El cambio de constitución es opio para la gente

 

Para la izquierda en Latinoamérica y claro en el Perú, se viene implementando un modelo y un plan único,  se busca ganar  elecciones o apoderarse el poder  bajo otros métodos como en Chile, sembrando violencia primero y luego extorsionando a la sociedad para un cambio de modelo, hay una epidemia de hacer creer que un cambio en la constitución podrá resolverlo todo. Hoy por hoy, la izquierda peruana  debería enfrentar dos desafíos, la necesidad de formular un programa de cambios económicos y sociales, pero también debería responder a la necesidad de construir y profundizar la democracia política. Lo que la izquierda no debería hacer es simplemente afrontar un proceso electorero, sin unidad sin convergencia, siendo excluyente y manteniendo  viejas ideas y métodos más arcaicos aun, producto de la improvisación más que de la renovación, no debe pretender ser fundacional, respecto de la izquierda y del país, ni cantar estrofillas a ritmo de rap, como las de una nueva constitución y mostrarse  radical  en oposición a la minería.

Sin Calco ni copia dicen, y hoy  la izquierda o parte de ella, sobre todo la maquinaria electorera de  Verónica Mendoza en un nuevo vientre de alquiler se siente reforzada por lo sucedido en el sur, por l aplicación de un modelo impulsado desde Venezuela.

Es muy aleccionar lo escrito por Juan Pablo Zúñiga H. y publicado en El País digital hace unos días respecto de lo ocurrido en Chile, cuyo artículo comparto y reproduzco íntegramente : El Opio Constitucional . “En enero de 1961, durante la ceremonia de inauguración del mandato del presidente de los EE.UU, John F. Kennedy, se dijo una frase que hace eco en los días de hoy “Ask not what your country can do for you, ask what you can do for your country”. 59 años después, qué falta hace que fuesen escuchadas. Desde aquella triste noche del 15 de noviembre de 2019, en que los que debían velar por los intereses de la patria entregaron su rendición a los deseos de la izquierda para iniciar un proceso constituyente bajo la falsa promesa del fin de la violencia, que escuchamos un sin fin de propuestas para una eventual constitución, propuestas que en su gran mayoría no pasan de meros caprichos.

Tal como aquella mítica sociedad de lotófagos que Homero nos relata en las epopeyas de Ulises, vemos una parte de nuestra sociedad entregada al opio constitucionalista, sin ningún interés por lo que realmente interesa a la nación hoy y para su porvenir. Intoxicados por los encantos de esta panacea, mal llamada de nueva constitución, los partidarios del apruebo, ilusamente han dado rienda suelta a sus delirios para plasmar en una nueva carta magna todos sus caprichos, entregándolos en manos de un estado todopoderoso, para que se haga cargo de sus fracasos, de sus frustraciones, y también de sus responsabilidades. Al mirar detenidamente como cada uno de los más diversos sectores de la sociedad quiere su tajada en la eventual nueva constitución se advierte su ceguera, pues es impensable una carta magna contemplando minucias que nada tienen que ver con ésta.

Estaba todo perfectamente planeado para ser así. De la misma manera como los soviets fueron los tontos útiles de Lenin y compañía, tal como a los trabajadores se les usa para la revolución y el gobierno del proletariado, gobierno que nunca llega a ser de ellos, así mismo los vociferantes de turno y la ciudadanía ilusa que cree en una nueva constitución, son los tontos útiles de turno. La izquierda chilena, radicalizada en los últimos años, o más bien perfectamente camuflada de esa “izquierda razonable”, haciendo uso de su arte maestra de embrujar con las palabras, hizo creer a la ciudadanía que sería protagonista de la historia, que sería escuchada para hacer una nueva constitución del gusto de todos, o, haciendo uso de los términos más deliciosos para la jerga frenteamplista, soberana y popular. Qué ilusos. Una vez más cayeron en la trampa de la izquierda: “para el pueblo (eufemismo para referirse a que es “para ellos”), pero sin el pueblo”.

El problema no termina allí. Hemos sido testigos de cómo en diversos medios de comunicación a cada día surge una nueva propuesta, cada una más inaudita que la otra y lo más preocupante, cada una más irresponsable que la otra. ¿Por qué? Porque en tanta fiebre constitucionalista nadie se ha preguntado lo que aquella frase de JFK proponía: ¿cuáles son mis deberes? ¿Cuál es mi papel para con mi país? Por lo tanto, vemos aquí lo que sería el espíritu que anima la delirante nueva constitución: la irresponsabilidad. El ejercicio mental de preguntarse por cuáles son mis deberes debería surgir naturalmente pues es evidente que si en una sociedad nadie tiene ninguna responsabilidad, los caminos son dos: el desplome y/o el totalitarismo, dos caminos que no son mera coincidencia sino parte de una misma ruta trazada de antemano por la izquierda. Para tal efecto, no solo cuentan con la ciudadanía ilusa que creyó en el engaño de la nueva constitución, sino que también cuentan con la presencia de decenas de miles de operadores políticos en el servicio público destinados a sabotear el gobierno desde adentro, una justicia parcial e ideologizada, restricción de atribuciones para las fuerzas de orden, una pléyade de organismos nacionales e internacionales de los tan manoseados DD.HH, parlamentarios pobres intelectualmente pero ricos en rencores y codicia, una prensa sediciosa, y la lista, conocida para todos, suma y sigue.

Más allá de la instrumentalización de la ciudadanía, encantada por los cantos de sirenas de la izquierda, la difícil encrucijada histórica en que Chile se encuentra ha retratado claramente las dos visiones de país tan contrastantes pero que siempre han estado presente: aquellos dispuestos a trabajar, superarse y hacer crecer a Chile junto con ellos, y aquellos que, presos en una apatía sin igual, creen en el estilo de vida de estirar la poruña para un estado todopoderoso que los provea de recursos provenientes de un fondo común imaginario e inagotable. Sí, estas son semanas decisivas para nuestro porvenir que en definitiva significa, o volver al curso de desarrollo que se origina en el empuje de aquellos dispuestos al trabajo y al emprendimiento, o bien entrar en el vórtice constituyente que consagrará un modelo idílico de bienestar basado en la ley del mínimo esfuerzo cuyo fin será la ruina”. (sic…)

Es momento de reflexionar y asumir este proceso electoral con responsabilidad, no pensemos, no creamos que la oferta de solucionar los problemas del país  pasan solo por cambiar la constitución. Si hace falta modificar, y hasta cambiar la carta Magna debe ser el resultado de  un profundo proceso de consensos y análisis serios, más allá de una elección y de aventureros que la protagonizan. El socialismo  ha mentido durante más de un siglo sin resultado positivo alguno, salvo que ha generado más de 100 millones de muertos y cobrado la libertad de  cientos de millones más.