Mi padre estudió su profesión en Argentina a inicios de la década del 50 del siglo pasado. Mi hija estudió a partir del 2018 también allá. Mi padre estudió agronomía en Ciudad de la Plata y mi hija música en Buenos Aires.
Ello siempre me causó un particular sentimiento y afinidad hacia Argentina y por las historias que hablaban de un país hacia la tercera década del siglo pasado, de primer mundo. Con una clase media estable y culta (casi sin pobreza). Un sistema de transporte masivo adelantado para la época en esta parte del continente. Un sistema productivo sólido, constituyéndose como un gran productor de cereales, lácteos, productos cárnicos, etc. de importancia mundial.
Mi padre me contaba que el restaurante más sencillo te ofrecía casi gratuitamente, una cesta de pan, una botella de vino casero y leche si así lo pedias, además de lo que pudieras consumir a la hora del almuerzo o de la cena.
Una de las principales figuras del ajedrez, Bobby Fisher, visitó Argentina en la década del 70 y quedó maravillado con el país. Sus restaurantes, las carnes a la parrilla y sobre todo lo bien que sabían vivir los argentinos: buenos cafés, buenos bares, buenas charlas, excelentes artículos de cuero, en fin. Sabían disfrutar la vida.
En el caso de Mario Vargas Llosa, quedó también impresionado en su primera visita. Según sus palabras, era el país mas “europeizado” de América latina. Un país rico, un país culto, un país lector, un país con gran actividad cultural, un país donde no había pobreza extrema y por el contrario una gran clase media con poder adquisitivo.
La primera vez que visité Argentina fue en el 2003 y ya hacia varios años las cosas no iban bien. La inflación, la devaluación, el cierre de algunas operaciones industriales importantes. La inestabilidad política y probablemente la afectación de la institucionalidad fueron mellando el bienestar del país.
Hacia el año 2000 se fijó la paridad cambiaria y aproximadamente un peso valía un dólar. En 2003 el tipo de cambio estaba aproximadamente USD1 por cada 3 pesos. Posteriormente la devaluación hizo lo suyo y en 2017 ya el tipo cambio estaba cerca de los 18 pesos por dólar; al año siguiente estaban en 45 por dólar y ahora el tipo de cambio oficial está por encima de los 180 pesos por dólar y el llamado dólar Blue, o informal, supera los 380 pesos.
Tengo algunos amigos argentinos y cada vez les cuesta más mantenerse. Los sueldos han perdido poder adquisitivo, su bienestar está pasando de vivir a subsistir (la tendencia en el Perú en los últimos 30 años ha sido de subsistir a comenzar a vivir) y la grandeza del país, sobre todo con respecto a las primeras décadas del siglo pasado, se ha ido perdiendo seriamente. Se nota añoranza, se nota tristeza, se nota decepción y sufrimiento en el pueblo.
Cuando Argentina perdió el primer partido en Qatar, frente a Arabia Saudita, en definitiva, llamó la atención desde el punto de vista futbolístico, pues en papeles ello no debía ocurrir. Sin embargo, llamó más la atención la actitud y respuesta de Messi, pues declaró de manera inusual y protagónica: “confíen en nosotros, no los vamos a dejar tirados”.
Esta es mi interpretación. Messi sabía que su país no la estaba pasando bien. Probablemente tiene la misma perspectiva nuestra y sabe que la gente está sufriendo y quería darle una alegría. Sentía que ganar el Mundial, era el mejor regalo que podía hacerle a su país. Quería ilusionarlos, quería regalarles optimismo, quería regalarles unidad y cargado de un protagonismo dentro y fuera de las canchas, cumplió su palabra. Messi sabe que es algo temporal, sabe que no es la solución a lo que Argentina vive hoy. Pero los llenó de orgullo, de gratitud y les regaló un tiempo de paz. Pidió que confíen y la gente confió. No los defraudó.
Siendo el futbol “lo más importante de lo menos importante” estoy seguro de que Messi y su selección le regalaron algo de esperanza al país. No los dejó tirados.