aires en el gobierno de las ciudades se limitan a un intento por restaurar algo de lo que fue el estado del bienestar y una renovación de orden cultural, en el sentido de relativizar al estilo de hacer y de decir de los representantes políticos, pero en absoluto una modificación de la distribución del poder y la riqueza de las ciudades, que continúa en manos de los de siempre.