Cavilaciones decimonónicas

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A pesar de la distancia medida en el tiempo que nos separa de la época en que escribiera Flora Tristán sus famosas “Peregrinaciones de una paria”, cobran actualidad irrebatible sus descripciones y afirmaciones de la realidad que encontró en esta parte de América, cuando visitó Arequipa (*).

En efecto, ella trajo consigo sus propósitos personales de acceder a la fortuna perteneciente a su familia paterna. Que en su época eran difíciles de exigir por las injusticias prescritas en el ordenamiento legal, que segregaba con crueldad a quienes no tenían “origen” en una familia fundada en base al matrimonio.

Flora Tristán protagoniza el sufrimiento de la mujer con los derechos recortados, y estuvo sometida a las costumbres de una época en la que se pagaba con dolor extremo, el aceptar un matrimonio por conveniencia. Para después tener que buscar toda la energía guerrera posible, que le permitió romper el yugo, con el que se había unido a un ser exento del merecimiento de su sentir amoroso y de dignidad.

Las tribulaciones de su primo, el barón Althaus, (llegado con la expedición libertadora encabezada por San Martín) frente a los cambios en la cúspide gubernamental, y de los ricos de la época, entre los que se acopiaba el aporte requerido por los nuevos regentes de la Nación, para pagar las milicias que deberán respaldar el título del Primer Mandatario de turno, fueron sabrosamente relatadas por nuestra escritora.  Ello en el capítulo titulado “La República y los tres presidentes”.

Estos años de la República corresponden al cuarto decenio del siglo XIX, el año de 1834. Es decir, cuando un viaje a Europa era realizado en cuatro meses, tal y como relata Flora, lo tuvo que realizar de ida y vuelta, sin haber podido lograr sus objetivos.

Las maniobras de Juan Gualberto Valdivia -más tarde, diputado y luego primer Decano de la facultad de Letras de la UNMSM, desde las alturas clericales mercedarias- aparecen con todo su poder sobre quién y sobre cuánto, cada personaje mencionado en el relato (Gamio, Ugarte, Juan de Goyeneche, el padre Hurtado), debía cumplir de su peculio, con el aporte al “gobierno”. Que en ese entonces se disputaban Bermúdez, Orbegoso y Gamarra,  según lo dicho por la prima de la escritora.

Flora Tristán hace una pintura del paisaje político de su tiempo, Que por cierto se recicla de manera más sofisticada por los recientes acontecimientos protagonizados desde el extranjero, en cabeza de los chavistas venezolanos, y la organización aliada de Lula, conocida como Lava Jato y personificada por la tristemente célebre Odebrecht. Así como por los Dinámicos del Centro encabezados por Cerrón, que gobierna desde la clandestinidad a través del títere Castillo.

Flora Tristán todavía se mantiene vigente en sus descripciones cuando en la persona de su primo Althaus, describe al militar que “sirve a la Nación”:

“… ¡Maldito Oficio! Yo, Althaus, obligado a servir bajo las órdenes de un hombre a quien, cuando fui teniente del Ejército del Rhin, no habría aceptado ni por simple caporal… ¡Ah, Banda de ladrones! ¡Si llego a hacerme pagar solo la mitad de lo que me debéis por los trabajos que he hecho y que sois incapaz de apreciar, juro dejar vuestro maldito país, para no volverlo jamás!”.

(Althaus, nunca se fue, murió a los 45 años en Concepción Jauja, el 13 de enero de 1836).

Esta nota debe terminar, de alguna manera, por convenir a un desenlace que mantenga la altura y significación de nuestra escritora Flora Celestina Teresa Enriqueta Tristán y Moscoso Lesnais. Dejo para el deleite del lector la siguiente transcripción de texto correspondiente al capítulo comentado:

“…El sentimiento que se explotó para excitar a esos pueblos a sacudir el yugo de España, no fue el amor a la libertad política, deseo que estaba muy lejos de sentir, ni el de una independencia comercial, que las masas eran demasiado pobres para poder gozar. Se puso en juego contra los españoles el odio, alimentado por las preferencias de que eran objeto…”

Podemos empezar, entonces, por preocuparnos de construir peruanidad como un ideal que nos unifique alrededor del bien común, en lugar de buscar las absurdas diferencias que exacerba el discurso oficialista inspirado en Cayo Julio César, cuando pronunció su famosa frase “Divide et impera”.

(*) https://sisbib.unmsm.edu.pe/bibvirtual/libros/literatura/pereg_paria/contenido.htm

 

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