

No cabe duda de que nuestro país es altamente informal y lo ocurrido hace poco en el Congreso es una clara muestra de ello.
Como sabemos, la semana pasada se presentó a votación en el Parlamento el proyecto legislativo que modifica la Constitución de 1993, para regresar al sistema bicameral. Según el proyecto de la Comisión de Constitución, presidida por Hernando Guerra, el nuevo Parlamento estaría conformado por dos cámaras: el Senado, con 60 miembros, y la Cámara de Diputados, integrada por los actuales 130 congresistas.
Como resultado de dicha votación, se aprobó, por 86 votos a favor, el retorno del Perú a la bicameralidad. Sin embargo, al no haber obtenido los dos tercios del número legal de congresistas, o sea 87 votos, la propuesta debía ser llevada a referéndum.
Ante esta “derrota” y sabiendo el presidente de la comisión de Constitución que dicha reforma probablemente no sería aprobada mediante un referéndum, pidió una reconsideración de la votación. Esta reconsideración fue aprobada por 82 votos a favor, 32 en contra y 3 abstenciones. ¿Qué significa esta reconsideración? En la práctica, los impulsores de la bicameralidad tienen una segunda oportunidad para convencer a los congresistas que votaron en contra o se abstuvieron, para que la próxima vez voten a favor. Dicho de otro modo, todo queda en cero.
Al igual que la mayoría de los peruanos, fui de la opinión durante mucho tiempo que un parlamento unicameral era más que suficiente y que no necesitábamos tener más congresistas y por lo tanto más burocracia estatal. El día de hoy, mi opinión ha variado con respecto a lo primero, pero se mantiene firme con respecto a lo segundo.
Como gran parte de los países del mundo con un sistema democrático que funciona, necesitamos un Congreso con dos cámaras. En los Estados Unidos de Norteamérica, estas dos cámaras se llaman Senado y Cámara de Representantes. En Brasil, las cámaras se llaman el Senado Federal y Cámara de Diputados. Los nombres pueden variar ligeramente de país a país, pero la idea es muy parecida. En general, la Cámara de Diputados se encarga de presentar y votar los proyectos de ley, los cuales deben ser ratificados por la votación en el Senado. Este se encarga también de ratificar a los altos funcionarios propuestos por el Ejecutivo, entre otras atribuciones.
Usando nuestro ejemplo anterior, en los Estados Unidos, el Senado está compuesto por 100 miembros, dos por cada estado, mientras la Cámara de Representantes cuenta con 435 parlamentarios, en proporción a la población de cada estado de la unión americana.
En Brasil, la cámara del Senado Federal cuenta con 81 senadores, 3 por cada estado del país, y 513 diputados, también elegidos de manera proporcional al número de habitantes de cada estado.
En ambos casos, la renovación del Parlamento no es total junto con el Presidente. En los Estados Unidos de Norteamérica, los senadores son elegidos por un periodo de 6 años y la renovación es por tercios cada dos años. Los representantes son elegidos por un periodo de 2 años. En Brasil, los senadores son elegidos por un lapso de 8 años y la renovación es por tercios. Los diputados brasileños son elegidos por un periodo de 4 años y son renovados junto con el Presidente.
El proyecto de ley presentado la semana pasada en el Congreso no considera la renovación por tercios de ninguna de las dos cámaras, no establece mayores requerimientos para la postulación al Senado (ser mayor de 35 años y tener 5 años de experiencia laboral en el sector público) ni a la Cámara de Diputados. Tampoco establece el número de senadores por región o estado como en el caso de Brasil. En resumen, es más de lo mismo.
En lugar de proponer las reformas políticas que necesita nuestro sistema electoral y de representación, este proyecto pretende crear más burocracia, más gasto y mayor clientelismo político. Con un Congreso bicameral sin las reformas y filtros necesarios, tendremos más “mochasueldos”, más “comepollos” y más legisladores que piensan que el Parlamento es su chacra.
El día de hoy es necesario tener un Congreso bicameral, debidamente estructurado dentro de un sistema de pesos y contrapesos. Los senadores deben ser representantes directos de las regiones. Los diputados deben ser elegidos proporcionalmente de acuerdo a la población de cada circunscripción electoral. Debe establecerse una valla mínima para poder postular a ambas cámaras, que garantice por lo menos cierto nivel de educación y preparación de nuestros representantes. Por último, considero que toda autoridad elegida por votación, tiene el derecho a postular a una sola reelección inmediata.
La responsabilidad final de quién es elegido, es nuestra. Somos nosotros, los electores, los que debemos estar informados a la hora de votar y hacerlo conscientemente, anteponiendo el bienestar del país ante cualquier interés particular.
No podemos evadir nuestra responsabilidad en la política del país. Como dijo el general Charles de Gaulle, presidente francés: “He llegado a la conclusión que la política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos”.
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