Allende no volverá a Chile

Sobre el próximo gobierno de Chile, encabezado por Gabriel Boric, opinó para Télam Víktor Jeifets, director del Centro de Estudios Iberoamericanos de la Universidad Estatal de San Petersburgo, jefe de redacción de “América Latina”, órgano del Instituto de América Latina de la Academia de Ciencias de Rusia. (Traducción Hernando Kleimans)

La campaña electoral de Chile, que finalizó con una segunda vuelta el 19 de diciembre, fue más allá de las habituales batallas electorales. La victoria del candidato de izquierda Gabriel Boric pasó página de la historia, cerrando el capítulo sobre el legado de Pinochet. El programa de Boric es sumamente importante para millones de conciudadanos, pero también asusta a otros chilenos que temen la violencia política y no quieren que se repita la situación que terminó con un golpe militar en septiembre de 1973 luego de dos años de gobierno del bloque Unidad Popular, liderado por el socialista Salvador Allende.

Llegará al poder el presidente más joven de la historia del país, representando a una generación que prácticamente no vivió bajo un régimen militar y no estaba acostumbrada a tener miedo de «lo que pudiera pasar». Boric se convirtió en uno de los símbolos de las protestas estudiantiles de 2011. La “nueva izquierda” se ha asentado firmemente en la arena política, cuyas actividades y programas significan en gran medida una ruptura con el centroizquierda que logró realizar una transición democrática pero que ha perdido su popularidad a lo largo de las décadas.

El candidato, percibido por algunos de sus conciudadanos como «ultraizquierdista», tuvo que desplazarse al centro en busca de aliados, demostrando su disposición a entablar relaciones con los partidos sobre cuya crítica se construyó originalmente su programa. De alguna manera, esto recordó los acuerdos de Allende con el parlamento en un momento en que el Congreso chileno debía decidir a quién se reconocería como el triunfador de las elecciones de 1971. Pero ahí es donde terminan las similitudes.

La victoria de la Nueva Izquierda se forjó con promesas de un profundo cambio estructural, un replanteamiento de los enfoques neoliberales y un mayor papel del estado en la economía. Chile, dice Boric, evolucionará hacia una sociedad donde la desigualdad flagrante terminará y el «milagro económico» chileno funcionará para todos los ciudadanos. Uno de los desafíos para el nuevo presidente será calmar los mercados, que temen ver en Chile una política económica «a la Venezuela». Tendrá que caminar entre Scylla y Charybdis, sin decepcionar ni a los inversores ni a sus votantes, que esperan el cambio.

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Allende, figura icónica de la historia de Chile, poseía cualidades que Boric aún no ha podido demostrar.


La llegada al poder de la «Unidad Popular» en 1971 fue considerada el inicio del camino hacia el socialismo en Chile, al igual que en Europa del Este o Cuba, pero sin lucha armada y en el marco de la democracia parlamentaria. En este sentido, Allende y Boric no son comparables. El actual vencedor electoral, ardiente defensor del feminismo y los derechos de los pueblos originales, partidario de la «economía verde«, dice claramente que la economía estará regulada, pero no debe esperarse una nacionalización, y el Banco Central seguirá siendo independiente de las autoridades. Aunque proyectos ambiciosos como la reconstrucción de la red ferroviaria nacional no atraigan a la empresa privada, no conducen de ninguna manera a una revolución económica. La esencia del programa de Boric es completamente socialdemócrata, en el espíritu de la izquierda sistémica europea, y la mayoría de las frases revolucionarias probablemente se olviden después de las elecciones.

Gabriel Boric tendrá que evidenciar maravillas de malabarismo político: demostrar a la mitad del país que las autoridades no permitirán el uso de la violencia masiva como herramienta de lucha política y, al mismo tiempo, no ofender a los cientos de miles de chilenos que tomaron las calles en 2019, buscando cambiar el modelo político y económico.

Un enigma adicional será la alineación de fuerzas en el parlamento, donde ninguna de las cámaras tiene una mayoría estable en ninguna coalición. Quizás el primer paso hacia los acuerdos sea un intento de incluir al Partido Socialista en la futura coalición de gobierno.

 La esencia del programa de Boric es completamente socialdemcrata
 
La esencia del programa de Boric es completamente socialdemócrata.


El desafío más importante sigue siendo la reconciliación de la sociedad chilena extremadamente polarizada, en la que los “dos Chiles” a menudo simplemente no se escuchan. Pero comparar a Boric y Allende también en este asunto es una tarea ingrata. Allende, figura icónica de la historia de Chile, poseía cualidades que Boric aún no ha podido demostrar. El experimentado Allende, que antes de la presidencia tuvo la oportunidad de ocupar un cargo de liderazgo en el Senado chileno, no siempre logró reconciliar a constitucionalistas y radicales del campo de izquierda que buscaban una revolución armada inmediata. No está claro cómo Boric unirá los puntos a menudo diametralmente opuestos de sus partidarios.

Allende actuó en condiciones de un vigente sistema político de partidos, pero el sistema que conocíamos no iba a vivir mucho tiempo. En el bloque de “Unidad Popular” los comunistas eran la fuerza moderada y consolidadora, mientras que los socialistas actuaban como catalizadores radicales; ahora son los comunistas los que se han movido bruscamente hacia la izquierda y los socialistas hacia el centro.

Las expectativas de cambios radicales son altísimas, pero el equipo de Boric no podrá cumplir plenamente las promesas sin el apoyo parlamentario y el de la mayoría de una sociedad polarizada. La ejecución detallada del programa electoral no permitirá encontrar un lenguaje común con los inversores y las estructuras empresariales, pero la renuncia al mismo será un golpe para la reputación presidencial. Allende no pudo resistir a esa opción. Boric tendrá que hacerlo.

* Tomado de Telam