

Lo correctamente político, ha llegado a un nivel de idiotez máximo, coronado con el cómodo “síndrome del rebaño” donde la mayoría acepta sin pensar ni analizar las distorsiones que se plantean en la sociedad actual.
Una nueva victima de esta idiotez correctamente política es el pobre zorrillo, Pepe le Pew protagonista de un sinfín de aventuras idílicas, aunque el personaje sea un monseñor francés, sus aromas lo han marcado con singular romanticismo y gracia que ha hecho el deleite de muchas generaciones. Su pecado ser un ferviente enamorado y pertinaz en las artes del romance, aunque fuera una linda gatita “Penelope Pussycat” la damisela merecedora de sus ensueños. La misma que al final cae rendida ante cariño del apestoso zorrillo.
Como afirma Susana Moscatel en su columna “Estado Fallido” Pepe le Pew ha creado entrañables recuerdos en tantas infancias inocentes ahora se ven vulnerados con este revisionismo tan tremendo que estamos viviendo en la sociedad. Ahora, no es lo mismo poner una advertencia o escribir un artículo en el New York Times (Charles M. Blow, columnista del New York Times, como fue el caso aquí) que efectivamente cancelar algo. Sacarlo del aire o de circulación. No es lo mismo una autocrítica, como Disney ha hecho con sus títulos de los años 40, que de plano decirle al prójimo qué puede y qué no puede ver. Hoy en particular, sabiendo el día que es, me llama mucho la atención la violenta reacción al solo poner sobre la mesa el tema de un zorrillo animado, que buscaba amor, pero que lo buscaba a puro arrimón y persecución. Hay otro trasfondo, por supuesto. Pepe solo quería amor pero como apestaba a lo que es, zorrillo, siempre tendría que ser tenaz e insistente. Al final (no siempre) el amor lo conquistaba todo y usualmente la gatita, objeto de su afecto, acababa desparramando corazones (aunque sí le soltaba sus buenos trancazos). Pero la razón por la que Pepe Le Pew apesta no es porque la generación de cristal (a la que no pertenezco) no pueda manejarlo. https://www.milenio.com/opinion/susana-moscatel/estado-fallido/por-que-apesta-pepe-le-pew
Una popular cadena norteamericana anunció que eliminará de la serie de animación Looney Tunes todas aquellas imágenes en las que aparezcan armas de fuego, borrando así, por ejemplo, las escenas en las cuales el conejo Bugs Bunny es perseguido por el cazador Elmer. Mientras tanto, el ratón Speedy González y el entrañable zorrillo Pepe Le Pew también están en el ojo de la tormenta, el primero por perpetuar un estereotipo racista hacia los mexicanos y el segundo por fomentar la cultura del acoso sexual.
EL PROGRESISMO TIENE UNA INSPIRACION INTOLERANTE. Hay que decirlo, con todas sus letra fuerte y claro, el progresismo, más allá de sus legítimas reivindicaciones, resulta fácil de vincularlo a una deriva intolerante en quienes precisamente se presentan como los máximos exponentes de la diversidad. Un ejemplo de lo dicho. Vayamos a la actualidad más inmediata. Reparen en los movientes LGTBIQ o los movimientos feministas, que atacan y destruyen iglesias y centros de culto. Su práctica para visibilizarse se sustenta en una deriva intolerante, insultos, agua, escupitajos y cascos de botella incluidos- en quienes precisamente se presentan como los máximos exponentes de la diversidad. En lo artístico y cultural buscan la invisibilidad otras manifestaciones que no califican a su moral superior. Sin embargo, la corrección política de la progeria ya ha llegado a la idiotez, con sus ataques a personajes ficticios como los del Looney tunes.
Esta idiotez esta disfrazada de un aire autoritario y reaccionario que construye un espacio “progresista” –político, social, ideológico y moral- en que existe el derecho de admisión. O estás conmigo o estás contra mí. O piensas como yo o puedes salir escoltado pintado de amarillo, humillado y vejado, tachado de fascista y derechista bruto y achorado. Pretenden sumar y acaban restando y dividiendo.
Este es nuestro progresismo reaccionario de cada día, además de un evidente exhibicionismo y afán de protagonismo, frecuenta la unanimidad, luce una supuesta superioridad moral, y aspira al privilegio por ser quien es. Siempre, por definición, se cree en lado bueno de la Historia. Y, como puede constatarse, juega a un tiempo el papel de juez y parte. Criminaliza, sin derecho a réplica, cualquier opinión que se escape de la norma. Es decir, de su relato. El discurso progresista recuerda -¿el heredero natural?- al de los viejos inquisidores.
Estamos ante la cultura de la cancelación. Esta expresión, que de un tiempo a esta parte se ha hecho más y más popular, alude a la voluntad de negar cualquier expresión que pueda ser sospechada de ofender a una minoría. Aplica tanto a un personaje público que diga algo inadecuado, como a una obra de arte que -como en este caso- pueda ser interpretada de un modo negativo, por más que la interpretación sea absurda, o directamente idiota. ¡Cuidado, alguien dijo idiota!… De inmediato se encienden las alarmas de la corrección política, que pueden conducir fácilmente a poner en marcha los mecanismos de la censura. Porque de eso se trata: de negar toda aquella expresión que desde la mirada de unos cuantos iluminados resulte inconveniente o pueda ser sospechada de ofensiva.
Aunque resulte políticamente incorrecto decirlo, este falso progresismo le está haciendo mucho daño a la libertad de expresión y pensamiento. Y un curioso favor, por el contrario, a la intolerancia. Aunque termine resultando paradójico, cualquier punto de vista que se oponga al criterio hegemónico de la corrección política tiende a ser condenado al escarnio público.
El ejercicio de la fama no garantiza inmunidad, recientemente, la escritora J.K. Rowling, creadora de Harry Potter, fue criticada ferozmente por declaraciones suyas que alguien interpretó como transfóbicas: lo que dijo fue que ella no podía ver como mujeres a las personas transgénero femeninas. La comunidad transexual se sintió ofendida y el debate escaló al punto de que varios intelectuales de la talla de Noam Chomsky terminaron firmando una carta abierta alertando contra el peligro del pensamiento único.
En el fondo se trata de una lucha de poderes: quién puede decir contra quién puede mandar a callar. Por supuesto, una persona tiene todo el derecho del mundo a autopercibirse del modo que quiera. La pregunta es por qué motivo esta autopercepción debería poder imponerse por encima de la percepción que sobre esa misma persona tengan los demás. Y viceversa, por supuesto. Sin lugar a dudas somos diferentes. La cuestión es quién tiene el poder para marcar el modo en que dichas diferencias serán interpretadas o impuestas socialmente.
Esta grave idiotez de lo políticamente correcto ya ha censurado a autores y obras como las de Debussy, según informa la prestigiosa revista francesa de música clásica Diapason, una escuela de música de Nueva York -el Kaufman Music Center- ha decidido erradicar la pieza compuesta por Debussy, al igual que otra breve composición de su autoría titulada Le Petit Nègre, por considerar que ambas obras tienen un sentido racista. El comunicado señala, textualmente: “Estas dos piezas ya no son aceptables en nuestro actual panorama cultural y artístico. Queremos hacer de esta escuela un lugar donde todos nuestros estudiantes se sientan apoyados, y estas dos piezas tienen connotaciones racistas y anticuadas. Por fortuna el repertorio pianístico es vasto y hay muchas excelentes alternativas”.
German A Serain escribió recientemente , en un articulo titulado LO POLÍTICAMENTE CORRECTO NOS VOLVERÁ IDIOTAS, el asunto Golliwogg “Por si el absurdo no fuese evidente, conviene aclarar que el cakewalk es un baile originado entre los esclavos negros de Norteamérica como un modo de burla hacia el andar altivo de sus amos blancos. Y que tanto en esta pieza como en Le Petit Nègre (1909), más que un gesto racista Debussy manifiesta su admiración por esta música exótica, entretenida y novedosa.
El problema con la corrección política, cuando ella es considerada de una manera irreflexiva, es que cualquier cosa que sea dicha o hecha siempre podrá ser potencialmente incorrecta considerada desde alguna perspectiva. Es el imaginario de unos enfrentado al imaginario de otros. Hoy cancelamos dos piezas de Claude Debussy. Mañana habrá que cancelar a Shakespeare, que se empeñó en imaginar a su celoso Otello como un negro moro.
Y ya que estamos también cancelemos a Mozart, que tuvo el tupé de imaginar negro a su Monostatos. Ese que canta, precisamente, lamentando su propia naturaleza: “Un negro es feo. ¿Es que no poseo un corazón? ¿Es que no soy de carne y sangre? ¡Porque soy un ser vivo, quiero, picotear, besar, ser cariñoso! Querida y buena Luna, perdona, una mujer blanca me ha conquistado. ¡Lo blanco es bello! He de besarla. ¡Oh Luna, escóndete! ¡Si te molesta demasiado, oh, entonces cierra los ojos!”.
He allí un buen consejo, finalmente. Si algo nos ofende, siempre está la posibilidad de cerrar los ojos, o mirar hacia otro lado que resulte más agradable. O mejor aun: podemos revisar y ver si eso que nos ha parecido ofensivo realmente lo es. O si acaso no estamos exagerando. Desde ya, el autor de estas líneas se disculpa si, queriendo o no, ha ofendido a alguien con sus ideas y palabras. De haber sucedido así, acaso ese alguien bien lo merezca.”( Germán A. Serain)