Caballo negro: a cocachos aprendí

Hace unos años solía dar asesoría en algunos colegios privados. Fuera del trabajo psicológico, solía combinar la Psicometría, el Lenguaje, la Matemática, la Lógica y el Ajedrez; tal y como hago actualmente en C.A.R.A. (desde hace casi diez años). Por aquellos días confirmé que tanto las niñas como las adolescentes hasta los quince años, tienen un mejor rendimiento en cuanto a memoria de trabajo, imaginación y rapidez mental; superando a sus pares masculinos (al menos en un gran porcentaje). Menciono los casi diez últimos años, porque antes trabajé con chicas entre 18 a 20 años, en preparación pre universitaria.

En medio de las asesorías con niñas y niños, chicas y chicos; ocurrió una vez que, terminada una sesión psicopedagógica, uno de los chicos de 15 años, del tercero de secundaria, muy reservado él, me pidió jugar una partida, le dije que no había problema y puse en marcha el reloj de competencia a tres minutos por lado, lo que se conoce como partida relámpago o blitz.

Jugué en forma displicente, basándome tontamente en lo corto del tiempo y cometí un error grosero, lo que le permitió a mi muy joven rival darme jaque mate antes del término del tiempo. Los otros alumnos no salían de su asombro y le di la mano al vencedor diciéndole: “Hoy me has enseñado una buena lección”.

Pasaron unos días y por casualidad llegó a mis ojos una publicación, donde el alumno que me había vencido anteriormente se ufanaba con esta frase: “…cuando uno le gana al profe y todos salen huyendo por miedo…”. Y como es mi obligación corregir esos problemas de reflejo, al menos, de los que conmigo trabajan, decidí darle una lección.

En el aula donde estaba este chiquillo había tres chicas que practicaban el ajedrez, aunque no vencían a los varones en el juego de tablero con piezas, no tenían miedo en jugar con solo el tablero y sin piezas (algo que no gustaba a los varones). Al formar las parejas mixtas, puse a mi vencedor de hacía días con la niña que menos dominaba el juego. Se pararon frente al tablero vertical en la pared y sin piezas y en pocos movimientos la chica venció al ufano.

Como era casi hora de salida, se fueron despidiendo y retirando, al chico le dije que esperara. Le dije: “He hecho salir a los demás para que no escuchen lo que te diré. ¿Te ha jodido que te gane tu compañera, la que menos juega? ¿Acaso venciste al campeón del mundo? Me ganaste a mi, y te dije que me diste una lección, por soberbio. ¿No crees que debería haberme sentido humillado porque me venciste, como lo haría cualquier mequetrefe de los que aquí abundan que no soportan que los alumnos los superen? Todo lo contrario, me sentí orgulloso, por la lección que me diste y porque significaba que mi trabajo estaba dando fruto con ustedes. Ahora sécate esas lágrimas que de furia deben ser, y no olvides una cosa, que se aprende más de una derrota que de cien triunfos”.

Han pasado años, dejé de verlos durante ese lapso de tiempo y hace unos meses me llegó un mensaje del mismo muchacho de esta historia, me había escrito un amplio mensaje que culminaba con estas palabras: “…gracias por todo lo que me enseñó, sobre todo eso de “se aprende más de una derrota que de cien triunfos” porque lo estoy aplicando en mi vida”. Huelgan comentarios.