La silla turca: visita al ombligo del mundo

Como cusqueño y peruano, siempre que regreso al Cusco, no me deja de impresionar (cada vez más) el legado que dejaron nuestros antepasados: en lo arquitectónico, en lo agrícola, en lo cultural, en lo religioso, etc. ya sea desde el Incanato, así como todo el periodo de dominio español y la etapa republicana.

En lo personal, cada vez que regreso al Cusco, voy con otra perspectiva, más abierto a conocer otros detalles de nuestra historia, con una mente más abierta para comprender la majestuosidad del Imperio Incaico, pero también para recoger la mejor información y formarme, el criterio sobre qué fue lo que pasó a la llegada de españoles al Perú y tratar de comprender como un grupo pequeño que no llegaban a las 200 personas, logró dividir, dominar y conquistar un imperio que probablemente llegaba a una población de 20 millones de personas.

Durante la educación primaria, sobre todo los que estamos cerca a los 50 (y con la Reforma Educativa promovida por el Gobierno Militar en aquel momento), no dejamos de recibir información muy positiva y edulcorada sobre las principales características del incanato: un Imperio guerrero, severo, drástico, fuerte, donde primaba la armonía y en donde las obras monumentales hacían gala de la grandeza y poderío.

El imperio tuvo su apogeo con el Inca Pachacutec hacia 1,438 dc quien se supo ganar el respeto de los pueblos conquistados, siendo el 9no Inca y posteriores a él, en total 14, ninguno de los emperadores repitió su importancia y vigencia.

En la semana pasada, que visité nuevamente el Cusco con unos amigos, nos asignaron un excelente guía (1) que habló de un imperio, más terrenal y menos perfecto. Evidentemente importante por la extensión que alcanzaron sus dominios y las señales de riqueza y grandeza, pero no viable en el tiempo por la asfixiante presión que se ejercían a los pueblos dominados y por los altos impuestos que se les cobraban para sustentar los costos de mantener un sistema administrativo y un ejército, lejano al centro del imperio.

La guerra civil, el olfato político del grupo español recién llegado, el levantamiento de los pueblos oprimidos: Cañaris y Chancas contra el Tahuantinsuyo y las enfermedades traídas: viruela, sarampión, tifoidea, picaduras de piojos, etc. diezmaron al Imperio.

Volviendo a la realidad, casi 600 años después vemos que, como nación, no salimos de lo mismo, nos siguen golpeando 3 graves problemas:

  • La pugna de las partes: no logramos ser un país unido aún. Somos un país polarizado, que se divide a cada momento. Apenas pudieron, los pueblos oprimidos en el Incanato, se revelaron aprovechando el desconcierto traído por los españoles y aceleraron su caída. (2)
  • No respetamos a las instituciones, no hay institucionalidad, éstas se manejan de acuerdo al antojo del gobernante de turno: Como dice la frase atribuida al Mariscal Oscar Benavides: “Para mis amigos todo, para mis enemigos la ley”.
  • Y como no respetamos a las instituciones, estamos a la espera de líderes. No tenemos partidos politicos, tenemos caudillos, muchos de los cuales se “despintan” cuando es hora de tomar decisiones, ya que elegimos con el hígado o el corazón y no con la cabeza.

Lo irónico del momento, es que como seguimos eligiendo a caudillos, tenemos la realidad que tenemos y quien sabe, ni la vacancia y ni unas nuevas elecciones, nos aseguren un mejor presidente y evidentemente un mejor gobierno.

(1) Esta vez, el guía era un profesional con maestría y docente en una universidad local.

(2) En la semana pasada en el artículo: “Coraje llama Coraje en Cualquier Lugar” hablamos del tipo de relaciones que no tienen viabilidad en el tiempo.