

“Son abigeos”. Esa fue la versión oficial sobre el atentado ocurrido en el distrito de Chuschi el sábado 17 de mayo de 1980, cuando militantes de Sendero Luminoso quemaron públicamente las ánforas y padrones electorales, declarando la guerra al Estado y a la sociedad peruana. Solo dos periódicos, La Prensa y el Diario de Marka, informaron al respecto en sendas pequeñas notas, que también restaban importancia a este hecho que marcó el inicio de una nueva oleada de violencia subversiva en el Perú.
¿Nueva? Sí, la primera se había producido en los años 1960 cuando diferentes grupetes revolucionarios se autodenominaron Ejército de Liberación Nacional y pretendieron convertir al Perú en otra Cuba. Al frente de una de esas bandas estaba precisamente quien hasta hace unos días se sentó en Torre Tagle como canciller, y que luego de ser amnistiado por Velasco, pasó al Sinamos, el aparato de manipulación social del “Gobierno Revolucionario”. Claro, veinte años después, algunos peruanos, sobre todo desde la izquierda “democrática”, también -como hoy- pretendían pasar la página y se empeñaban en creer que era imposible que volviera la subversión…
¿Ingenuos o cojudos, como decía Sofocleto? Porque también en los años 80, fueron estos sectores de la izquierda, con personajes como Hugo Blanco que habían participado de la subversión en los años 60, los que pretendían reivindicar su violencia, romantizándola como “guerrilla” para diferenciarla del terrorismo de Sendero Luminoso. “No nos terruqueen” habrían dicho como hoy, pero algo queda muy claro con este repaso histórico de la subversión comunista en el Perú: los métodos pueden haber cambiado, pero el objetivo sigue siendo exactamente el mismo.
Por eso, así como nos hemos negado a “terruquear” alegremente a todo el que es de izquierda, también hemos rechazado pasar por agua tibia los vínculos que unen al actual régimen con grupos comunistas radicales, aunque nos digan que eso es terruqueo. Porque, en cierta manera, tiene razón esa izquierda caviar cuando señala que es un error calificar como “terruco” a todos los que conforman ese club de extremistas que es Perú Libre, pues, en efecto, salvo en el caso de los grupos del VRAEM y de los apologistas de Sendero Luminoso, estos sectores ya no usan la violencia como estrategia.
Entonces, ¿dejaron de ser peligrosos por eso? La respuesta obvia es que no, pero necesitamos entender con mucha claridad por qué lo siguen siendo, pues parte de la estrategia de estos lobos es vestirse de corderos.
Entendamos algo. ¿Qué hacía tan peligrosos a Sendero Luminoso y al MRTA hasta convertirse en los enemigos públicos Nº1 del Perú?
Por supuesto que lo primero en lo que pensamos cuando nos hacemos esa pregunta es en la brutal violencia que desataron. Sendero, con sus matanzas colectivas, aniquilamientos selectivos, espantosos coches bomba, voladuras de torres, destrucción de la propiedad privada, toda la muerte que sembró a su paso entre los peruanos más pobres. El MRTA con sus salvajes secuestros, sus ajusticiamientos y asesinatos políticos, sus políticas de represión y tortura hacia poblaciones vulnerables en las “zonas liberadas”.
Pero hay algo de lo que nos olvidamos a menudo y que es tanto o más peligroso incluso que esa estrategia de lo que ellos llaman “guerra popular”. Es su ideología.
El dolor, espanto, terror, desesperación, caos, pobreza y destrucción que produjeron sus crímenes son tan grandes que a veces nos hacen olvidar el germen de todo ese reguero de maldad: un origen ideológico. Ellos no mataban por matar, no destruían por destruir, no eran solamente expresiones de sus patologías mentales. Rasgos psicopáticos tenían todos estos asesinos, sin duda; pero el detonante, el impulso que los llevaba a desatar esa violencia salvaje era su fanatismo ideológico hacia una forma de ver al mundo, a la sociedad y al ser humano, ideología que fue la justificación y motor de todos sus actos criminales.
Toda esa violencia no fue sino la expresión de un proyecto político, una estrategia destinada a imponerlo porque sus cabecillas creyeron que ese era el momento ideal para hacerlo y que su sangrienta revolución tenía el triunfo asegurado.
Pero llegó 1992 para Sendero Luminoso y 1997 para el MRTA. y la estrategia militar revolucionaria de ambos grupos fracasó. Fueron derrotados por el Estado peruano y la nación, contra quienes se habían levantado. Es entonces que, mientras los peruanos celebrábamos la captura de Abimael Guzmán y toda su cúpula y la operación Chavín de Huántar con que se descabezaba al MRTA, estos grupos extremistas entendieron que el camino militar ya no era viable, y salvo algunas facciones en el VRAEM, emprendieron el camino de construir una nueva estrategia.
“Es un recodo en el camino”, les envió el mensaje Abimael Guzmán. El mundo había cambiado, tenían que alinearse con la nueva realidad, pero jamás renunciar a su Pensamiento guía
Pero antes de que pasemos a ver cuál ha sido y es esa nueva estrategia, recordemos: ni Sendero ni el MRTA fueron peligrosos únicamente por sus crímenes cometidos en los años 80 y 90. Fueron, son y serán peligrosos siempre debido a la ideología que los sustenta. Y eso es lo que tenemos que recordar los peruanos para tener los ojos bien atentos, aunque ahora parezca que ya es demasiado tarde. Como decían las abuelas, lo único que no tiene solución es la muerte.
¿Cuál es esta ideología que los sustenta? Como para que no quepan dudas de la veracidad de lo que diremos, hay dos documentos que se pueden consultar al respecto: uno es el Informe de la Comisión de la Verdad y la Reconciliación Nacional, cuya elaboración estuvo a cargo de personalidades de tendencia izquierdista democrática; y el otro es la propia documentación histórica de Sendero y el MRTA que circula en internet y en la página web del Movadef.
Cuando los peruanos leemos “marxismo-leninismo-maoísmo” o “marxismo-leninismo-mariateguismo” no siempre estamos conscientes de lo que eso significa.
Primero que nada, estamos hablando del comunismo clásico, el que considera necesaria una revolución que destruya gradualmente el Estado burgués partiendo de políticas socialistas, que son una primera etapa. En segundo lugar, significa la implantación de un régimen que en el lenguaje clásico se denominaba “dictadura del proletariado” y “abolición de las clases sociales”. Y, en tercer lugar, la existencia de una línea de adaptación histórica a las nuevas circunstancias, pero que de ninguna manera implica la renuncia a las pretensiones revolucionarias originales.
No nos engañemos: eso no ha cambiado. No para las izquierdas radicales. Si uno lee el Informe de la CVR y los proyectos políticos o idearios de estas agrupaciones extremistas apandilladas en Perú Libre, se encontrará con muchas sorpresas, porque ideológicamente hablando, los puntos de contacto entre las peligrosas ideas y métodos de Sendero Luminoso y las de estos grupos radicales, son muchos.
Declararse marxistas leninistas es solo la punta del iceberg. Por ejemplo, Sendero hablaba de “construir un partido de cuadros selectos y secretos”, y podemos escuchar tantas veces a Cerrón y sus seguidores hablar del Partido en esos mismos términos de una élite que conduce la revolución y se atribuye la facultad de decir qué es lo que quiere y qué es lo que no quiere el pueblo.
Por otro lado, estaba el culto a la personalidad, que llegó a niveles ridículos en el caso de Abimael Guzmán, pero que en el caso de Cerrón y Castillo empieza a manifestarse en una defensa cerrada y ciega que pasa por alto la montaña de cuestionamientos sobre ambos personajes.
También los une la creencia en la necesidad de una revolución cultural, “cambiar las almas de la población para consolidar el partido y socialismo” dice el Informe de la CVR, la imposición de un lavado cerebral colectivo para adoptar la mentalidad revolucionaria: baste mirar el plan educativo del Ideario de Perú Libre y los discursos de todos sus líderes fomentando el racismo y la exclusión, la alusión a “una concepción del mundo distinta” por parte de Bellido, para darse cuenta que esa revolución cultural está en camino, ahora barnizada de reivindicaciones andinas y bolivarianas, pero con la misma paranoia de Sendero.
Y hay muchas más semejanzas:
- La militarización del partido y la sociedad era una premisa senderista, que hoy ve su expresión en la convocatoria a las rondas campesinas y urbanas como milicias que “custodien la revolución”, con llamados frecuentes de los líderes de Perú Libre a “defender a Pedro Castillo, a nuestro presidente”.
- La clandestinidad para “eludir al fascismo”, que podemos verlo en el secretismo y opacidad del gobierno; la definición de todos sus adversarios políticos como fascistas.
- La conexión con el campo a través de los maestros rurales
- El desarrollo de “organismos generados”, organizaciones sociales y gremiales paralelas, ahora desde el propio gobierno con iniciativas como la “comisión para bajar el precio del dólar” que busca suplantar al BCR, y como hizo el propio Castillo con su sindicato para suplantar al SUTEP.
- El desprecio hacia la izquierda democrática o caviar, a la que denominaban “revisionista”, y que también en los 80 le sirvieron de tontos útiles, incluso con huelgas de hambre en el Parlamento por los “presos políticos”.
- El desprecio por los medios de comunicación, a los que señalan como instrumentos del capitalismo y el imperialismo.
Todas estas eran premisas ideológicas y estrategias de Sendero Luminoso. Los nombres pueden haber cambiado, pero las ideas siguen siendo las mismas y se pueden leer en el Ideario de Cerrón, entre otros documentos y discursos, como los del etnocacerismo, por ejemplo. Ya no se hablará de dictadura del proletariado sino de “gobierno del pueblo”, pero en el fondo es exactamente el mismo proyecto político.
Claro, en treinta años, algo tuvieron que aprender, sobre todo viendo a su enemigo –la sociedad peruana– equivocarse. Por eso, la mayoría ha abandonado las estrategias violentas, pues tanto Sendero como el MRTA pensaban que la violencia era inevitable para alcanzar el socialismo y Abimael propugnaba una “guerra prolongada del campo a la ciudad”. Ahora, han preferido la estrategia de la penetración y el copamiento, que requiere mucho más paciencia y disciplina, pero que ha dado sus frutos.
También han abandonado las viejas rivalidades que existían entre Sendero y el MRTA: las nuevas generaciones del extremismo comunista entendieron que era necesario bajar la guardia entre propuestas revolucionarias y por eso Perú Libre agrupa a perro, pericote y gato, desde los violentistas del VRAEM, hasta los reservistas del etnocacerismo antaurista, ex MRTA, el Movadef y los indefinidos como Castillo.
Y, por supuesto, como Cerrón mismo ha declarado, el ejemplo del bolivarianismo, del evochavismo admirador de Castro, ha sido fundamental para entender que el proceso revolucionario necesitaba nuevos cauces.
Es entonces que toman sentido las palabras y presencia de Cerrón, de Bellido, de Castillo, de Béjar, de Nájar, cuando hablan, de distintas maneras, de la necesidad de mantenerse en el poder, de que no serán suficientes cinco ni diez ni veinte años, aunque “no cometerán los errores” de sus aliados venezolanos, bolivianos o ecuatorianos, es decir, que optarán por turnarse en el poder y así simular un estado democrático.
Digo simular, porque ahí es donde radica el peligro de estos extremismos que los peruanos no estamos viendo. Desde los años 60 (y la presencia de Béjar en Cancillería es un símbolo viviente que deberíamos leer bien), hasta los 80 y 90 de Sendero y el MRTA y luego en los 2000 con el Movadef, los gremios filosenderistas y los gobiernos regionales extremistas, el objetivo sigue siendo uno solo: derribar lo que ellos llaman el “Estado burgués”, pero que no es otra cosa que la democracia liberal sobre la que se fundó la República peruana.
Pecamos de ingenuos y cojudos cuando creemos sus discursos “democráticos” y sus “deslindes” y su “voluntad de diálogo”. Se están burlando de nosotros, en nuestra cara, y no lo ocultan. Su objetivo no es ni siquiera la Asamblea Constituyente. Su objetivo es implantar la seudodemocracia comunista.
¿Y por qué eso es peligroso? ¿Acaso la democracia liberal republicana ha sido capaz de subsanar las grandes heridas nacionales, las brechas socioeconómicas? ¿No buscan ellos la justicia social? Si eso pensamos es que nos hemos tragado como sociedad un sapo enorme. Porque su objetivo no es la justicia social ni los pobres ni la inclusión. Ellos vienen por el poder, fuera del cual “todo es ilusión”; nada más, y así lo han demostrado en su primer mes, igual que todos los proyectos políticos afines en América Latina los últimos sesenta años.
Son peligrosos porque, con todos sus defectos, la democracia liberal republicana, a la que odian y quieren destruir y reemplazar, se fundamenta en un valor esencial: la persona humana entendida como el individuo. No “la sociedad”, no “el pueblo”, no “la masa”, no “todos”, sino cada una de las personas que conformamos esta nación. Nuestra democracia se fundamenta en que cada persona es depositaria individualmente de las libertades y derechos humanos por el solo hecho de ser persona.
No nos equivoquemos: no es suficiente hablar de democracia sino se especifica cuál. En la Grecia Antigua, hubo también democracia, pero no era como la nuestra. En la democracia griega, solo eran ciudadanos los varones griegos libres, mayores de edad y con propiedades. Estaban excluidas mujeres, extranjeros, niños y esclavos.
Algunos podrán objetar que en nuestra democracia liberal republicana eso todavía ocurre y se verifica en la realidad, pero la gran diferencia es que nuestra aspiración y proyecto como sociedad democrática liberal es acabar con esas exclusiones, y lo empezamos a hacer cuando como Estado de derecho declaramos que toda persona humana es el objetivo y fin de la sociedad, y solo ella es depositaria de estos derechos y libertades. Porque el ser humano es alguien identificable plenamente desde que nace.
En cambio, la seudodemocracia comunista lo que busca y acaba por hacer es disolver al individuo en la masa, apelando al concepto de los “derechos colectivos” y del “bien común”. Eso trae como consecuencia que los derechos del individuo, de la persona humana, ya no son absolutos sino relativos, ya no dependerán de solo hecho de ser un ciudadano, sino que dependerán de lo que “decida el pueblo”.
Un ejemplo de esto lo estamos viendo en las declaraciones oficiales del gobierno de Castillo en que se relativiza la libertad de expresión. Mientras por un lado declaran que “se respetará” la libertad de expresión, acto seguido viene el “pero”: siempre que no sea la “seudo libertad de expresión”, como si no hubiera leyes para sancionar los delitos que se puedan cometer en el ejercicio de esa libertad. ¿Y quién determina cuando es libertad de expresión y cuándo es seudo libertad? El “pueblo”, por supuesto. O sea, ellos.
Por eso la reiteración de la palabra “pueblo” durante la campaña. Algunos se reían, sin ver el peligro detrás: el empoderamiento de la turba.
Porque ¿quién es el pueblo? ¿La mayoría? ¿Qué porcentaje de la población es la mayoría? ¿Y quién determina qué porcentaje hace mayoría? ¿Es el pueblo el 50,4% que votó por Castillo, los verdaderos peruanos, o el 49,9 que votó por Keiko? ¿Puede determinar “la mayoría” el destino de los derechos y libertades de las minorías? ¿Puede llamarse democracia a la dictadura de las mayorías?
La experiencia de la historia humana nos dice que cuando se apela al instinto de manada, como hacen todas las seudodemocracias comunistas exacerbando los odios, los resultados suelen ser atroces, porque para ellos el individuo nos significa nada, apenas daño colateral. Daño colateral fue para Sendero cuando en los años 80 mató a todo el que se oponía y era un maldito contrarrevolucionario. Daño colateral es ahora que, para imponer un proyecto político comunista, no importa derribar la economía, paralizar las empresas, arruinar el crédito, provocar estampida de capitales, generar caos, maltratar las instituciones, destruir todo lo logrado en treinta años. Es solo daño colateral en pos de su objetivo.
Estamos a tiempo de detenerlos. Porque Sendero y el MRTA no fueron peligrosos solamente por sus atentados y violencia, sino, sobre todo, principalmente por esa forma demencial y perversa de entender la política y el ejercicio del poder; por esa ideología extremista que ahora encarnan Perú Libre y sus aliados, un Pensamiento enemigo de la democracia y de las libertades. No podemos seguir siendo tan ingenuos al permitirlo.
(*) Emma Cadenas Mujica (Lima, 1966) es una periodista, escritora, docente, teóloga y cantautora peruana transgénero. Se declara anarcolibertaria. Ha publicado novelas, poemarios, libros de gastronomía y teología. Ha sido directora y editora general de distintos diarios, revistas y periódicos digitales los últimos treinta años y enseña Periodismo hace veinte años. También ha sido productora y conductora en distintas televisoras. Hoy es guionista de Contracorriente (Willax TV), conduce el espacio digital Sin Maquillaje y dirige el portal La Yema del Gusto. Como experta pisquera, es creadora y directora de la Semana del Chilcano. Alista dos publicaciones en 2021: Emma frente al espejo (crónica autobiográfica) y Jesús LGTBIQ+ (ensayo de divulgación teológica), y una producción discográfica: Grito de Valkyria.