Nancy Fraser: El capitalismo caníbal está en nuestro horizonte

California Wildfires

Solo adoptando una concepción ampliada de lo que entendemos por capitalismo —que supere la idea de que capitalismo es solo economía— podremos entender la aguda y multidimensional  crisis en la que estamos inmersos. El «capitalismo caníbal» invade todas las esferas de la vida y puede destruir sus condiciones de supervivencia y, lo que es más importante, las nuestras. Desde su punto de vista socialista y democrático —que asume la necesidad de algún tipo de mercado y rechaza la economía planificada— la única esperanza de superación de la triple crisis (de reproducción social, ecológica y política) que estamos atravesando sería un populismo de izquierda que fuera capaz de evolucionar hacia algún tipo de movimiento socialista. Faser reclama también que el feminismo corte sus vínculos con la élite económica y adopte una política de clase que pueda atacar la opresión desde sus raíces. Pero duda que sea posible crear una coalición lo suficientemente grande como para derrotar a las fuerzas reales del capital global y de las finanzas mientras la clase trabajadora esté dividida. Conversación sobre la historia

 

Entrevista por Martín Mosquera*

 

Durante décadas, la teórica estadounidense Nancy Fraser ha aportado a la izquierda algunas de sus ideas más potentes. Por momentos, estas ideas son de corte claramente políticas, como cuando Fraser reclama que el feminismo corte sus vínculos con la élite económica y adopte una política de clase que pueda atacar la opresión desde sus raíces. En otras ocasiones, son conceptos poderosamente teóricos, como cuando Fraser analiza la interacción entre el capitalismo y las «condiciones de fondo» de las que depende el capitalismo y que no puede subordinar completamente.

En sus últimos trabajos, Fraser aboga por una síntesis entre lo práctico y lo teórico, con el fin de evitar el desastre que se avecina y que ella denomina, en su próximo libro, «capitalismo caníbal»: la perspectiva de que el capitalismo, al invadir todas las esferas de la vida, pueda destruir sus condiciones de supervivencia y, lo que es más importante, las nuestras.

Martín Mosquera de Jacobin América Latina habló con Fraser sobre los escenarios futuros que se vislumbran en el horizonte si no actuamos decisivamente para socavar el poder del capital y sobre los retos que implica construir un frente común de lucha política.

Nancy Fraser (foto: Malte Jäger / Philosophie)

Martín Mosquera: Tus trabajos más recientes desarrollan un «concepto ampliado de capitalismo». Se trata de cuestionar la definición tradicional que se concentra de manera estrecha en el capitalismo como sistema económico, ¿es así?

Nancy Fraser: Efectivamente, la concepción ampliada del capitalismo es un intento de abandonar las interpretaciones inadecuadas y burdas de cierto marxismo que piensa en términos de base y superestructura, es decir, que afirma que el fundamento real de la sociedad es el sistema económico y que todo lo demás es una superestructura. En ese modelo, la causalidad fluye de manera unidireccional desde la base económica hacia la superestructura jurídico-política. En cambio, si hablamos de la relación entre el subsistema económico de la sociedad capitalista y las condiciones de posibilidad que constituyen su trasfondo necesario, la imagen de la base y la superestructura se complica. Afirmar que algo es una condición necesaria de la economía implica que las actividades que hacen al funcionamiento del sistema económico capitalista —la producción de mercancías, la posibilidad de venderlas para obtener ganancias y acumular capital, la compra de la fuerza de trabajo y su utilización— no pueden desarrollarse a menos que otros elementos, que a veces se piensa que están fuera de la economía, se encuentren en su debido lugar.

En este sentido, por ejemplo, son necesarias las relaciones de parentesco que organizan los nacimientos, el cuidado, la socialización y la educación de las nuevas generaciones, que reponen la fuerza de los trabajadores adultos que deben alimentarse, bañarse, vestirse y descansar para poder retornar a sus trabajos al día siguiente. Creo que este es un argumento que los lectores de Jacobin conocen bien y que fue desarrollado en detalle por las feministas que trabajan en el marco de esa variante del feminismo marxista que se denomina Teoría de la Reproducción Social. Si tomamos el ejemplo de la reproducción social, percibimos inmediatamente que, de no realizarse adecuadamente esta condición de fondo, se estropea la producción. Esto implica que las posibilidades de acumular capital por medio del sistema económico están limitadas por algunos rasgos de las relaciones de parentesco, como las tasas de nacimiento o las tasas de mortalidad. Por lo tanto, las condiciones de fondo tienen consecuencias importantes sobre todo el proceso. De esta manera, podemos construir una imagen más compleja de la causalidad.

Podríamos decir algo similar de las condiciones de fondo denominadas «naturales» o «ecológicas»: la producción capitalista y la acumulación de capital suponen que todas las cosas materiales que necesita el sistema están disponibles sin reservas y desde siempre en la naturaleza, que basta con elaborarlas en el proceso de producción. Pero las materias primas, las fuentes de energía y la posibilidad de eliminar los residuos —todas condiciones de fondo indispensables— no son necesariamente ilimitadas. Al mismo tiempo, está claro que las fallas en los ecosistemas esenciales (por ejemplo, el agotamiento de las fuentes de energía o la contaminación excesiva) también pueden estropear las industrias. El COVID-19 que, al menos en un nivel, es resultado de una disfunción ecológica, nos brinda en este momento un ejemplo particularmente interesante de todo esto. Se trata de un derrame zoonótico, es decir, de la transmisión de un virus que, a través de algunas especies intermedias —probablemente los pangolines—, pasa de los murciélagos a los seres humanos y hace que todo el sistema económico se contraiga y cierre por la fuerza. En este sentido, podemos decir que el COVID-19 es un excelente ejemplo de una causalidad que avanza en la dirección contraria a la del esquema de la base y la superestructura.

Foto: Radical Graffitti Melbourne

M.M.:  Quisiera saber algo más sobre el lugar que ocupa el subsistema económico en tu teoría. En tus términos, el capitalismo no es un sistema económico autónomo porque depende de «condiciones de fondo» que, en algún sentido, son parcialmente externas. Surgió el ejemplo de la naturaleza. Pero aun si todas estas esferas son relativamente autónomas, son «condiciones de fondo» del subsistema económico, el «primer plano» del capitalismo. ¿No continua siendo el subsistema económico, en tu enfoque, el elemento predominante, para decirlo de algún modo, «en última instancia»?

N.F.: Sí, efectivamente hay algo específico en la economía que le otorga un vigor causal particular, una fuerza real y una gran importancia: el imperativo de acumular y expandirse. Sabemos que la economía capitalista no se trata de individuos que ganan dinero y luego se tiran a descansar y a consumir lo que compraron en hogares lujosos. El capitalismo conlleva el imperativo de la reinversión continua, que genera cada vez más plusvalor, más ganancias y más capital. En las sociedades capitalistas, se trata de una fuerza realmente dinámica que históricamente dispuso del poder causal para torcer —en mayor o en menor medida— ciertas condiciones externas a voluntad del capital. No es un poder absoluto. Siempre corre el riesgo de retroceder frente a lo que recién mencionaste, de forma adecuada, como «esferas relativamente autónomas»: la naturaleza tiene sus propios tiempos y obedece a un tipo de reproducción que, a la larga, cae por fuera del control capitalista.

De todas formas, El impulso es tan poderoso que, en algunos casos, es capaz de modificar las condiciones de fondo. Aunque probablemente siempre encontrará un límite.  Lo que intento decir es que Marx y la mayoría de los marxistas tienen razón cuando insisten en el poder y en la fuerza transformadora que conlleva la dinámica de la acumulación. Aun así, no creo que esto necesariamente se traduzca a la imagen causal de la base y la superestructura. Existen toda clase de presiones porque las denominadas «condiciones de fondo» tienen una gramática de reproducción propia y valores normativos que influencian las decisiones de la gente.

M.M.: Me gustaría centrarme ahora en tu concepto de «luchas de frontera». Se trata de las luchas por definir los límites entre la economía y la sociedad, la producción y la reproducción, etc., es decir, entre el «primer plano» y sus «condiciones de fondo». En algún punto, parecería que estas luchas de frontera son sinónimos de la lucha de clases. Al abordar las luchas sociales de esta forma, ¿no existe el riesgo de extraviar la especificidad de la lucha de clases? Si volvemos a leer tu respuesta a Butler en la New Left Review, podríamos preguntarnos si la Nancy Fraser de 2021 corrige a la Nancy Fraser de 1998. Te cito:

“Butler pretende llegar a la conclusión de que las luchas de liberación sexual son económicas, pero esta conclusión se vuelve tautológica. Si las luchas en torno a la sexualidad son económicas por definición, entonces no son económicas en el mismo sentido en el que lo son las luchas en torno a la tasa de explotación. Llamar «económicas» a ambos tipos de lucha supone arriesgarse a hacer colapsar las diferencias, generando la falsa impresión de que entran en sinergia de manera automática y anulando nuestra capacidad de plantear y responder a cuestiones políticas complicadas, pero acuciantes, relativas a cómo hacerlas entrar en sinergia aunque, de hecho, sean divergentes o estén en conflicto.”

N.F.: En realidad, no. Creo que descubrí que podía expresar mejor lo que quería decir sirviéndome de otra terminología. Pienso que existen dos estrategias. Históricamente, al menos en el marxismo tradicional y en los principales movimientos obreros y socialistas, hubo una tendencia a pensar las luchas de clase en un sentido estrecho, como luchas en el campo de la producción que se desarrollan a partir de disputas por la tasa y la distribución del plusvalor que se extrae a los trabajadores asalariados por medio de la explotación en las fábricas. Y luego sí, por supuesto, se supone que esas luchas deben expandirse más allá de las puertas de la fábrica, desarrollar una dimensión política y asumir otras reivindicaciones más lejanas. Pero sigo pensando que, en general, esta imagen de la lucha de clases como algo esencialmente relacionado con el trabajo asalariado en entornos industriales es una imagen muy poderosa.

Esa imagen ha llevado a mucha gente a intentar argumentar contra lo que Mouffe y Laclau llaman «esencialismo de clase». Estas personas argumentan que las luchas de clases no son las únicas que existen en las sociedades capitalistas y que no tienen la potestad absoluta para definir qué es una reivindicación justa o qué sería una sociedad justa. No tienen el monopolio sobre los nombres de la opresión y la injusticia. Y, de hecho, a lo largo de la historia, las sociedades capitalistas han sido espacios en los que se desarrollaron luchas enormes alrededor de la esclavitud y el trabajo forzado, el género y múltiples ejes de opresión y dominación. Entonces, una estrategia consiste en decir: «Bien, las luchas de clases son esta cosa específica y, por lo tanto, debemos reconocer las luchas que no son luchas de clases, que son otra cosa».

Sin embargo, desde otra perspectiva, podríamos decir que el problema es la definición estrecha de lo que es una lucha de clases. Si analizamos la cuestión de una manera más sofisticada y con más detalle (y creo que esto es lo que quise decir cuando discutí con Butler) podemos afirmar que las otras también son luchas de clases, pero en un sentido diferente. Esto nos lleva de vuelta al inicio de nuestra conversación, cuando hacías referencia a mi idea de un concepto ampliado del capitalismo. En la medida en que el capitalismo no es solo una economía, la clase no se define únicamente en el campo de la producción. Si comprendemos al capitalismo como una realidad que abarca todas estas condiciones de fondo, necesarias para que funcionen los sitios especializados en los que se acumula plusvalor a costa de la explotación del trabajo asalariado, comprendemos también que la reproducción social es un componente esencial del sistema y de la forma en la que sus partes encastran unas con otras. Si decimos lo mismo sobre la naturaleza, sobre los bienes públicos y las capacidades regulatorias, sobre las formas legales que consideramos políticas, si todo esto también es esencial, entonces podría darse el caso de que las luchas que se generan alrededor de estas realidades también sean luchas anticapitalistas, o al menos luchas en torno a componentes esenciales del sistema capitalista. También podemos decir que, si logran conjugarse de forma adecuada —y no siempre sucede así— estas luchas pueden ser comprendidas como luchas de clases.

A lo largo de la historia, las luchas alrededor de la reproducción social formaron parte de la lucha de clases. Esto es lo que está detrás de la poderosa reivindicación de un salario familiar defendida por el movimiento obrero. Se trata a la vez de una lucha por las condiciones de trabajo —en términos literales— y una lucha por las condiciones de la reproducción social y las actividades del hogar. Resultó ser una solución que no siempre favoreció a las mujeres ni a esas porciones de la clase trabajadora a las que no se consideraba idóneas para un salario familiar. Pero podemos percibir que rápidamente, dependiendo de cómo hablemos sobre la lucha clases, las cosas pueden volverse muy complicadas.

Pienso que en términos intelectuales, la mejor solución es redefinir la clase y la lucha de clases de una manera más amplia. Pero, al mismo tiempo, debemos tener mucho cuidado a la hora de precisar lo que significa que estas luchas sean luchas de clases. Lo digo teniendo en mente una cuestión en particular: ¿cuál es la mejor manera de promover el tipo de alianzas amplias que necesitamos para enfrentar a los enormes poderes, profundamente arraigados, contra los que debemos luchar y a los que debemos desarmar? A primera vista, afirmar que se trata de luchas de clases parece abrir el campo de lo posible: estamos todos juntos y enfrentamos el mismo enemigo. Todos somos parte del mismo proyecto. Por otro lado, hay gente que suele interpretar este tipo de lenguaje en términos de disputa: «Tratan de hegemonizar nuestra lucha y niegan su especificidad».

Si adoptamos una concepción ampliada del capitalismo y, por lo tanto, de la lucha de clases y de las luchas anticapitalistas, tenemos la obligación de definir con mucha precisión los motivos por los que estas luchas no armonizan inmediatamente. Pero esa es una tarea que compete a la política y, en efecto, una tarea difícil.

Por cierto, para explicar las luchas de frontera, suelo referirme a la perspectiva de Karl Polanyi. Sin utilizar el término, Polanyi estaba muy interesado en las luchas de frontera entre lo que denominaba el mercado autorregulado —podríamos decir, simplemente, la economía— y la sociedad. Este enfoque también enfrenta múltiples problemas sobre los cuales no voy a explayarme en este caso, pero lo interesante y fructífero es la idea de que la lucha no se desarrolla simplemente alrededor de la distribución del plusvalor. Se desarrolla más bien en torno a aquellos elementos que definirán la gramática de la vida. En una comunidad determinada, ¿se le dará carta blanca al capital o no? Esto suscita preguntas muy profundas sobre el poder y sobre quienes disponen del poder para moldear la gramática de la vida de una sociedad. Todas estas son cuestiones que, en las sociedades capitalistas, se eliminan subrepticiamente de la agenda política y se le delegan sin nuestro consentimiento al capital y a quienes se encargan de la acumulación de capital.

Hablar de las luchas de fronteras en este sentido nos acerca a la pregunta que planteas. No es solo una cuestión de distribución, sino de la gramática de la vida social. La clase tiende a hacernos pensar que se trata de «quién gana cuánto» y esto no es del todo adecuado. Lo que digo también suena un poco populista. La noción de luchas de fronteras nos indica que hay un problema fundamental a la hora de trazar la línea que separa a la sociedad de la naturaleza, y esto nos lleva de nuevo al coronavirus y al derrame zoonótico. Estas cuestiones se volvieron ineludibles en la actualidad y creo que la situación actual debería bastar para dejar atrás cualquier tipo de ingenuidad al respecto.

Se plantean problemas muy serios cuando se piensa en la relación entre el trabajo remunerado —que asumo que existirá, de alguna manera, en una sociedad socialista— y las otras actividades que realizamos en nuestras comunidades, las relaciones familiares, la crianza de los niños, etc. Estos problemas no desaparecerán y son precisamente a los que me refiero cuando hablo de luchas de frontera. Es probable que, en el momento en que nos involucramos en estas luchas, los intereses no estén del todo claros. Como socialista democrática, asumo que en una sociedad socialista deberá haber algún tipo de mercado. No creo que podamos seguir hablando de economías planificadas. Pero los problemas se plantean cuando nos preguntamos cuáles son las fronteras legítimas en el marco de las cuales deben funcionar los mercados o qué cosas es legítimo comprar y vender. Pienso que hablar de luchas de frontera implica asumir que debemos disputar todo esto en las sociedades capitalistas. No es solo que las luchas de frontera sean una alternativa a las luchas de clases. Es que las luchas de clases a veces toman la forma de luchas de frontera y las luchas de frontera —cuando son bien conducidas— a veces toman la forma de luchas de clases.

M.M.: En tu conversación con Rahel Jaeggi rechazaste la idea de un capitalismo «posracista» o «postsexista», pero en «¿Es el capitalismo necesariamente racista?», tu conclusión es que tal vez nos dirigimos hacia una forma de acumulación capitalista en la que se diluirá «la base estructural del racismo», porque ya no se separará tajantemente la expropiación (que fundamentaba la opresión racista) de la explotación. ¿Podríamos decir lo mismo de la reproducción social y el patriarcado?

No planteo esta cuestión para embarcarnos en «experimentos mentales» sobre una eventual forma del capitalismo «indiferente al género», sino más bien para evaluar el significado y el estatus de los avances del movimiento feminista. Empujados por las luchas feministas, ¿asistimos a una despatriarcalización parcial del capitalismo?

N.F.: Personalmente, evito usar el término patriarcado porque tiene un sentido técnico que remite al dominio de hombres mayores y a una idea de dependencia que incluye tanto a hombres como a mujeres. Prefiero hablar de las formas específicamente capitalistas de dominación masculina. Y creo que estas formas de dominación remiten a algo que —hasta donde alcanza mi entendimiento— es específico de las sociedades capitalistas en tanto se oponen a las sociedades precapitalistas. Lo que es específico en las sociedades capitalistas es la diferenciación aguda entre la producción de mercancías, que se apoya en el trabajo asalariado y en la acumulación de capital, y la reproducción social, que se apoya en gran medida en el trabajo no asalariado de la familia y de ciertos miembros de las comunidades, especialmente las mujeres. Creo que la separación de estas dos funciones esenciales de la sociedad en función del género es específica del capitalismo, y si hay un eje estructural de las formas de dominación masculina, es ese.

Ahora bien, diría que no es posible superar completamente la dominación masculina sin modificar esa separación. Debemos imaginarnos de una forma completamente nueva la relación entre la producción y la reproducción, una forma que haga que sean mucho más porosas la una a la otra. Lo cierto es que estas esferas no pueden diferenciarse de manera categórica, tanto en términos de su relación con la acumulación de capital como en términos de las formas en las que se relacionan con el género. Es como el cambio climático y la idea de que en realidad la descarbonización es imposible. No se puede construir una sociedad sustentable sin descarbonizar. No se puede tener una sociedad realmente justa en términos de género sin meterse con esa división. En algún sentido, se trata de argumentos paralelos. Y agregaría que allí donde la raza está en juego, es imposible alcanzar la justicia racial sin meterse con la distinción entre explotación y expropiación, trabajo libre y trabajo injusto o forzado, que creo que es el fundamento de la cuestión racial.

Pero también agregaría lo que Hester Eisenstein denomina «relaciones peligrosas» entre el feminismo —o las formas del feminismo burgués liberal— y el capitalismo, que tiene que ver con el hecho de que muchas fuerzas que promueven el capitalismo también quieren desmontar estas relaciones tradicionales de género, estas jerarquías tradicionales que pueden representar en sí mismas obstáculos a la mercantilización, la capitalización y la financierización de las cosas a gran escala. Si no percibimos esto, seguiremos imaginando al capitalismo como un sistema conservador, aristocrático y paternalista. Este es también el motivo por el cual existe una extraña hostilidad entre las élites liberales (que incluyen a la feministas liberales, Wall Street, Hollywood, Silicon Valley y todos los sitios en los que existe un capitalismo neoliberal progresista) y las comunidades evangélicas y aquellos sectores de lo que podríamos denominar el «mundo de Donald Trump», que están a favor de la familia tradicional.

Tenemos ahora una nueva jueza en la Corte Suprema de los Estados Unidos que representa esto a la perfección. Es la antítesis de Hillary Clinton. Estas dos figuras icónicas representan la oposición entre el feminismo liberal de Wall Street y los valores de la familia tradicional. Frente a esta situación, los movimientos feministas que, a falta de una palabra más adecuada, podemos definir como anticapitalistas, se encuentran entre la espada y la pared. Es necesario luchar contra ambos a la vez.

Grupos antiabortistas se manifiestan a favor de la confirmación de Amy Coney Barrett como magistrada del Tribunal Supremo (foto: Flickr)

M.M.: Como mencionaste, la crisis del COVID-19 es un ejemplo impresionante de cómo las externalidades interactúan con el capitalismo de manera compleja y pueden conducir al tipo de crisis capitalistas que defines como «multidimensionales». En otra parte también afirmaste que, al menos desde 2008, la etapa actual de capitalismo financiarizado y neoliberal atraviesa una crisis —tal vez terminal— que podría implicar eventualmente el desplazamiento hacia una forma diferente de acumulación capitalista. ¿Qué se puede decir de la crisis actual?

N.F.: Me gustaría señalar algunos elementos en la forma en que planteas la pregunta. Uno es que debemos distinguir entre crisis sectoriales y crisis generales. Una crisis sectorial implica que, en un régimen capitalista de acumulación o en una fase de desarrollo capitalista, un área importante empieza a ser disfuncional, enfrenta algún obstáculo insuperable, desestabiliza el sistema, etc. Solemos pensar las crisis económicas de esta manera. Los historiadores pueden brindar ejemplos de estas crisis en una esfera o sector de la sociedad, en este caso, la economía.

No es lo mismo que una crisis general de todo el orden social. Los historiadores también utilizan este concepto de crisis general: una suerte de sobredeterminación de obstáculos y disfuncionalidades. De hecho, creo que esto es lo que estamos viviendo en este momento. Es verdad que vivimos formas periódicas de crisis económica, como la de 2007-2008, que estuvo a punto de convertirse en un colapso financiero, aunque al parecer nuestros gobernantes encontraron la forma de resolver el problema. Pero pienso que ahora podemos comprender que este impulso hacia la financiarización es una bomba de tiempo que está siempre a punto de explotar y que, en este sentido, la crisis no se resolvió.

Al mismo tiempo, tenemos el problema del calentamiento global y una crisis ecológica muy grave, tal vez catastrófica, que se estuvo gestando durante mucho tiempo y que ahora se volvió evidente. Cada vez más sectores de la población mundial, incluso aquellos que lograron mantenerse relativamente aislados de los efectos más nocivos, están empezando a comprender la magnitud de la crisis. También tenemos una crisis de la reproducción social, es decir, de todas aquellas actividades esenciales vinculadas al nacimiento y el cuidado de los seres humanos, que no siempre están directamente mercantilizadas: educación, salud, trabajo doméstico, trabajo de cuidados, etc. Este sector también está en crisis. Es muy interesante observar el activismo que se genera en torno a estos sectores, que en algunos casos albergan más actividad sindical que ciertas áreas de la industria.

Hasta aquí tenemos una crisis de la reproducción social y una crisis ecológica. Pero creo que también atravesamos una grave crisis política. Y la elección de Joe Biden en los Estados Unidos está lejos de ser una solución. Se trata en parte de una crisis de gobierno, con lo cual me refiero a que incluso los países más poderosos, como Estados Unidos, carecen en este momento de la capacidad de gestión para resolver los problemas que enfrentan. El poder corporativo los supera. Son incapaces de lidiar con una cuestión como el cambio climático, que no es susceptible de ser contenida en los límites de una frontera jurisdiccional. La crisis de gobierno se está desarrollando a nivel estructural.

Sin embargo, también hay una crisis de hegemonía en el sentido gramsciano, un abandono generalizado de la «normalidad» política. La gente se aleja de los partidos políticos tradicionales y de las élites asociados con (y habría que añadir: deslegitimados o mancillados por) las políticas neoliberales. Todos estos elementos se suman y resultan en una crisis general. Una buena metáfora para pensar la crisis es la metástasis: es posible forzar a un cáncer que surge en un lugar determinado a retroceder, pero luego puede irrumpir en otro lugar. En nuestro caso, puede tratarse tanto de un lugar geográfico como de uno sectorial. Pienso que esta crisis se está volviendo palpable y evidente para mucha gente. Sin embargo, esto no significa que nos estemos acercando a algún punto de colapso total o resolución revolucionaria que nos llevará a tomar el Palacio de Invierno o algo por el estilo. Desafortunadamente, las crisis pueden desarrollarse durante mucho tiempo.

El hecho de que esta crisis sea particularmente aguda, multidimensional, sobredeterminada o metastásica no significa que podamos saber cuál será el resultado del juego ni cuándo se terminará. En la historia del capitalismo hubo crisis generales que se desarrollaron durante décadas. Podríamos decir que todo el siglo XX, hasta la derrota del fascismo y el final de la Segunda Guerra Mundial, fue solo el despliegue de la crisis general del capitalismo colonial liberal o de laissez faire. Tal vez quede un largo camino por andar.

La representante Alexandria Ocasio-Cortez, demócrata de Nueva York, y el senador Bernie Sanders, demócrata de Vermont, junto con los defensores de la vivienda asequible y los activistas del cambio climático, anuncian la introducción de la legislación de vivienda pública como parte del Green New Deal fuera del Capitolio el 14 de noviembre de 2019. Foto: Bill Clark / CQ-Roll Call, Inc via Getty Images

M.M.: Las previsiones son siempre difíciles, sobre todo ante grandes eventos todavía en desarrollo. Sin embargo, quisiera insistir: ¿se perciben tendencias hacia un nuevo modo de acumulación o, para ponerlo en tus términos, hacia una redefinición de «las fronteras» que dieron forma a la fase actual del capitalismo?

N.F.: Diré algo sobre los escenarios posibles, pero quiero destacar que no son predicciones. En primer lugar, podemos imaginar que la crisis actual es lo que la Escuela de Binghamton denomina una «crisis de desarrollo», es decir, que no se trata de una crisis de época. Una crisis de desarrollo implica que lo que entra en crisis es un régimen específico de acumulación, una forma específica de organizar la naturaleza, la economía, la producción, la reproducción, la relación entre el Estado y el mercado, etc. Hay momentos en la historia del capitalismo en los que un régimen establecido y profundamente arraigado entra en crisis. Y la crisis se resuelve eventualmente mediante la restructuración del sistema: una nueva manera —en el marco del capitalismo— de organizar la producción y la reproducción.

Podríamos pensar en la socialdemocracia o en el New Deal, en el caso de Estados Unidos, como formas de reorganizar la relación entre la producción y la reproducción. Los Estados asumieron una responsabilidad mucho más explícita a la hora de garantizar cierto equilibrio social y se comprometieron en la financiación o en la organización de algunos trabajos de cuidado sociales y reproductivos. En teoría, podemos imaginar una analogía ecológica en la actualidad: las organizaciones intergubernamentales probablemente podrían asumir la responsabilidad de internalizar estas externalidades, en el sentido de someterlas a la gestión y la regulación para prevenir que se salgan de control, por decirlo de alguna forma, o evitar que se vuelvan en su contra. Una crisis que termina así no es una crisis del capitalismo en sí mismo, es decir, una crisis ética en la que el capitalismo mismo cede el paso a una forma de organización social no capitalista o poscapitalista. Habrá sido, en cambio, una crisis de desarrollo intrínseca al capitalismo, que hace que el capitalismo entre en una nueva fase de desarrollo.

Así sucedió a lo largo de toda la historia del capitalismo. Podríamos decir que nos sorprendieron su creatividad y su ingenio, su capacidad para encontrar nuevas maneras de reformarse a sí mismo. Estoy haciendo un juicio antropomórfico que en realidad debería evitar, porque son siempre actores sociales los que promueven estos proyectos de reforma y restructuración. Pero la idea de la crisis de desarrollo es esta: luego de un largo andar en la crisis —durante el cual se despliegan muchas luchas hegemónicas para conformar nuevos bloques históricos— se presenta una alternativa y gana suficiente apoyo. El resultado es una nueva forma de capitalismo. Esto es lo que intentó hacer la socialdemocracia a nivel del Estado nación: garantizar algunas de las condiciones de fondo para que el capital se mantuviera en funcionamiento y salvaguardar la dinámica de la acumulación como eje impulsor mientras gestionaba algunas cosas en los márgenes. Es como Ulises que se ata al mástil para impedirse a sí mismo destruir sus propias condiciones de posibilidad.

Digo esto porque hay otra alternativa, que implicaría un punto de inflexión de tal magnitud que no seríamos capaces de resolver la crisis por medio de una nueva forma de capitalismo. Por ejemplo, es probable que el calentamiento global represente algo más que los límites de un régimen específico. Tal vez el calentamiento global le plantee un límite al capitalismo en sí mismo. Por supuesto, no lo sabemos, o al menos yo no creo poder decidir si esto es así o no, porque la historia de la creatividad del capitalismo siempre me da que pensar. Si resulta que se trata de una crisis ética del capitalismo en tanto tal, entonces existen distintas posibilidades. Algunas deseables, como por ejemplo alguna forma de socialismo democrático mundial. De nuevo, es muy difícil describir exactamente cómo sería, pero de alguna manera desmontaría la dinámica de la acumulación, la ley del valor, etc. Y luego, en el otro extremo del espectro, tenemos toda una serie de resultados poscapitalistas o no capitalistas realmente terribles: escenarios dominados por caudillos militares autárquicos, guerras permanentes, regresión social o algún tipo de régimen mundial autoritario. Hay también, supongo, otra posibilidad, que es que la crisis no se resuelva, que simplemente se desarrolle una lenta canibalización de la sociedad humana, una especie de lento retroceso que nos devuelva a la mera lucha por la supervivencia.

Quiero volver a destacar que no estoy haciendo ninguna predicción. Pero creo que sería más justo decir, en los horizontes del presente, que los dos escenarios más alentadores giran en torno a un Green New Deal a nivel mundial en el marco del capitalismo o a alguna forma de socialismo democrático que vaya más allá del capitalismo. Tampoco estoy segura de si puede existir un Green New Deal a nivel mundial en el marco del capitalismo. Es probable que no sea posible alcanzar la reducción de carbono necesaria en los límites del capitalismo. En tal caso, esta alternativa no existiría en absoluto. Luego viene la solución del socialismo democrático a nivel mundial, que es aquella a favor de la cual me posiciono, al menos en teoría. Estos son los dos escenarios por los que considero que vale la pena luchar y que deberíamos intentar generar. Y es posible que un Green New Deal a nivel mundial, aun si no es sustentable en el largo plazo, sirva como una especie de programa transicional (como solían decir los trotskistas) que nos guie hacia el socialismo democrático.

Por supuesto, nadie puede saber lo que sucederá, porque en realidad depende de las acciones de la gente. En este sentido, lo que intento hacer con mi obra es aclarar la magnitud, la dinámica y la naturaleza de la crisis en sus múltiples dimensiones. Mi objetivo final es brindar una especie de mapa para la gente que está comprometida o que está pensando en comprometerse con alguna forma de activismo político. Esta gente tiene toda una serie de preocupaciones y de intereses que resultan apremiantes. Pero estos intereses son parciales por definición, y lo que quiero hacer es ayudar a que la gente perciba en dónde encajan en el mapa general de esta crisis y brindar una imagen de la situación de las fuerzas sociales, de forma tal que todas estas preocupaciones e intereses particulares puedan ser movilizados para producir una mejor solución a la crisis.

Manifestación del movimiento Occupy Wall Street en Nueva York, 2011 (foto: Gtres/AP Photo/Kathy Willens)

M.M.: Tu descripción se asemeja a una estrategia populista: la idea de que la sociedad está compuesta de intereses o demandas parciales y que el desafío es hacer que estos intereses diversos se fusionen en un agente político coherente. En ocasiones anteriores también hablaste favorablemente del populismo de izquierda. Sin embargo, los acontecimientos recientes parecen mostrar experiencias fallidas del populismo de izquierda, mientras que su variante de derecha parece exhibir un historial más exitoso. ¿Qué balance se puede extraer de esto?

N.F.: Empecé a pensar seriamente en el populismo luego de Occupy Wall Street. Me sorprendió mucho este lenguaje del 99% y el 1%. Desde mi punto de vista, este es el lenguaje del populismo por antonomasia. Tal vez carezca de la precisión y del rigor del análisis de clase, pero es inmediatamente comprensible y poderoso. Evoca una respuesta afectiva. Me sorprendió mucho la velocidad con la que se comprendía este discurso, fue un momento de genialidad retórica de quienes lo inventaron. Al menos en el contexto de Estados Unidos, este lenguaje se popularizó con Bernie Sanders, que empezó a usar una palabra muy potente: «rigged» [arreglado, amañado], como cuando se dice que la economía está arreglada, que las elecciones están arregladas, que el sistema arreglado, etc. Trump tomó este lenguaje de Bernie Sanders y le dio un giro propio.

De nuevo, estoy pensando en Estados Unidos, aunque creo que lo que digo también es pertinente en otros países. En la época de Occupy Wall Street empecé a pensar en la cultura política estadounidense y en el período previo del activismo, que estuvo fuertemente centrado en lo que se denomina «políticas identitarias». El hecho de que la gente estuviese hablando de repente del 99% contra el 1% me hizo pensar que existía, al menos en potencia, una enorme fuerza de izquierda en Estados Unidos. Me pareció que este discurso lograba llegar a mucha gente que sentía, tal vez sin darse cuenta, que necesitaba un análisis capaz de explicar de las conexiones y de armar una gran fuerza capaz de superar la fragmentación que tanto había debilitado a la izquierda. También me di cuenta de que podía distinguir el populismo de izquierda del populismo de derecha.

Básicamente, mi idea es que ambos brindan una especie de mapa que define quiénes están arriba y quiénes abajo, quiénes pisan las cabezas de quiénes. En el caso del populismo de izquierda, tal como muestra el 99% contra el 1%, se afirma que existe una oligarquía elitista o un pequeño grupo de gente que parasita a todo el resto. Entonces la idea es intentar movilizar a todo el mundo en contra de ese pequeño grupo. El populismo de derecha no tiene esta estructura dual. Tiene una estructura tripartita. Hay una élite parasitaria y luego una clase baja parasitaria que «nos roba lo que es nuestro». En el populismo de derecha, al «pueblo» lo conforman quienes están atrapados en el medio. Por lo tanto, el populismo de derecha se alza contra el 1% pero también contra los inmigrantes, contra la gente de color, contra las minorías sexuales, etc. Es un cuadro muy diferente, un mapa muy diferente. Pienso que es importante enfatizar que el populismo de izquierda tiene una estructura distinta.

Una segunda diferencia es que el populismo de derecha define al enemigo en términos concretos, identitarios o sustantivos. Por lo tanto, cuando definen a quienes están arriba, siempre se trata de una conspiración internacional judía o, si están abajo, de inmigrantes sucios o negros vagos, etc. Son distinciones identitarias concretas que definen una categoría de persona —el enemigo— en términos de sus características culturales o sustantivas. En contraste, el populismo de izquierda como mucho define las características del enemigo, es decir, no define a nadie en términos de su cultura, su identidad ni nada concreto, sino en términos de la función que ocupa en el sistema. Cuando se dice «Wall Street», por ejemplo, comprendo que históricamente la frase puede desplazarse hacia los banqueros judíos. Es verdad que no hay una barrera absoluta entre los dos populismos. Pero desde mi punto de vista, la identificación del mundo de las finanzas con «el sistema» es correcta. Hoy existe una forma de capitalismo en la cual las finanzas juegan un rol muy importante, muy distinto del que jugaban en otras formas de capitalismo anteriores.

Luego hay que pensar si el populismo de izquierda así definido funciona como una especie de formación transicional capaz de conquistar victorias. Y no solo victorias. La cuestión es también saber si, en el curso de la lucha, este mismo populismo de izquierda puede enseñarles a las personas cosas nuevas, si puede ayudarlas a comprender el sistema y explicar lo que significa afirmar que el sistema esté arreglado. Arreglado, en el sentido del populismo de izquierda, no significa como dice Trump que alguna gente está hackeando las máquinas para votar y moviendo datos de una columna a otra. Como marxistas, sin importar la tendencia a la que pertenezcamos, deberíamos ser capaces de darle contenido a la afirmación y explicar qué significa que el sistema esté arreglado para funcionar en contra de los trabajadores. Tal vez las formaciones populistas de izquierda sean capaces de brindar una puerta de acceso a la lucha política que, a medida que se desarrolle, logre refinar el discurso y aclarar qué es el sistema y qué es lo que se necesita para cambiarlo.

Ahora bien, una vez dicho esto, acuerdo perfectamente contigo en que el historial del populismo de izquierda hasta el momento, si se lo compara con el de derecha, no es tan impactante, en el sentido de que el populismo de derecha tuvo mucho más éxito a la hora de ganar y sostener el apoyo de un gran número de personas. Pero añadiría que, en este caso, una parte del problema es el descrédito que afecta a la socialdemocracia en todo el mundo, es decir, el descrédito de los partidos socialdemócratas, muchos de los cuales se autodenominan socialistas. Hubo gente, que no provenía de la derecha dura, que tuvo una enorme responsabilidad en la institución del neoliberalismo: los Clinton en Estados Unidos, Blair en Gran Bretaña y Schröder en Alemania. Lo que intentaron hacer estas formas de populismo de izquierda es ocupar una parte del espacio que solía pertenecerle a los partidos socialdemócratas, y lo hicieron utilizando un lenguaje diferente. Obviamente, existen puntos en los que la política socialdemócrata y el populismo de izquierda se superponen: si analizamos en detalle a Bernie Sanders, por ejemplo, sería difícil negar que es un socialdemócrata. Se trata de una ética distinta, de otra retórica.

En cualquier caso, no veo otra estrategia viable. Debemos disputar a los sectores que en este momento apoyan al populismo de derecha. Por supuesto, me refiero a aquellos que no pasaron de la raya, porque ciertamente hay algunos que son irrecuperables. Sea como sea, no podemos partir de que perdimos a las grandes mayorías contra la política de derecha. Si esto es así, entonces el juego está terminado. Debemos empezar por asumir que es posible recuperar a una porción significativa de los votantes de Trump en Estados Unidos, o de los de Bolsonaro en Brasil. Porque sabemos que no siempre fue así: mucha gente votó a Lula o a Dilma, del mismo modo en que alrededor de 8 millones de personas votaron por Obama. Creo que lo que hace el populismo de izquierda es reconocer, validar y defender los reclamos legítimos de las personas y brindarles, al mismo tiempo, una interpretación diferente de cuál es el problema: quién es exactamente el que está manipulando qué cosa, por qué el eje puesto en el desprecio a las clases bajas lleva a un callejón sin salida, por qué jamás será posible crear una coalición lo suficientemente grande como para derrotar a las fuerzas reales del capital global y de las finanzas mientras la clase trabajadora esté dividida, etc. En otras palabras, creo que en este punto nuestra única esperanza es un populismo de izquierda que sea capaz de evolucionar hacia algún tipo de movimiento socialista.

*Martín Mosquera es editor principal de Jacobin América Latina.

Fuente: Jacobin América Latina 27 de diciembre de 2021

Portada: incendio forestal cerca de Beaumont, California, el 31 de julio de 2020 (foto: Brody Hessin/Wikimedia Commons)

Ilustraciones: Conversación sobre la historia

* Tomado de Conversación sobre la historia