

Al escribirse estas líneas aún no estaba definido el panorama político del Perú y nos balanceábamos por un lado entre el suicidio colectivo representado por una opción de extrema izquierda trasnochada representada por un maestro de escuela rural en Cajamarca y, por el otro lado, la continuación del modelo que desde los años 90 revitalizó la economía nacional llevándonos a lo que todo el mundo denominaba el milagro económico peruano.
Por arte de un muy peruano birlibirloque, 30 años más tarde estamos hoy al borde del precipicio del asalto del poder por unas hordas bárbaras que una vez sentadas en Palacio no sabrán por donde comenzar para saquear las aún amplias arcas fiscales que nos dejó la bonanza económica y la historia de la quiebra de los años 70 y 80 se repetirá con la diferencia de que ahora será para siempre, no para ver si funciona y cambiar sino para siempre.
Si para cuando se lea esto se hubiera dado el esperado resultado del ajustado triunfo de Fuerza Popular entonces si bien es cierto no tendremos que copiar el éxodo de 5 millones de venezolanos quienes gracias a Chávez y Maduro hoy venden arepas en las calles de Lima, Bogotá y otras ciudades, también lo es que estaremos enfrentados a un tremendo problema que esta vez no podrá ser no solucionado, el de las profundas diferencias que aún existen en este país con dos naciones.
Nuestro Perú es una fusión entre lo andino autóctono y lo europeo-hispano. Tenemos una historia de más de 5000 años solo comparable con la de Egipto, China e India y no se entiende como es posible que algo tan poderoso no haya logrado amalgamar una identidad peruana. Como Imperio Incaico fuimos potencia mundial, como Virreinato también. Lo raro es que cuando fuimos llamados a la independencia ese liderazgo se perdió; los peruanos aprendimos a ser una sociedad débil que solo sabe unirse en desgracia, más no en el afán de volver a ser potencia. A diferencia de las Alemanias que hasta antes de la caída del muro de Berlín el año 1989 eran dos países y una nación, el Perú terminó siendo todo lo contrario; un país y dos naciones.
¿Qué es lo que pasa? ¿Porque solo destacamos por algunas brillantes individualidades y no por el trabajo colectivo? ¿Dónde quedó el “Firme y Feliz por la Unión” que orgullosamente llevaban inscritas las monedas de plata que una vez acuñamos? ¿Qué hace que estemos siempre con el agua entre la barbilla y la nariz y estemos de besos con el comunismo empobrecedor?
Víctor Andrés Belaúnde comentaba en sus “Ensayos de la psicología nacional” que en el Perú “por razones étnicas, geográficas, históricas la colaboración colectiva era casi nula…”. Que “nuestro medio era una masa inerte..” y de que “nuestras incoherencias explicaban la inferioridad de nuestra vida colectiva..” . Finalmente decía también que “por debajo de esa chillona algarabía se agitaban la murmuración y el chisme tendencioso..” en donde “la reticencia, el rumor anónimo e impresentable y la suspicacia sutil tejían la urdidumbre que había de oponer a los hechos un obstáculo más serio que las polémicas…”
Sabias palabras escritas en los años 30 del siglo pasado por alguien que no se imaginaba que hoy en pleno siglo XXI su diagnóstico del peruano aún era aplicable. La pregunta que debemos hacernos es como cambiar eso y convertirnos en un país que se limite al vaivén de los normales debates políticos de cada cierto período y ya no se mueva entre los extremismos de seguir para adelante o caer al abismo y la inviabilidad como país.
Una salida a ese dilema lo intento de dar en mi libro Mi Perú, terminado de escribir en plena pandemia china en el 2020 y en donde parto de tres pilares fundamentales para alcanzar el desarrollo: 1) derrotar a la corrupción 2) descentralizar eficientemente y 3) formalizar al país.
Para este artículo me limitaré a tocar el punto 2), el de la reformulación de la fracasada regionalización que dicho sea de paso ha permitido que estemos donde estamos gracias a que sus mecanismos han canalizado ingentes recursos económicos de nuestros impuestos hacia ideologías radicales que se oponen frontalmente a los preceptos básicos y fundacionales que las grandes mayorías del Perú quieren para este país. Efectivamente gracias a la fallida regionalización es que se dividió al país en 25 regiones (de 24 departamentos que teníamos antes) logrando después de casi 20 años (la ley es del 2002 con Toledo) la creación de una costra burocrática que lo único que ha logrado descentralizar es la coima y la ineficiencia. El país no ha sentido que la plata le chorree al que generó la riqueza y esa ha sido hoy la razón principal del triunfo electoral de Castillo (aunque gane o no ha sido un triunfo). La idea de acercar al estado a las zonas rurales alejadas gracias a funcionarios especialmente contratados para eso terminó en regalarle la plata a gobernadores antes pomposamente llamados presidentes que usaban llamativas franjas presidenciales de colores, autos, choferes sedes regionales palaciegas y hacían cocteles en el Hotel Country de Lima para definir sus políticas. Al final la regionalización ha sido un total y absoluto desastre que no solo terminó en corrupción (la mayoría de gobernadores está en la cárcel o acusado) sino además alimentó un cuervo que al final nos está comiendo los ojos. Movimientos extremistas que como el Movadef/Peru Libre hoy ya están en las puertas del poder y con o sin triunfo serán un problema del Perú que queramos construir y no deberán ser autorizados a ser parte de la política peruana salvo que seamos suicidas e ingenuos y no estemos de acuerdo con eso de que para salir de un hoyo, hay que dejar de cavar.
Para dejar de ser “órganos de la más inútil burocracia” como premonitoriamente también dijera VA Belaúnde, el proceso deberá entrar desde el 29 de julio en reorganización. Todos los gobernadores y sus consejos regionales deberán ser despedidos (con la previa aprobación de reforma por el congreso) para dar lugar a una verdadera regionalización basada en clusters económicos, es decir debe primar el criterio económico, administrativo/geográfico e histórico (y no el político). Una regionalización tiene por objetivo llevar desarrollo a zonas alejadas de la periferia de los centros económicos del país y en ese sentido existen varios teóricos y países exitosos en donde se ha aplicado el concepto. Todos tienen en común el concepto de cluster (origen del círculo virtuoso económico) y núcleos de cohesión económicos basados en aquellas ciudades prósperas y ricas que “reparten” hacia la periferia. Es así como el Perú debería estar dividido en 4 o 5 macro-regiones a las que denominaremos Norte, Centro, Sur, Oriente y Sur-Oriente (por una consideración especial que tiene bases históricas en mi opinión) a las que debería liderar por un término prudencial un gobernador provisional (podría ser el comandante regional militar del momento por un período que no debe exceder 6 a 8 meses luego de los cuales se elegiría a un notable de la zona escogido después de un proceso de rigurosa selección). Después del periodo provisional en el que básicamente se revisaría el organigrama regional para que funcione sin burocracia ni corrupción se podría ir ejecutando el plan del canon 40 ofrecido por FP de una manera tal que el dinero realmente llegue a quienes está destinado lo cual ayudaría a menguar el efecto negativo de la pandemia mientras se reavivan los proyectos regionales que serían manejados por la nueva administración. De esa manera como un shock económico reconstituyente, la confianza de amplias áreas alejadas del país a las que el estado nunca atendió reflexionarían en beneficio de una nueva administración estatal que si llega.
Naturalmente que hay que incorporar cual enfoque sistémico un control a la nueva administración a través de una comisión especial anti-corrupción de la cual mi libro también habla pero sobre lo cual no ahondaré ahora en este artículo por motivos de espacio.