

Ni uno ni otro ha funcionado en el mundo. Proclamaron que eliminarían la injusticia social y la desigualdad y que crearían el Paraíso en la Tierra. Lamentablemente, donde el comunismo tomó el poder -se inició en 1917, en la Unión Soviética el primer experimento comunista- fracasó rotundamente después de más de seis décadas de intentarlo.
Aprendieron de la forma más dura que no funcionan las empresas estatales ni las granjas colectivas. Hoy, desaparecida la URSS, Rusia vive de sus materias primas. China logró hacer su revolución con Mao Tse Tung. Hoy es la potencia capitalista casi más grande del mundo promoviendo la empresa privada.
Hoy en día, en Sudamérica, lo que hay son gobiernos “populistas” que se declaran de izquierda o derecha sin ideologías claras.
Se reparten el electorado ingenuo y logran éxitos políticos que pueden ser desastrosos económicamente para su país. La causa en primera instancia de estos fracasos es la incapacidad de políticos que no saben ni comprenden lo ocurrido en Rusia y China.
Los rusos viven de sus materias primas. Mientras, China promueve la empresa privada, con un gobierno estable que comprende cómo desarrollar.
Cubrir las necesidades inmediatas solo lleva a un gasto populista, mas no al crecimiento de la economía nacional.
Si no crecen nuestras empresas, no hay prosperidad posible.