Carta del Perú a sus pueblos hermanos

Vamos, es hora de avanzar. La primera presidente del Perú ha dado el paso hacia la transición con un pronunciamiento no sólo conciliatorio sino sincero. Aun sin las pruebas necesarias, elijo creerlo así. Lo hago porque al rechazar ella el lenguaje de la violencia política ha erradicado de su discurso de izquierda todo resto de un programa de conflicto.

Que al día siguiente ha vuelto a las andadas, dicen. Pienso que trata de acomodar distintos idiomas de izquierda para pacificar a las alimañas radicales. Pero las alimañas no escuchan, ella debería saberlo. Así, su discurso va a suscitar pena antes que sospecha. Hoy es necesario devolver la tranquilidad a las familias peruanas luego de 18 meses que han paralizado la inversión y en los que solo la poderosa inercia del crecimiento informal ha permitido a los peruanos sobrevivir.

Hay muertes que lamentar y bloqueos inhumanos de parte de quienes carentes de toda compasión e incapaces de hacer excepciones por miedo a no cobrar, no hubo ni misericordia para niños enfermos de gravedad. La misma que sus despreciables jefes habrían tenido aunque fuera solo por cálculo político.

La del Perú ha sido y es una victoria silenciosa, un ejemplo de tolerancia más allá del deber, que recuerda otras victorias del Perú basadas en la paciencia y la firmeza. Estamos a solo un paso de doblegar el levantamiento que ha hecho perder vídas humanas sin lograr aun ganar la paz. Pero hemos avanzado en días lo que no se había logrado en meses y años.

El enemigo es el Eje La Habana-Caracas-La Paz. No tiene ejército. Solo mercenarios a quienes nada importa, salvo la narrativa del odio manipulado como una herramienta de dominación usada como un arma. A  estos mercenarios se han unido presidentes extranjeros –el mexicano, especialmente- cuyo interés político se ha alineado con el económico de una gran empresa minera compatriota suya, cuyos valores no han bajado un ápice en las bolsas globales porque fue la única que no sufrido atentado alguno en estos días oscuros.

La narrativa de la leyenda negra colonial sigue siendo cínicamente empleada por esos mandatarios extranjeros ahora para tratar de dividir a los peruanos. No lo lograrán. Esa narrativa tóxica no ha prevalecido en el Perú, a diferencia de otros pueblos hermanos de Sudamérica.

Aun hay peligro, no obstante. Todavía las calles y las minas repiten el eco de una falsa narrativa muerta. Pero no se ha incendiado la pradera en la cuna de la civilización más antigua de esta parte del mundo. El odio inspirado en la falsa lectura de la Conquista quedó atrás hace siglos. El odio no nació allí sino en la horrorosa represión política y económica que siguió al levantamiento de Túpac Amaru II y la prohibición para la aristocracia andina de usar sus símbolos de nobleza y la abolición del derecho de mayorazgo en la herencia de la tierra que quebró la columna vertebral de la economía del sur del Perú. 

Estas útimas décadas y en particular este último año y medio han puesto la evidencia sobre la mesa. Repito, a veces décadas de historia pueden tomar tan solo unos pocos días. Ese es el crisol en que una nueva igualdad de oportunidades puede prevalecer sobre la discriminación, la gobernabilidad democrática sobre el conflicto y la libertad económica sobre el mercantilismo.

Ese es el ejemplo silencioso de las páginas que el Perú escribe estos días sin demasiado ruido de palabras en su carta a los pueblos hermanos de Sudamérica.