

El mundo, en los últimos tiempos, viene siendo dramáticamente afectado por los desastres que provoca la naturaleza, parte responsabilidad del cambio climático. En el hemisferio norte, los huracanes, tornados o ciclones acompañados por enormes tormentas, provocan inundaciones, que afectan las tierras de cultivo, a las diferentes poblaciones de ganado y animales domésticos, graves daños a las viviendas e incluso irreparables pérdidas de vidas humanas. En el hemisferio sur, las corrientes marinas, la temperatura elevada, generan, a su vez, enormes precipitaciones fluviales, cuya irrupción dañina afecta toda la infraestructura social y las viviendas familiares, en los ciclos de verano e invierno. Muchas civilizaciones del pasado han sucumbido frente a los desastres naturales, a los que se suman, los terremotos, erupciones volcánicas, heladas, en lo alto de las montañas, acompañadas, de fuertes sequias, y otros factores que afectan la actividad económica de las familias, en un escenario de alta vulnerabilidad.
En el Perú el riesgo de desastres es rutinario, cada año la geografía, se ve afectada por el clima, que se manifiesta adversa con lluvias intensas, crecida de los ríos, que a su vez provoca inundaciones, exceso de agua, o sequias en otras partes del territorio, especialmente en las tierras alto andinas. Los temblores y terremotos pueden manifestarse en cualquier momento. Cada año es una rutina implacable, pero muy poco se toma en cuenta la repetición de conocidos fenómenos y sus características, para la gestión de la prevención del riesgo de desastres, considerando que esta labor es fundamental, preparatoria, incluso para la gestión del desastre. Este es el meollo del asunto, “gestión de la prevención”, que es lo que falta, y lo que hay que impulsar en todos los niveles de gobierno, desde el municipio más pequeño hasta el nivel central de gobierno. El impacto de los desastres, es como un shock, que afecta la economía en su conjunto y las condiciones de vida de la población, hay que prevenir.
Sólo en los últimos treinta años, en el Perú, hemos vivido graves desastres naturales, en los años 1997-98, un repentino fenómeno de El Niño, afectó duramente al país, más de la mitad del territorio con las inundaciones que trajeron graves daños en todos los sectores de la vida económica y social de la población, diez años después, en el año 2007, un terrible terremoto en la localidad de Pisco, al sur de Lima, generó miles de muertes y graves daños en las viviendas y la infraestructura social. Otros diez años después, otra vez el fenómeno del Niño costero, en el año 2017, como en un sueño del pasado otra vez golpeó a la mitad de la geografía peruana, en forma inmisericorde, lluvias intensas, crecida del cauce de los ríos, inundaciones que trajeron consigo daño irreparable, sequías y heladas en otras partes.
Ahora, en el año 2023, un repentino ciclón llamado “Yaku”, en el pacífico sur frente a las costas peruanos, ha alterado el clima generando condiciones adversas. Según el SENAMHI, “Yaku” es un fenómeno de características tropicales no organizado que incide en las condiciones de lluvias extremas en el norte y centro del país. Este fenómeno nos ha vuelto a refrescar la memoria, sobre el grado de vulnerabilidad y daño eminente, que estamos expuestos, y nos indica que la prevención, permanentemente olvidada, es la mejor herramienta frente al riesgo de desastres, porque nunca estaremos libres frente a los distintos embates de la naturaleza.
El Perú es un país que se encuentra expuesto a una variedad de riesgos, tales como terremotos, erupciones volcánicas, inundaciones, deslizamientos de tierras y sequias, por su ubicación geográfica en zona sísmica, variedad de ecosistemas, que va desde la costa árida, hacia los Andes y la selva amazónica. La deforestación y la expansión de la agricultura y la minería ilegal, aumentan los riesgos, incluso de incendios forestales y sequías, con impactos negativos en la biodiversidad y en las comunidades locales. Es por ello que los distintos niveles de gobierno y la población deben estar preparados y prevenidos, con sistemas de alerta temprana, construcción de infraestructura resistente, buenas prácticas agrícolas y minería sostenible.
A la par se requiere una amplia cooperación interna e internacional, es la hora de poner mayor énfasis en la gestión del riesgo de desastres en lugar de la gestión del desastre, con el objetivo de evitar nuevos riesgos, promover la reducción de los riesgos existentes, apuntalar la resiliencia, con la participación de la sociedad y las instituciones del Estado.