Parresía: el derecho de protesta

Si el hombre no fuese capaz de salir a la calle a exponer el conflicto que le plantea la obediencia de una Ley injusta, habría abdicado su derecho a la libertad de pensamiento y de opinión.

Es entonces, y desde que deja escuchar su voz, que reclama le sea devuelto el poder delegado  a través de las urnas, que se producen las circunstancias en que el Poder convertido en ilegitimo, debe usar la fuerza en contra de su mandante para mantenerse y sostenerse mediante el establecimiento de una dictadura.

Enfrentados el Poder y el Pueblo, si la pretensión es mantenerse en democracia, tiene que cedérsele el paso a la razón, para cambiar la ley injusta, y así pueda restablecerse la paz social; caso contrario la represión, terminará inexorablemente en barbarie.

Es pues un zigzagueo, lo que hemos visto, por lo menos indecoroso, en los avances y retrocesos de los actores políticos que consumaron un golpe institucional, declarando la permanente incapacidad  moral de un presidente en ejercicio, sin que las pruebas de convicción, requeridas y exigibles en un debido proceso, hayan sido suficientes.

Así es cómo, la calle,  presionó la renuncia del primer sucesor del defenestrado presidente, el mismo que cuando se extinga su condición de congresista, gozará de una pensión vitalicia  y privilegios con los que se premia a quienes hayan ostentado la titularidad del Poder Ejecutivo, en reconocimiento a sus servicios prestados a la Nación.

Paradójicamente, el neo pensionista vitalicio, deberá responder al lado de sus cómplices, sobre el uso extremo de la fuerza que ocasionó la muerte de dos manifestantes y un gran número de contusos, que verán, algunos de ellos, frustrado su porvenir al habérseles infringido daño permanente.

Instituido lo permanente, (al menos temporalmente), tenemos ya, un nuevo presidente que podría ser vacado por cualquier intérprete de Tartufo, que lo denoste, y convenciendo nuevamente al rebaño ignaro, vuelva a votarse por una vacancia.

Por más que el señor Sagasti, portador ad témpore, de la banda presidencial sea impoluto inodoro e insaboro, y tenga en su haber méritos que lo encumbran por sobre todos su pares en el errático Congreso de la República, tendrá que aceptar, haber servido de legitimador de un proceso nacido en la conspiración, y  en un momento inadecuado.

Mientras tanto, la palabra sigue circulando en las calles, porque la ciudadanía no renuncia a ser partícipe de su futuro, y convertidos en filósofos, se asombran de cómo el T.C. acaba de levantarse de hombros porque no desea echar más leña al fuego.

Las tensiones entre liberales y socialistas, se van acentuando y empiezan a calentar motores los participantes, que contados por docenas, tendrán que magnificar sus ofertas para venderse a la preferencia del electorado, en medio de una pandemia que tiene la virtud de danzar como las olas; será difícil  entre otras cosas, concretar en qué se diferencian los unos de los otros, y una vez más tendremos como resultado una mixtura congresal deformada tanto en propósitos como en ideología, y un presidente que medre bajo la espada de Damocles que lo defenestre por permanente incapacidad[U1]  moral.