La silla turca: el cumpleaños del emperador

Desde el año 2016, el 23 de febrero ha pasado a ser un día festivo en Japón, pues se trata del día en que se recuerda el nacimiento de su majestad el Emperador Naruhito, nacido en el año de 1960.

Esta fecha es conocida como  Tennou Tanjyobi, que recuerda al emperador como símbolo del Estado y de la unidad del país.

Si bien tiene importancia representando la unidad del país, la Constitución de la posguerra de 1946 establece que el emperador sólo tiene una función simbólica. Ahora participa principalmente en ceremonias y reuniones diplomáticas, pero no tiene poder político efectivo.

Es increíble ver cómo la familia real se ha mantenido vigente, con aciertos y desaciertos a lo largo de su trayectoria, durante más de 1,600 años y, más llamativo aún, cómo el pueblo japonés le tiene mucho cariño y respeto.

El pueblo japonés no solo tiene respeto a su investidura, sino en general a sus costumbres y a su cultura. Es un pueblo con muchas tradiciones y como sociedad es en muchos aspectos bastante conservadora.

Como experiencia personal, hace unos años visité Japón y pude corroborar este cariño que los japoneses tienen a su cultura. Conocí algunas ciudades como Tokyo, Osaka, Nagoya, Shizuoka, Nara, Hiroshima, etc.

Además de pasear por centros comerciales o barrios importantes, en cada ciudad asistimos a los templos japoneses y todos ellos estaban llenos de turistas, pero lo que mas me sorprendió es que la gran mayoría de los turistas eran japoneses. Después de conversar con algunos de ellos, logré percibir que su interés era que antes de conocer otros países, le daban importancia a conocer el suyo propio.

Otro aspecto importante, también, es que muchos de los turistas eran jóvenes: o parejas de enamorados o novios o grupos de amigas. Todos ellos asistían a estos templos con sus kimonos, que es el vestido tradicional japonés.

Imaginémonos esta escena. En un fin de semana, nos vamos a los templos y ruinas del Perú y dentro de sus visitantes, vemos a jóvenes parejas vestidas con trajes típicos peruanos. Vamos a Chan Chan en Trujillo y vemos a jóvenes vestidos como una ñusta y un inca. O tal vez con trajes de marinera norteña: ella de falda oscura amplia, blusa y descalza; él de terno, sombrero y con zapatos. Si vamos a Sacsayhuamán en Cusco, vemos otra pareja vestida mas contemporáneamente, él con pantalón negro de bayeta, camisa blanca, chaleco colorido y chullo y ella con pollera, chaleco y montera, ambos con ojotas. Y así podemos hablar de Kuélap en Amazonas, de Sillustani en Puno, de Machu Picchu, del Palacio de Kótosh en Huánuco y también de otros trajes típicos.

Volviendo a las parejas y grupos de amigos japoneses, ellos no llegaban vestidos con sus kimonos con un fin comercial, no pedían una propina a cambio de tomarse una foto con ellos. No es moda. Lo hacían orgullosos de su cultura, el hecho de sentirse unidos o participes de un todo, contentos de su unidad. Se les veía muy bien.

La reflexión a la que quiero llegar es cuanto nos falta para sentirnos unidos. Para sentirnos tan orgullosos de nuestras costumbres para vivirlas a flor de piel, sin rollos, ni modismos.

En estos tiempos en los que el Perú está tan fraccionado, en el que políticamente hay dos “bandos”, qué hace falta para que nuestros motivos tengan un fin común. Creo que son mas las cosas que nos pueden unir, que las que nos deberían separar.

No sé si ganar un partido de fútbol, no sé si el triunfo de Milena Warthon  en el festival de Villa del Mar en Chile, no sé si los festivos carnavales en Cajamarca, que acaban de concluir, pero dentro de miles de motivos, podríamos comenzar a pensar en lo que le vamos a dejar a los niños y en función a ello trabajar en una agenda común, dejar nuestras diferencias de lado y quien sabe de aquí unos años, podamos ver un país mas maduro, estable, orgulloso de su identidad y probablemente mas respetuoso de sus autoridades e instituciones; ojalá a la par del cariño que el pueblo japonés le tiene a su emperador.