Brasil: El ADN de la turba golpista

Se justifican en nombre de dios, son activos en las redes sociales y actúan organizados.

La turba de neofascistas que invadió las sedes de los tres poderes constitucionales en Brasil tiene un ADN común. Es golpista, justifica sus acciones en el nombre de dios y se muestra hiperactiva en las redes sociales. Cuenta con respaldo financiero de cierto empresariado, el apoyo velado o expreso del expresidente Bolsonaro, la connivencia de distintas fuerzas policiales y, además, está armada.

Para tomar el Congreso, el Supremo Tribunal Federal (STF) y el Planalto no hizo falta que mostrara todo su arsenal bélico. A los depredadores de la democracia les bastaron palos, piedras y picos, más su propio instinto criminal para destrozar todo lo que encontraron a su paso en Brasilia. Una de sus víctimas fue un cuadro del célebre pintor carioca Di Cavalcanti, cortado a cuchillazos. Los que atacaron el corazón de las instituciones en el Distrito Federal no estaban solos. Fueron alentados por exfuncionarios, comunicadores e influencers 2.0 a lo largo de la extensa geografía de este gigante convulsionado.

Anderson Torres, exministro de Justicia y Seguridad Pública del ultraderechista mandato cumplido, es uno de los personajes que ahora quedó en la mira de la Justicia. Se encuentra en Estados Unidos como Bolsonaro. Pero son muchos más. Hubo quienes proclamaron sus mensajes desestabilizadores en los últimos días. Como si se tratara de una obra ensayada tras bastidores.

José Carlos Bernardi, un nazi devenido periodista, ex integrante del canal ultraderechista Jovem Pan, se filmó diciendo que había “terminado la paciencia” durante el ataque al Congreso. Es el mismo que en noviembre de 2021 revivió la teoría sobre la Solución Final en una entrevista que le concedió a un medio europeo: “Si matamos a millones de judíos y nos apropiamos de su poder económico, Brasil se hará rico. Sólo atacando a los judíos llegaremos allí. Eso es lo que pasó con Alemania después de la guerra”. Lo dijo cuando gobernaba Bolsonaro, pidió disculpas después, pero siguió su campaña para atacar a Lula a más no poder. Se presentó sin éxito como precandidato a senador por el PTB de San Pablo y su último acto fue respaldar en un video la invasión de Brasilia.

La turba no actuó sola. Estaba organizándose desde el 5 de enero para convocar a la toma de la capital.

Los bolsonaristas, hábiles agitadores en las redes sociales, venían comunicándose entre ellos por whatsapp. Este domingo 8 festejaban lo que veían por los principales canales de TV. “Vamos Brasil!!!” “Caaargaaa”, “No salgan de allá hasta que se caiga todo”, todas eran celebraciones del destrozo, de un golpe de estado en marcha al que también siguieron con simpatía y complicidad las fuerzas policiales en algunas ciudades del país. Principalmente en Brasilia.

En una de las imágenes que se tornó viral, se ve cómo un policía del Distrito Federal saca fotos con un celular rodeado de golpistas con camisetas verdeamarelas. Le apunta al lugar donde ocurrían los hechos desde un sector elevado, donde otros uniformados lo acompañaban y como si formara parte de una estudiantina camino a un picnic dominical. No fue el único hecho con presencia policial. En otro video donde no llega a percibirse el lugar, de la ventanilla de un patrullero sale una bandera brasileña de porte mediano y sus ocupantes son aclamados por la turba bolsonarista en su orgasmo desestabilizador.

Los mensajes que no fueron detectados por los servicios de inteligencia –o al menos minimizados – circularon en código, bajo convocatorias falsas. Se usó la expresión “fiesta de Selma”, acaso por una escatológica comparación con la marcha de 1965 que convocó Martin Luther King en aquella ciudad de Alabama por los derechos civiles. Este dato surge de la empresa de análisis de datos Palver, que monitorea a 17 mil grupos de whatsapp.

Uno de los chats más activos difundió en los días previos al ataque, una especie de manual del buen invasor a los poderes del Estado. Casi una réplica a escala de lo que aconteció en Washington el 6 de enero de 2021, a casi dos años de su remake en Brasilia. En los mensajes se guiaba al golpista-promedio en estado de Nirvana con la recomendación de que “jamás empiecen la invasión sin una multitud que invada los tres poderes al mismo tiempo, o sea, solamente empiecen la invasión cuando hubiera patriotas suficientes para invadir todo”. Una especie de reestreno de la Guerra de los simios – con perdón de los primates – dispuestos a hacer de las suyas en la residencia presidencial, el despacho del juez Alexandre de Moraes o las bancas de los senadores y diputados que habían recibido a Lula por tercera vez en la historia en el recinto el 1° de enero.

En el manual de los golpistas que se autoproclaman “patriotas”, también se decía sobre cómo llevar adelante la incursión: “Esta acción tiene que ser una acción con normas. ¡Nadie entra ni sale! O sea, quien estuviera adentro no podrá salir, no importa si es aliado o no, nadie saldrá después de la toma de los tres poderes”. La turba organizada no estaba convocada solo para ir hacia la capital.

“Quienes no puedan ir a Brasilia deben ir a las alcaldías, ayuntamientos, sedes de los gobernadores de cada estado y deben entrar todos juntos. No entren en grupos pequeños para no ser atacados por la seguridad o policías (mercenarios) cuando ingresen a estos lugares. Asegúrense de que haya suficiente gente para invadir todos los espacios”, se sugería en otra parte de los mensajes.

Para redondear una jornada tan dramática como violenta pero con un ingrediente bizarro, los bolsonaristas pro-golpe de Estado se quedaron cantando tras el ataque en Brasilia: “El pueblo unido, jamás será vencido…”. Una tergiversación en flagrancia del clásico de Quilapayún y Sergio Ortega, casi cincuenta años después, pero con el verdadero pueblo democrático como víctima.

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* Tomado de Página 12